10/8/08

EL CONVENTO SEMINARIO DE LOS FRANCISCANOS DESCALZOS DE ALBUÑUELAS, SEGÚN UNA CRÓNICA LATINA INÉDITA DEL SIGLO XVIII

EL CONVENTO SEMINARIO DE LOS FRANCISCANOS DESCALZOS DE ALBUÑUELAS, SEGÚN UNA CRÓNICA LATINA INÉDITA DEL SIGLO XVIII

INTRODUCCIÓN
La labor que, desde el inicio de estos cursos de verano sobre el Franciscanismo en Andalucía, estoy llevando a cabo consiste en la traducción de la Historia de todos los conventos que la Provincia Franciscana Descalza de San Pedro de Alcántara poseyó en Andalucía.
El libro en el que ésta se narra está escrito en latín por un autor cuyo nombre desconocemos, indudablemente es un franciscano descalzo, y, posiblemente por no estar redactado en castellano, es la razón que justifica el que no haya sido aún publicado.
El autor, en una crónica a modo de anales, va contando, casi año por año, las memorias de estos cenobios, relatando los hechos más sobresalientes, las vidas de los frailes ilustres, bien por su santidad, bien por sus conocimientos y sabiduría, que en ellos moraron, así como en el caso de que los haya, los Privilegios y Bulas con los que los romanos Pontífices adornaron a los monasterios que fueron merecedores de ello.
El total de conventos que, en la antedicha crónica se recoge, es de diecinueve, de los cuales llevo ya traducidos cuatro que son el de Priego de Córdoba, el de Loja, el de Antequera y, finalmente, el de Albuñuelas que es sobre el que versa el tema de mi comunicación. En los tres primeros el narrador ha seguido una pauta o norma que, en parte, no ha continuado en este último que comentamos. La datación que emplea para señalar la coordenada temporal es la siguiente: Primero indica el año correspondiente a la era cristiana, en segundo lugar el que le pertenecería desde la fundación de la Orden por San Francisco de Asís, como si de una era particular franciscana se tratase y, en último lugar, termina con el año que le correspondería a la fundación del convento a partir de la creación de la Provincia Franciscana Descalza de San Pedro de Alcántara. De esta forma, el año de la erección de este convento de Albuñuelas, se correspondería con el 1.726 de la era cristiana, con el 519 de la franciscana y con el 65 desde el establecimiento de la Provincia de San Pedro de Alcántara.
En los tres conventos cuya traducción he llevado a cabo con anterioridad introduce la coordenada espacial (ya sabemos que se dice que los ojos de la Historia son el espacio y el tiempo) y nos hace una breve descripción geográfica del lugar en el que se fundó el convento, especificando la distancia que hay desde el pueblo en el que fue ubicado a las localidades que nos puedan servir de puntos de referencia para conocer su localización. De éste de Albuñuelas, sólo nos menciona que se encuentra en el Valle de Lecrín y que pertenece al reino de Granada y a su Arzobispado, indicando solamente que en el referido valle hay un total de veinte localidades o pueblos.
De los otros conventos, por mí vertidos al Castellano, nos especifica el año de la fundación de la localidad en la que se hallan y, en el caso de Loja y Antequera, llega a remontarse a los albores de la Historia, con la manifestación, tanto en uno como en otro, de que ambos pueblos fueron fundados por el nieto de Noé, Tubal y sus compañeros caldeos que con él llegaron a nuestra Península. En el caso de Antequera indica concretamente que su creación tuvo lugar en el año 2.174 a. C. y que Loja fue fundada por un tal rey Lusso o Lussa, compañero también del mítico Tubal. De la misma manera hace un breve canto a los lugares en los que tales pueblos están asentados, así como a la producción agrícola de los mismos y de los ríos o arroyos que los surcan. Con Albuñuelas rompe esta pauta descriptiva y, seguramente por falta de datos, sólo nos manifiesta que se encuentra a cinco leguas de Granada, que desconoce el origen de su fundación, que tiene trescientos vecinos y que se encuentra en un ameno lugar umbroso. En relación con los otros pueblos, omite todo tipo de referencia geográfica, hidrológica o productiva y, salvo los pocos datos mencionados, no especifica ninguno más y, sin solución de continuidad, prosigue con las referencias de los más inmediatos antecedentes familiares del fundador del convento, del que da una muy breve pincelada biográfica, sin entrar en pormenores sobre su niñez, estudios, formación, ni camino que anduvo hasta llegar a ser Arzobispo de Granada.
EL LATÍN QUE UTILIZA
En los trabajos anteriores, ya he hablado sobre la forma en que este autor emplea la lengua latina, pero no me resisto a mencionar, también en éste, alguna de sus peculiaridades. A veces se ve uno tentado a pensar que haya habido más de un autor en la confección de este relato. Esto se pone de manifiesto en que, en ciertas ocasiones, la facilidad con la que fluye el texto es tal que la traducción resulta fácil y cómoda. En otros momentos hay párrafos en los que, por un uso excesivo, yo lo califico de abuso, del hipérbaton, la narración se enrevesa de tal manera que su versión resulta extremadamente dificultosa y complicada. Más de una vez, su exceso de ampulosidad hiperbatónica, le lleva a construir frases en las que el sujeto de las mismas se halla distanciado, por una serie de sucesivas aposiciones, de su verbo por cuatro a más renglones de escritura.
También hace suponer que posiblemente haya más de un autor, cuando tiene que hacer la datación de algún escrito, momento histórico o dar cualquier otro dato similar. En muchas ocasiones, como buen conocedor de los autores latinos, emplea la forma de fechar romana, es decir, utilizando Idus, Nonas o Kalendas, según convenga al caso. A vía de ejemplo voy a exponer solamente dos hechos. Si quiere expresar el día once de noviembre de un determinado año, lo manifiesta escribiendo undecimo Kalendis novembris, o con ocasión de referirse al dieciocho de octubre, lo señala en la forma latina de tertio idus octobris, que son las expresiones que utilizaría un romano de la época clásica, sin embargo, otras veces recurre a la manera hispana de indicar las fechas y las expone escribiendo: die 24 mensis Aprilis, o die 19 julii. Este modo de citar las fechas nos lleva a la duda de, si como hemos manifestado, hay más de un autor en la confección de esta historia, o se trata de uno solo, pero con el prurito de dejar bien sentado que de la misma manera sabe emplear la datación latina, como la hispana, aunque ésta última sea menos correcta en un escrito en lengua latina.
También en ocasiones, creemos que para que no se le pueda tachar de poco conocedor del idioma de Cicerón, incurre en usos ya demasiado arcaicos o que no son correctos en una narración en prosa. Tal es el caso del empleo de la palabra queis que en latín clásico se corresponde con la segunda persona del singular del presente de indicativo del verbo queo que significa poder. Sin embargo hay un uso de esta palabra arcaico y sólo empleado en poesía, que expresa el dativo y ablativo del plural del pronombre relativo qui-quae-quod. Pues bien, en esta redacción, que es en prosa, él lo emplea de esta manera desusada y poética en lugar de utilizar quibus que es la forma normal de los casos referidos. Igualmente en más de una ocasión utiliza palabras demasiado rebuscadas, en desuso o con grafías no habituales, como ocurre con el verbo contionor que, siendo deponente, él lo utiliza en forma activa, o con illico, cuya manara de empleo habitual es ilico. En fin, no quiero pecar de excesivamente pesado o profusamente prolijo en la relación de ejemplos, en los que, precisamente creo que por su profundo conocimiento de la lengua de Roma, a veces peca, cometiendo algunas irregularidades que no son corrientes en el latín clásico. Si, alguna vez, hiciese un estudio crítico de esta historia, sería el momento de exponer con detenimiento todas las ocasiones en las que, repito, por su gran conocimiento de esta lengua, utiliza expresiones no muy usuales y excesivamente rebuscadas.
Vuelvo a manifestar que su gran pericia y dominio lo pone de manifiesto en múltiples oportunidades. Así, con motivo de la semblanza que hace del ilustre fraile, del que más adelante hablaremos, y definidor de la Orden, Isidoro de San Miguel, sigue una especie de calco de la que Cayo Crispo Salustio emplea para presentarnos al conjurador Lucio Sergio Catilina. En otras ocasiones sus construcciones son un claro reflejo de las que emplean escritores tales como Cicerón o César.
EL FUNDADOR Y SU OBRA
El autor nos cuenta que los padres de D. Francisco Perea fueron D. Juan de Perea Sarachaga, natural de Amurrio y señor de la ilustrísima casa de San Martín de Perea de la nobilísima jurisdicción cántabra y la granadina Dª María Melguizo y Porras que, atraídos por la amenidad y frescura de Albuñuelas, trasladaron a ella su residencia, junto con otros familiares y compañeros. Al parecer el autor comete un error geográfico al hacer pertenecer la localidad de Amurrio a la provincia cántabra, pero puede tratarse de que, habiendo nacido en Amurrio, que es una localidad de la provincia de Álava, también fuese señor de la mencionada casa en Cantabria. Como no da más datos no lo podemos elucidar
Transcurridos varios meses de su llegada, Dª. María que ya se encontraba encinta, dio a luz a un varón al que le pusieron por nombre Francisco. Como más arriba he dicho, no nos relata absolutamente nada sobre la niñez, ni la formación, ni sobre su ordenación sacerdotal, ni cómo accedió al obispado. Solamente nos dice que, desde la sede placentina, fue promovido a arzobispo de Granada en 1.720, a la muerte de D. Martín de Alcagorta que fue su titular hasta su fallecimiento. Aquí el cronista, a nuestro entender, comete un error al escribir placentina con c, pues, ciertamente, existe una localidad en Vizcaya llamada Placencia, pero ésta no ha sido sede episcopal en ningún momento de su historia. Sin embargo la Plasencia cacereña, sí ha contado con obispado desde tiempos remotos.
El nuevo arzobispo de Granada, entre sus más inmediatas prioridades, tomó la decisión de erigir un monumento sagrado en Albuñuelas para gloria del pueblo y recuerdo a sus habitantes de la memoria de sus padres. Dado que la iglesia parroquial de la localidad, que había sido levantada con las limosnas aportadas por los naturales del lugar, amenazaba derrumbarse por las muchas reparaciones que necesitaba, tomó la decisión de construir una nueva y más amplia que dejase constancia de su munificencia y deseo de honrar tanto al pueblo como a sus progenitores. Una de las preocupaciones que turbó su espíritu, después de tomar tal decisión, fue decidir a quien estaría dedicada la nueva parroquia. La antigua estaba bajo la advocación del Salvador, sin embargo él sentía una especial y acendrada devoción por la Virgen María bajo la advocación de Las Angustias, pero también se sentía inclinado a ponerla bajo el patrocinio de san Francisco de Asís, pues tenía especial fervor por este Santo cuyo nombre veneraba y que había sido su Patrón y protector desde su más tierna infancia. Este piadoso dilema lo resolvió con lo que podríamos calificar de solución salomónica. La nueva iglesia estaría dedicada al Salvador que sería su titular, sin embargo la iconografía del templo estaría consagrada y dedicada totalmente a la Virgen María, bajo el nombre de Las Angustias, finalmente las obras de la misma darían comienzo el día de la festividad de San Francisco de Asís. Así pues, el día cuatro de octubre del año 1.720, él mismo colocó la primera piedra del futuro edificio y a continuación, para darle mayor gala al acto, se celebró una misa solemne a la que asistió gran parte de los habitantes de la localidad que mostraron su entusiasmo y regocijo.
NEFASTA SEÑAL DIVINA
El entusiasmo del Arzobispo Francisco y su gran deseo de ver terminado el templo cuanto antes, hizo que las obras del mismo se acometiesen con tanta celeridad que, antes de que transcurriesen cuatro años del comienzo de las mismas, la edificación estuviese a punto de concluirse. Pero una calamidad imprevista y a todas luces inexplicable dio al traste con toda la edificación y compelió a su mecenas a tomar una decisión en la que no había pensado.
Efectivamente, ya estaba a punto de culminarse la construcción de la torre de la nueva iglesia, cuando el domingo once de noviembre del año 1.724, entre las once y las doce de la mañana, de forma imprevista y sin aparente motivo que lo justificase, todo el cuerpo de la misma se vino abajo, derrumbándose hasta los cimientos. Este insigne varón, en vano, buscaba una explicación racional a tal calamidad y no encontraba razón alguna que pudiese evidenciar la causa de la misma. En primer lugar, el proyecto de la obra había sido encomendado y realizado por D. Gabriel de Arévalo, el más célebre y solvente arquitecto de Granada en aquella época. Segundo el accidente había tenido lugar en un día festivo en el que ningún obrero estaba trabajando en la misma. Tercero, solamente se había caído la torre y no otra parte de la construcción y, por último, en cuarto lugar, únicamente se había producido el derrumbe de los materiales que formaban el cuerpo de la torre, sin afectar a otra parte de la obra, de manera que sólo habían quedado incólumes las bases de la misma, así como el cuerpo de la antigua iglesia. Tan poco había habido víctimas, a pesar de las muchísimas personas que estaban presentes y asistían a los oficios divinos que se celebraban en aquél momento.
Todo esto llevó a la conclusión al ilustre prócer de que tan desastrosa ruina no había tenido causa natural alguna, sino que se había producido, como una especie de admonición divina, a través de la cual, el Padre Eterno mostraba su disconformidad con esta nueva parroquia que, con tanto celo y dedicación, él estaba levantando, quizá con algo de presunción, ya que, desde el primer momento, en su deseo de dejar a la posteridad un monumento que recordase a perpetuidad a su familia y su obra, había pretendido erigir una espléndida mole sin parangón con la anterior.
Inducido por esta conclusión, cierto día tomó la determinación de derruir todo lo que se había edificado, es decir el cuerpo de la nueva iglesia y erigir una nueva, que se considerase más segura y, además, sin torre. Inmediatamente puso en práctica este nuevo proyecto, demolió todo lo construido y rápidamente inició la construcción de la estructura del nuevo edificio. Parece ser que esto era lo que la Divinidad estaba esperando. Nuestro buen Francisco, recibió una especie de celestial inspiración que lo iluminó para que construyese una obra todavía más esclarecida y hasta de mayor utilidad, pues de ella se seguiría un mayor provecho espiritual para las almas que moraban en aquellos parajes y en las zonas limítrofes. Así determinó asociar al nuevo templo que iba a construir un convento y seminario de frailes en el que se estableciesen y formasen misioneros que se dedicasen al progreso espiritual de las almas de toda la diócesis de Granada, así como a la de su Arzobispado. Además, para que los jóvenes de los contornos que lo deseasen recibiesen formación humanística y teológica, este seminario estaría dotado de dos cátedras: Una de Gramática y otra de Teología moral que serían asociadas a este seminario de misioneros, con una duración estable y perenne.
El dilema que nuevamente se le presentaba a tan ilustre prohombre era el de elegir sabiamente a los religiosos que habrían de llevar a cabo tan encomiable empresa. Pero no tardó mucho en resolverlo. Ya hemos hablado del acendrado amor y devoción que sentía por el Seráfico Padre, por ello, dirigió sus miradas a la Provincia franciscana descalza de San Pedro de Alcántara y se entrevistó con el Provincial de la misma, Fray Tomás Montalvo. Éste trasladó la petición al resto de los padres de la Provincia, así como al Definitorio quienes, examinando la propuesta con todo detenimiento y minuciosidad, decidieron rechazarla, dado que, en intentos de llevar a cabo fundaciones similares, se habían encontrado con sentencias desfavorables, amen de la escasez de posibles asistentes, además de la incuria de los habitantes del pueblo de Albuñuelas. Pero, dado que la decisión tomada por el ilustre arzobispo, parece ser que había sido por inspiración divina, la Providencia que todo lo dispone, sin tener en cuenta las dificultades que los humanos puedan oponer, actuó en consecuencia, doblegando las voluntades contrarias, según el grado de impedimento de cada una y al final el ínclito prohombre llevó a cabo lo que tanto deseaba.
LA FUNDACIÓN DEL CONVENTO SEMINARIO
Posiblemente por la insistencia y la presión que el Arzobispo pudo ejercer sobre los Franciscanos Descalzos, el dieciocho de octubre del año 1.725, no había transcurrido aún un año del derrumbamiento de la torre de la nueva iglesia, el Ministro Provincial de los mismos, con el consentimiento de todos los vocales de la Provincia, al mismo tiempo que ampliaba ésta y complacía los deseos del pastor episcopal de Granada, admitió la propuesta de esta fundación y rápidamente destinó unos frailes procuradores que gestionasen las licencias para la consecución de la misma. Éstos fueron tan diligentes en su cometido que, para el día veintidós del mismo mes, ya habían conseguido los permisos del clero y del Ayuntamiento de la localidad; el treinta del mismo los del Ayuntamiento de Granada y, finalmente, el seis de noviembre del referido año, los del Arzobispo.
La labor de consecución de los permisos necesarios siguió su curso sin dilación, de forma que, durante el mes de enero del año siguiente, o sea, el 1.726, los distintos Ayuntamientos del Reino que tenían que intervenir con sus beneplácitos a la misma, promulgaron las correspondientes aprobaciones. El veintiséis de marzo el Comisario General de los Franciscanos dio su aquiescencia y, por último, el Consejo Superior de Castilla otorgó la correspondiente licencia que daba vía libre a la fundación y construcción del convento.
No debemos de olvidar que, a pesar de los vehementes deseos del Arzobispo de que este propósito suyo llegara a buen puerto, los Franciscanos Descalzos, en último término, iban a ser los más directamente beneficiados por el mismo. Por ello éste magnánimo personaje comunicó, por escrito, al Provincial de los mismos, las condiciones inexcusables bajo las cuales él daría todo su apoyo para que se llevase a cabo esta institución. Éstas eran las siguientes:
• El nuevo convento sería dedicado al patrocinio y advocación de la Virgen María con el sobrenombre de Las Angustias.
• En todo el territorio del Reino granadino no se construiría ningún otro seminario o colegio, aunque el autor no lo dice, entendemos que franciscano, que se dedicase a formar misioneros predicadores que se dedicasen, de forma asidua, a sembrar la palabra de Dios en este episcopado.
• Que en el mismo, además del Guardián, los oficiales y los hermanos mendicantes, solamente residirían diez hermanos, todos mayores de treinta años, que se dedicarían por completo a la predicación y que hubiesen sido considerados totalmente idóneos para la misma.
• Para llevar a cabo tal misión, el Arzobispado de Granada, cuyo máximo representante es el Arzobispo o, si llega la ocasión, la Sede Vacante, escogerá, de entre los misioneros que se le presenten, aquellos que, según su criterio, sean los más aptos para realizar la tarea de la evangelización por toda la Diócesis granadina. De la misma manera los Obispos de Guadix y Almería, como sufragáneos del Arzobispado de Granada, podrán, antes que otros, elegir misioneros que realicen tal función dentro de sus respectivas diócesis. De ninguna manera los diez misioneros que habitualmente debe de haber en el convento, serán enviados todos a predicar. Sólo podrán salir del mismo cuatro de ellos, mientras que los seis restantes permanecerán en él dedicados, juntamente con los otros hermanos no predicadores, a las tareas expresas que les mandan las Reglas, es decir: Recibir la confesión de los habitantes del lugar, llevar auxilio a los moribundos y dedicarse al estudio, de tal manera que puedan ser enviados a ocupar el puesto de los otros cuando a éstos se les mande regresar.
• Como además de Seminario de Predicadores este centro estará dedicado a la enseñanza de los habitantes de lugar y de las zonas limítrofes del valle de Lecrín que lo deseen, se fundarán en el mismo dos aulas, que estarán dotadas de sus correspondientes profesores, quienes impartirán conocimientos de Teología moral y Gramática a aquellos que así lo manifiesten, de forma que logren la capacitación suficiente para continuar en el mismo estudios de Filosofía o Teología escolástica o ingresar en el noviciado.
• Que, desde el día de la fundación, ningún religioso de la Provincia pueda, en esta ciudad y en todo el valle de Lecrín, plantear ninguna cuestión por otro convento que no sea éste.
• Que se observará y guardará el derecho parroquial de todos los clérigos y, además, en la iglesia del referido Seminario no se les dará sepultura a seglares de cualquier estado y condición, a no ser que él o su esposa, o hijos legítimos tuviesen en propiedad alguna capilla de la misma iglesia. Además se excluyen los restantes consanguíneos, en cuyo caso o en otro particular, los oficios funerales deberán ser efectuados por el clero secular.
• El Patronato del convento lo ostentaría el Arzobispo Francisco Perea y quedaría inexcusablemente vinculado al Arzobispado de Granada y ninguna capilla de la iglesia del convento podrá entregarse en Patronato ni bajo otra prerrogativa, salva la facultad del Arzobispo de así hacerlo.
• Los frailes tendrían una compensación económica de diez mil reales para la fábrica de la parroquia destruida, así como por todo su material.
La condición, en su doble vertiente de respetar el derecho del clero parroquial y prohibir que en la iglesia conventual se diese sepultura a ningún seglar de cualquier estado y posición, dado que ya conocemos los conflictos que por tales motivos se originaban entre los frailes y los sacerdotes seculares, según hemos visto en las crónicas de los otros conventos cuya traducción he efectuado, que en más de una ocasión tuvieron que recurrir a la solución papal, la encontramos muy acertada y por ello ataja el mal desde el principio y suponemos que, puesto que quien la pone es el Arzobispo, quizá lo haga por la experiencia negativa que posiblemente haya podido tener en casos similares.
LA TOMA DE POSESIÓN
Estas condiciones impuestas por el fundador fueron examinadas con el máximo cuidado y rigor, según nos cuenta el cronista, por el Provincial Medina y el Definitorio quienes aceptaron hacerse cargo de la fundación. Aquiescencia que fue ratificada con todas las condiciones antedichas, más otras pertinentes al caso por escritura pública, el día trece de Julio del año 1.726. El Ilustrísimo Arzobispo envío, el veintiuno de junio del mismo año, como párroco de la parroquia anexa al convento, a D. Diego Gutiérrez Quiñones en quien delegó toda su facultad y poder para que condujese a los frailes a la toma de posesión del convento-seminario que, con toda solemnidad se llevó a cabo por el ex provincial franciscano Fray Tomás Montalvo acompañado por los hermanos Mateo Pérez, Pedro Baltodano, José Rodríguez y otros más, entre los que se distribuyeron los nuevos cargos y se nombró como síndico del convento a D. Miguel del Castillo Morales.
Al día siguiente de la toma de posesión y ya los frailes instalados en la magnífica casa que el Señor Arzobispo había dispuesto para ellos, por la tarde, se efectuó el traslado del manto de la Virgen de Las Angustias, desde el palacio episcopal hasta la nueva iglesia, en impresionante procesión a la que asistió la mayoría de los habitantes de Albuñuelas, así como los sacerdotes seculares y los frailes.
LA VIDA DEL SIERVO DE DIOS ANTONIO SOANES
A pesar de la importancia que este convento y seminario debió de tener para los Franciscanos Descalzos de la Provincia de San Pedro de Alcántara, por lo que nos narra el autor, no debieron de pasar por él muchos frailes ilustres ya por sus virtudes, ya pos su sabiduría. No ocurre como con los conventos de Priego de Córdoba, Loja o Antequera que dieron cabida a una pléyade de hermanos que se distinguieron bien por su vida de santidad y perfección, bien por sus conocimientos, dotes de gobierno o ejercicio de la Literatura en todas sus manifestaciones.
De este cenobio sólo destaca la existencia de dos hermanos, uno del que seguidamente hablaremos, que fue ejemplo de virtud y santidad para todo aquél que lo conoció y otro que mencionaremos más adelante que deslumbró a sus contemporáneos por sus muy amplios conocimientos en todas las disciplinas del Saber.
Este primero era un bendito fraile, donado, que había nacido en Galicia. Sus padres fueron Francisco Soanes y Manuela Tiaelosa. Ingresó en el convento de Granada el veinticuatro de abril del año 1.708. Allí, según el autor, se ejercitó en la práctica de todas las virtudes en un tiempo muy corto. No nos relata el cronista en qué fecha fue destinado a Albuñuelas, pero sí nos refiere la durísima y rígida vida de penitencia a la que se entregó, percibida por muy pocos, y a su honrada tarea de mendicante que practicaba por el pueblo de Albuñuelas, así como por los colindantes del Valle de Lecrín. Los momentos escogidos por él para entregarse al ejercicio de la mortificación eran por la noche, en la que, sin que nadie se percatase de ello, se retiraba a un olivar cercano, el lugar en el que se levantaría el nuevo cenobio, y en este sitio, entre los olivos, castigaba su cuerpo con los más duros sacrificios. El que esto nos narra atribuye a esta labor callada de sacrificio y penitencia el auge y prosperidad de la cosecha espiritual que los Misioneros recogieron de sus predicaciones y la influencia que ejercieron entre los habitantes de toda la zona.
No nos menciona el narrador la fecha en que murió, solamente nos cuenta que, elogiadísimo y venerado por todos los que lo conocían, falleció humildemente, mientras ejercía su tarea de mendicante en el pueblo de Sorvila, en el que, sin ninguna pompa ni exhibición, aunque sí con la debida veneración, fue enterrado y sus paupérrimas y escasas pertenencias las conservaron, como reliquias, las personas más importantes de aquél lugar.
LA CONSTRUCCIÓN DEL NUEVO MONASTERIO
Más arriba hemos dicho que, dado que el edificio monacal aún no se había construido, los frailes residían en la espléndida casa que, para ellos, había designado el Arzobispo. Pues bien éste, en cumplimiento de la promesa que les hizo en su momento, con toda la celeridad que pudo, adquirió el terreno, el olivar antes mencionado, en el que habrían de llevar a cabo las obras de construcción del nuevo claustro y la adecuación del campo que debería ser destinado a huerto. El prior Fray Pedro Baltodano dio comienzo a las obras durante el mes de enero del año 1.727, o sea, menos de seis meses después de la toma de posesión del seminario.
Según el narrador, estas tres fueron las causas de la rápida edificación del mismo:
• La espléndida liberalidad del Arzobispo que, no sólo cumplió todas las dádivas que les había prometido, sino que las aumentó considerablemente.
• La diligencia y solicitud puestas en práctica por el Provincial de los Descalzos, Molina, quien, por su gran deseo de ver rápidamente concluida la obra, destinó a la misma a todos los novicios que ejercieron las más variadas tareas y oficios, pues unos trabajaban de carpinteros, otros de canteros, herreros, albañiles, en fin, cada uno aplicado a una labor determinada y, cuando había más mano de obra que tareas, para que nadie estuviese ocioso, los sobrantes se dedicaban a ayudar a los demás.
• La solicitud y devoción que los vecinos aplicaron a la construcción, pues éstos, con sus propios medios, acarreaban, desde lugares a veces muy lejanos, cal, yeso, arena, piedras, madera y cuantos materiales eran necesarios, empleando para ello bestias de carga o, a veces, soportando el peso en sus propias espaldas.
Precisamente sucedió un hecho prodigioso que nos narra el cronista, con ocasión de la negativa de los carreteros a acarrear los troncos de árboles necesarios para la construcción. Ocurrió que, por las anfractuosidades y lo abrupto del lugar al que debían buscarla, los porteadores rehusaron ir a por ella, a pesar de que la oferta de pago que se les hacía era muy considerable. Sin embargo, los troncos, impulsados por una fuerza prodigiosa y sin que interviniese voluntad ni mano humana alguna, volaron desde el bosque hasta el lugar en el que se acopiaban los materiales para la construcción. Este hecho portentoso y la negativa de los carreteros a portear la madera fue conocido por el alcalde de la localidad, D. Francisco del Castillo Melguizo, el clero y el señor Juan Ropero, así como por el resto de los habitantes del pueblo. Movidos por un impulso celestial, despreciando el miedo a los peligros y con toda intrepidez, destinaron sus carretas y bueyes al traslado de toda la madera que, desde aquel momento, fuese necesaria hasta la terminación de la obra. Durante todo el tiempo que duró esta operación, y fue por muchos días, aunque, con harta frecuencia marchasen por lugares montuosos, precipicios, parajes abruptos y otros descampados similares apartados de todo camino y se hallasen en espacios propensos a cualquier evento desgraciado. Como si la mano de la Divina Providencia los protegiese, ninguno de ellos sufrió algún tipo de percance o accidente y, cada vez que salían, regresaban al lugar de la obra sanos y salvos, ante el estupor de los habitantes del lugar que no entendían que, dados los muchos e insospechados peligros a que estaban expuestos, ninguno sufriese el menor daño.
Estos hechos inexplicables, junto con el misterioso derrumbe de la torre, ya referido, así como otros que narra el cronista más adelante, hacen que este convento sea el más rico en prodigios no justificables por la humana lógica, de todos los que, hasta ahora, he vertido sus anales.



COMIENZO DE LAS MISIONES Y DE LAS CLASES DE GRAMÁTICA
El día seis de Agosto del año 1.729, el Ministro Provincial, Fray Francisco de Céspedes, dio mandamiento al Guardián del Convento, Fray Pedro Zarco, para que se iniciase el ejercicio de las Misiones, así como para que diesen comienzo las clases de Gramática. Los encargados de emprender la labor misionera fueron Fray Isidoro de San Miguel, ex Definidor y profesor de Teología y Fray Sebastián Merlo Paladial quienes, en esta primera tarea, recogieron abundantes frutos espirituales por la labor realizada. El mismo Ministro Provincial designó, por escrito, a Fray Francisco Peralta, como profesor de Gramática que comenzó las clases, a las que acudieron muchos estudiantes, no sólo de Albuñuelas, sino también de todo el Valle de Lecrín.
Dado que ya se había culminado la obra de construcción del nuevo convento, el cuatro de Octubre del mismo año, festividad de San Francisco de Asís, el Guardián, Fray Pedro Zarco, ordenó el traslado al mismo de todos los frailes que moraban en la casa a la que ya hemos hecho referencia, así como la incorporación de los alumnos a las nuevas aulas. Al día siguiente se celebró un solemne acto sagrado en honor de la Virgen de Las Angustias, al que acudió El Arzobispo Francisco que impartió su bendición sobre todos los asistentes.
Un año después del comienzo de las Misiones y las clases de Gramática, o sea, el quince de Octubre del año 1.730, se iniciaron las lecciones de teología moral, cuyo responsable fue Fray Mateo Pérez que había sido designado para tal tarea por el Capítulo Provincial a propuesta del nombramiento efectuado por el Guardián del Convento.
MÁS PRODIGIOS
Además de los ya mencionados, este convento fue prolijo en portentos, de los cuales, el autor nos narra dos realizados por la Virgen María. Uno de ellos ocurrió mientras el arquitecto que dirigía la obra se encontraba extrayendo un clavo que se estaba incrustado en una madera. Tal fue la fuerza que aplicó a su propósito que, al tirar de él, arrastrado por su propio impulso, se precipitó hacia abajo desde una altura de más de seis metros. La caída fue tan inoportuna que vino a incidir perpendicularmente sobre la cabeza de otro operario que desafortunadamente se encontró en su trayectoria. El clavo, desprendido de la madera, golpeó por tres veces la cabeza del mismo obrero cuya única protección consistía en un simple sombrero, pues bien, a pesar de lo aparatoso del golpe, sólo le produjo un pequeño corte en la ceja y ninguno de los dos sufrió algún otro tipo de daño. El segundo de los portentos que, como decimos el cronista atribuye a la intervención amorosa de la Virgen María, tuvo lugar cuando el hermano lego, fray Melchor Martínez, trabajaba en una cantera caliza de la que extraía piedras para su transformación en cal, tan necesaria a la obra. La cantera estaba cortada por un profundo y pavoroso precipicio. Fray Melchor permanecía sobre una roca mientras golpeaba la piedra que pretendía cortar. Fue tanta la fuerza con la que incidió sobre ella que, la roca sobre la que se apoyaba, se desprendió de su base arrastrando consigo al lego, quien, al verse en tan inminente peligro de muerte, invocó, desde lo más profundo de su corazón, a María Auxiliadora que le prestó su ayuda dándole la lucidez suficiente para agarrarse a un gran pedrusco en el que, aunque totalmente liso y sin salientes, pudo sujetarse cuando su cuerpo ya se encontraba casi totalmente en el vacío. Así, igual que un péndulo en el aire, permaneció hasta que, los que habían contemplado el accidente, no pudiendo explicarse cómo había logrado asirse al peñasco, acudieron lo más pronto que les fue posible a prestarle ayuda. A pesar de que el lugar en el que se hallaba era un sitio de difícil acceso y con mucho peligro, lograron rescatarlo y, aunque el peso de Fray Melchor era considerable, lo izaron como si se tratase de una liviana rama.
El autor, que en esta ocasión es contemporáneo a los anales que narra y, por lo tanto debió de conocerlos de primera mano, nos refiere que, mientras duraron las obras de la erección de la iglesia, tuvieron lugar muchos más hechos maravillosos que no tendrían explicación alguna si no se contase con la intervención de la Divina Providencia, pero que no quiere dejar constancia de ellos en este texto porque no se encuentra debidamente recogidos y documentados en la historia particular del cenobio.
UN SUCESO HORRIBLE Y ESPELUZNANTE
El suceso que, a continuación ocupa la pluma del redactor, ciertamente es un acontecimiento digno de los más conspicuos relatos de inocencia, pasión carnal y terror, cuya historia bien podría constituir un buen argumento para una película de sexo y horror de las que hoy están tan en boga.
Ocurrió en el mismo año de los hechos precedentes, o sea, en el 1.731, en un pueblo del Arzobispado de Granada, cuyo nombre no menciona, posiblemente para no dar mala prensa al lugar, como tampoco da los nombres de los actores, salvo los de aquellos que intervienen en el mismo, sin culpabilidad alguna. Era entonces Guardián de la comunidad conventual Fray Pedro Zarco. En el pueblo no mencionado, moraba una mujer soltera que, presa de un amor inconfesable, vivía en concubinato. El párroco del lugar, quien, como buen pastor de almas se hacía responsable de la honra y buenas costumbres del pueblo, más de una vez la había reprendido y afeado, en secreto, su conducta pecaminosa. Ella, ante las reconvenciones y amonestaciones piadosas del sacerdote, al principio mostraba su arrepentimiento y propósito de abandonar una vida indecorosa y que sabía que no le convenía. Pero su pasión era más fuerte que todos sus propósitos de enmienda y que las reprensiones, por muy razonables que fuesen, con las que el solícito párroco quería apartarla de aquella vida llena de maldad. Así, como el mismo narrador nos cuenta, tras sus firmes propósitos de cambiar de vida, volvía una y otra vez a su nefasta inclinación como la hiena a la carroña. Por ello, el buen sacerdote, llevado por su amor y deseo de recuperar la oveja extraviada y por qué no, quizá también harto de tanto engaño, disimulación y falta de propósito de volver al redil por parte de la pecadora, un día tuvo la infeliz e inocente ocurrencia de, totalmente solo y sin avisar a nadie, presentarse en la casa de esta mujer a una hora en la que esperaba encontrarla con su amancebado, para hablar con ambos e intentar que dejasen aquella mala vida de pecado y perdición. Efectivamente los encontró juntos a los dos, pero el seductor, no queriendo cuentas con este buen pastor, se escabulló inmediatamente por una ventana. Aquí se desató la tragedia, pues esta mujer, astuta y malévola, inmediatamente se percató de la magnífica ocasión que, inopinadamente, se le presentaba para deshacerse de este cura que continuamente la estaba amonestando y le hacía ver el escándalo que producía su conducta pecaminosa. Comenzó a proferir desaforados gritos y a convocar a los vecinos a los que, injuriando al clérigo, les decía que éste había entrado en su casa con la pretensión de forzarla, a lo que ella se había opuesto. A continuación preparó un escrito, dirigido al Ilustrísimo Sr. Arzobispo de Granada en el que, con acerbas quejas, acusaba maliciosamente al inocente párroco. Esta carta la envió, el día catorce de agosto del año 1.731, a través de un notario público al Guardián del Convento que, acto seguido, la remitió al Arzobispo que mandó que sin demora el sacerdote fuese encarcelado.
Aquí el autor parece ser que sufre una confusión en las fechas, ya que más arriba ha escrito que la carta la envió esta mujer el catorce de agosto y, sin embargo manifiesta, casi a continuación que el día cinco de agosto, a las once de la noche, se hizo patente la justicia divina y esta pérfida fémina falleció, sin ningún auxilio celestial ni humano. El Guardián del Convento que, en aquél momento, se encontraba en su celda, descansando en la cama, vio, lleno de terror, que, dentro de su cuarto, comenzaban a formarse unas densísimas y pavorosas nieblas en medio de las cuales se perfilaba la figura de una persona. Lleno de pánico y sobrecogido por el espanto que aquello le producía, sin embargo, tuvo el valor suficiente para dirigirse a aquél espectro y preguntarle una y otra vez: ¿Qué es esto?. ¿A quién perteneces, fantasma, espíritu desgraciado?. Aquella espectral aparición no le respondió, por lo que el espantado fraile, calándole el miedo hasta lo más profundo de sus huesos, se levantó de la cama, cerró la ventana y, a todo correr, salió de su habitación y, aunque no volvió a ver nada, se dirigió al cuarto del Maestro de Novicios, Fray Jerónimo Pérez a quien le contó lo sucedido y le suplicó que lo acompañase a su aposento porque no quería volver a dormirse sin compañía alguna. El Maestro de Novicios, atemorizado por lo que le había contado el Guardián, sacando fuerzas de flaqueza venció, como pudo, su temor y acompañó a Fray Pedro.
Cuando ya, repuestos un poco del susto, estaban ambos a punto de volver a dormirse, he aquí que, nuevamente, comienza a llenarse la pieza con densas nieblas entre las cuales reaparece el oscuro espíritu. El Maestro de Novicios al contemplar tan horrenda visión, no tuvo valor para soportarla e intentó arrojarse por la ventana. El Superior, como pudo, logró detenerlo y calmarlo y, viendo que era más motivo de preocupación que de ayuda, lo condujo, una vez que logró sosegarlo, a su celda y le hizo meterse en la cama. Cuando ya lo vio totalmente tranquilo, regresó a la suya, pero con el temor de encontrarse nuevamente con aquella aparición. Efectivamente la figura fantasmal no había abandonado el aposento y allí, como un guardián infernal, lo estaba esperando. El Prior, sin saber cómo, pudo reunir fuerzas suficientes para dirigirse a aquella terrorífica visión e increparla diciéndole: ¡En nombre de Dios te conjuro para que digas quien eres y qué quieres! El espectro, al verse interpelado en nombre de Dios, soltó un tremebundo bramido diciendo: Soy un alma desgraciada que vengo a traer esta carta. Tan pronto como hubo pronunciado estas palabras, se evanesció. El Superior encontró, sobre una silla, una carta doblada; inmediatamente la abrió y halló, dentro de ella, otra, sellada y dirigida al Arzobispo de Granada, con el siguiente encabezamiento: El día diecinueve de Julio cierta carta ha de ser entregada al Superior de este convento, llévese también ésta. (Otra vez comprobamos que hay falta de concordancia entre las fechas que el relator maneja, pues esta vez, utilizando la forma hispana de datar escribe en latín, por dos veces die 19 julii, o sea, en el día 19 de julio. Entiendo que, posiblemente, el fallo esté cuando da la primera fecha el catorce de agosto).
Tan pronto como amaneció el día siguiente, el diligente Guardián se encaminó a visitar al Arzobispo de Granada, al que, siguiendo el mandato de la espectral sombra, le presentó ambas cartas. El texto de una de ellas era: En el día diecinueve de julio, al Arzobispo de Granada recibió cierta carta contra el párroco de Albuñuelas y la que la escribió redacta ésta, por mandato divino, testificando la inocencia del mencionado párroco.
Para que se dilucidase la verdad más claramente y se analizasen, con sumo cuidado, las circunstancias sobre la hora de la muerte de esta infeliz mujer, el prudente Arzobispo, inmediatamente ordenó que se le enviasen ambas cartas al sacerdote. Así se hizo, y se confirmó, sin lugar a dudas, que esta miserable mujer había fallecido, sin ninguna ayuda espiritual, en la misma hora en la que se había aparecido al Superior del convento. Es más, para que quedase patente que había muerto empecatada y sin atisbo de arrepentimiento, un nuevo prodigio quiso Dios que se produjese a la hora de sepultarla. Por tres veces la introdujeron en la fosa, y la tierra, lugar sagrado, como todo cementerio, vomitando a aquel ser inicuo, la arrojó fuera de su seno, como si quisiese de esta manera demostrar que no admitía en su interior el cuerpo de un alma que no se había dolido de su pecado y, por cuya causa, un ser inocente permanecía injustamente arrojado a la desolación de la cárcel. La única manera de enterrarlo fue llevarlo a escondidas a un lugar no consagrado y allí, precipitadamente, la dejaron bajo tierra.
Ante la evidencia de las cartas recibidas de ultratumba y el conocimiento del prodigio de su entierro, el justo Arzobispo, exoneró de todo cargo al honrado párroco, que aún permanecía en la prisión, y le restituyó todos los beneficios y privilegios de los que había sido ignominiosamente privado.
LOS UBÉRRIMOS FRUTOS DE LAS MISIONES
Continúa al historiador narrándonos la enorme cosecha de almas arrepentidas que recogían los frailes misioneros, entre los cuales, de forma especial, descollaron Fray Isidoro de San Miguel, juntamente con Fray Tomás de Castro, así como los hermanos Fray Francisco García y Fray Sebastián Merlo Pardial. Tal era la satisfacción que producían entre los párrocos y las autoridades de los lugares a los que iban a ejercer su labor de apostolado, que éstos, unos y otros, rogaban insistentemente al Sr. Arzobispo, cuando visitaba a aquellos pueblos, que, en las nuevas misiones que se realizasen en ellos, no enviase a otros predicadores que a los padres franciscanos descalzos, ya que labor como la que ellos realizaban no tendría parangón con la que otros efectuasen.
También nos refiere el narrador otro hecho portentoso acaecido precisamente mientras se llevaba a cabo una de estas tareas misioneras. El treinta de noviembre del año 1.742, entraron en la localidad de Vélez Málaga los frailes Sebastián Merlo Pardial y Diego Carrillo en la que iban a realizar su labor de predicación misionera. Por estas fechas, los habitantes del lugar, sin temor a ninguna autoridad, por una cuestión sobre jurisdicción, arrasaban el lugar con revueltas civiles. En esta situación la condición de clérigos no era precisamente una garantía de seguridad para los beneméritos religiosos. Habían pasado once días desde su llegada sin que se hubiese producido, ni en lo más mínimo, el apaciguamiento de los enardecidos ánimos ni la labor misionera de los sufridos monjes comenzase a dar los esperados frutos. Esto tenía descorazonados y desconcertados a los benditos religiosos que desconocían hacia dónde iban los designios de la Divina Providencia. Ocurrió que, el doce de noviembre, a las siete de la tarde, cuando uno de ellos convocaba con todo fervor a los del lugar para que acudiesen a la iglesia para oír la predicación, comenzó a formarse una nigérrima tempestad con nubes enfurecidas cuyos cegadores relámpagos aterraban a quienes los contemplaban, sobrecogidos además por el horrísono fragor de los truenos. A pesar de la tétrica noche que se presentaba, la iglesia estaba completamente llena de lugareños. El religioso que iba a pronunciar el sermón, consideró oportuno cambiar el tema del mismo y en lugar del que llevaba preparado improvisó, sobre la marcha, otro para hablarle al pueblo, aterrorizado por la furibunda tormenta, acerca de su horrible y letal culpa, así como de las angustias que pasarán, quienes no se arrepientan, al enfrentarse con el tremendo juicio divino. No había transcurrido mucho tiempo desde que el misionero, ensalzando la ira del Juez Supremo, había dicho: Dios, en su justificada indignación, fácilmente podría enviar un rayo que, destruyendo este templo, sepultase totalmente a todos los concurrentes bajo sus polvorientas ruinas, cuando, insondables son los designios de Dios, furiosos rayos impactaron contra la torre de aquella iglesia, que era la de San Juan, y destruyeron su pináculo, arrasando, a su vez, todos los remates de la bóveda en la que, incidieron tres más que golpearon el techo y el artesonado ocasionando considerables fracturas en ambos abriéndoles muy grandes grietas. El daño que les produjeron hizo que, arrastrados por la inmensidad de su peso, se precipitasen sobre los que escapaban despavoridos e incidiesen sobre al coro, algunas de cuyas sillas redujeron a astillas. Lo más maravilloso del caso fue que ninguno de los asistentes, ni siquiera de los que se encontraban sentados en aquel momento, sufrió daño alguno a pesar de que cayeron más de dos toneladas de escombros además de muchas vigas de la bóveda, sobre tantísima gente como se encontraba dentro de la iglesia. Al punto, el ferviente predicador se arrebató entre el fragor de la intensa lluvia, el estruendo de los truenos y el fulgor de los rayos y se lanzó a predicar por las calles, convocando a los clérigos del lugar, a los que, la espantosa noche había aterrorizado, para que, inmediatamente y como una sola persona, se reuniesen con él para tranquilizar las conciencias de los vecinos. Así lo hicieron y, todos juntos, consiguieron un feliz acuerdo en las viejas rencillas a las que dieron fin con llantos de arrepentimiento y recíprocos abrazos. Ciertamente se consiguió una paz en la que todos estuvieron de acuerdo y se obtuvieron muchas conversiones de almas. Tren feliz e inesperado resultado se celebró con una pública acción de gracias que concluyó con el arrepentimiento de todas las culpas en una solemne procesión general.
DECRETOS SOBRE ESTE SEMINARIO
Para dejar afianzada su condición de este convento, como seminario, el siete de junio de 1.733, en el Capítulo Provincial, iniciado bajo el mandado del Reverendísimo Ministro General de la Orden, Fray Juan de Soto, para un más perfecto gobierno de este Seminario, Fray Tomás García, elegido como Ministro Provincial, emitió, con el consentimiento sopesado de todos los vocales, muchos decretos cuyo orden de prioridades fue el siguiente:
• Que este colegio se dedicase siempre a Seminario y que fuese incorporado a la Provincia como los demás conventos de ella y que no pudiese ser separado ni desmembrado de la misma por ningún mandato de la Superioridad.
• Que ningún fraile de la Familia Franciscana que en la actualidad no sea hijo de esta Provincia, es decir, que no haya profesado en ella, o se haya incorporado, según los estatutos oficiales, pueda residir en él.
• Que los Estatutos Provinciales por los cuales esta Provincia se debe de gobernar, según los decretos apostólicos emanados de los Papas Gregorio XIII, Clemente VIII, Urbano VIII, Alejandro VII, Inocencio XI, Inocencio XII y Benedicto XIII, se observen de manera inviolable, en cuanto a la vida y disciplina monástica, conforme a las Reglas, como en los restantes conventos de la misma.
• Que el Ministro Provincial, en los momentos oportunos, de los diez misioneros que en el referido Seminario deben de residir permanentemente, dejando cuatro en él, los envíe de dos en dos, respaldados con su autorización por escrito, asignándolos a las ciudades en las que deban de realizar sus misiones, con un intervalo de, por lo menos tres meses y con la condición de que no traspasen los límites de la Provincia, a no ser que, por justa causa y a criterio del Definitorio, se decida que haya que tomar otra determinación,
• Que los Misioneros, para poder realizar su trabajo, se presenten ante al Sr. Obispo y obtengan, por escrito, su licencia y bendición y que mientras dure su apostolado se abstengan totalmente de pedir limosna y acepten sólo lo que les ofrezcan espontáneamente para su necesario y frugal alimento.
• Finalmente, preteriendo algunas otras disposiciones, que, mientras los Misioneros pasen su vida en el Convento observen y practiquen todos los ejercicios de la Comunidad, sin posibilidad de ningún tipo de dispensa, y que, diariamente, salvo los festivos, en los que no haya clases, impartan charlas de Teología mística, Moral y sobre los rudimentos de la fe.
BREVE CURRICULUM DEL FUNDADOR Y SU PIADOSO FALLECIMIENTO
El autor, contemporáneo de la fundación de este convento y que, posiblemente, llegase a conocer a su fundador, el tan mencionado Arzobispo Francisco de Perea y Porras, nos hace un elogioso panegírico del mismo en el que desgrana todos sus títulos y dignidades, así como sus profundos conocimientos, manifestando especialmente que, aún no había cumplido los dieciocho años, cuando ya era catedrático de Filosofía en la Universidad de Granada, Rector en el Consejo Mayor en el Colegio de Salamanca, donde impartía prestigiosas clases de Teología Escolástica, así como de Filosofía. En la Iglesia salmantina, fue elegido canónigo penitenciario y posteriormente Gobernador de la misma, en Sede Vacante. Fue nombrado Comisario del Santo Oficio y Calificador de la Santa Inquisición, consejero de los reyes Carlos II y Felipe V, Canciller de la Universidad de Salamanca, Obispo de Plasencia y, finalmente Arzobispo de Granada, ciudad y arzobispado en los que ejerció una magnífica labor pastoral que, al decir del autor, pasarán muchos años, antes de que deje de recordarse.
Fue inesperadamente atacado de una nueva y general enfermedad, solicitó, antes de su muerte, el seráfico hábito de la Orden Tercera que recibió humildemente en el palacio arzobispal de manos de Fray Isidoro de San Miguel. La enfermedad había llegado a su fase terminal, cosa que él reconoció, por ello pidió que se le reconfortase con la Sagrada Eucaristía, sacramento por el que sentía una especial veneración, tanta que no consistió recibirlo en la cama y, lleno de padecimientos, hizo que lo revistiesen con sus vestimentas arzobispales, en honor del Santísimo Sacramento, y de rodillas tomó la Sagrada Forma, al mismo tiempo que si cesar de derramar profusas lágrimas pedía perdón de sus errores a todos los asistentes y, a través de ellos, a todas las ovejas de su diócesis. Por la ardororísima devoción que le profesaba a María Santísima de las Angustias, pidió que lo sepultasen a sus pies bajo su Camarín. El día siete de Julio del mencionado año 1.733 abandonó esta vida, recibiendo solemne sepultura en la festividad del Príncipe de los Apóstoles.
A continuación el autor, muy agradecido a la liberalidad de tan insigne personaje, enumera algunos de los regalos, los más sobresalientes, con los que este piadoso varón obsequió al convento, y pasa seguidamente a relacionar buena parte de las obras escritas por este hombre insigne que no voy a caer en la tentación de desgranar.
También nos habla de un terrible terremoto que se produjo el diecinueve de diciembre del año 1.733 y de las perniciosas consecuencias para el convento, cuyas paredes se resquebrajaron, siendo las grietas de tal magnitud que los frailes podían hablar a través de ellas, de celda a celda y hasta pasarse algún utensilio de una a otra. Nuevamente se vio el cenobio favorecido por la Divina Providencia, pues los daños que ocasionó fueron de tal magnitud y afectó de tal manera a su estructura que, a juicio de los arquitectos, solamente un milagro había podido ser el causante de que éste, junto con la iglesia, no se hubiese derruido totalmente.
EL BROCHE FINAL
A pesar de que son muchos más los hechos y particularidades que el historiador, nos refiere, no deseo prolongar más esta comunicación, por lo que sólo voy a mencionar en último lugar que, al igual que en todos los conventos que he traducido, al final del mismo expone el catálogo de las reliquias que posee que, en este caso, son tantas que tiene que hacer una división entre las que están debidamente autenticadas por los correspondientes certificados que garantizan su legitimidad y las que, aunque considerándose verdaderas no tienen el aval correspondiente que aporte la certidumbre de su santa procedencia.
Por ultimo nos relata la vida de Fray Alfonso de San Miguel, ilustre fraile que habitó en este convento y cuya vida ejemplar y producción literaria fue un encomiable ejemplo para todos los que le conocieron. Nos expone el catálogo de todas sus muchísimas obras, dividiéndolo entre las publicadas y las no dadas a la luz, pero son tantas que, salvo a los muy interesados en ellas, llegaría a producirles hartazgo, por ello no cedo al impulso de reseñarlas.
Sí quiero añadir, por último, que de este convento seminario irradió un foco de luz que llevó paz y bien a toda la comarca por la que esparció sus santas y sabias enseñanzas que no son otras que las que les encomendó el Seráfico Francisco cuando fundó su benemérita Orden.



Priego de Córdoba, Agosto del 2001


Manuel Villegas Ruiz

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