10/8/08

EL CONVENTO DE LA MAGDALENA DE LOS FRANCISCANOS DESCALZOS DE ANTEQUERA SEGÚN UNA CRÓNICA LATINA INÉDITA DEL SIGLO XVIII

EL CONVENTO DE LA MAGDALENA DE LOS FRANCISCANOS DESCALZOS DE ANTEQUERA SEGÚN UNA CRÓNICA LATINA DEL SIGLO XVIII

La crónica de este convento de la Magdalena de Antequera, se encuentra inserta en un texto, escrito en latín, en el que se narran los anales de todos los Conventos Franciscanos Descalzos, de la Provincia de San Pedro de Alcántara desde que ésta se segregó, el nueve de enero del año 1661, de la Provincia de San Juan Bautista de Valencia. La coordenada temporal que abarca es, desde ese referido año, hasta la primera mitad del siglo XVIII, ya que los últimos datos que en ella se recogen corresponden al año 1747. La coordenada geográfica o espacial por la que se extiende es por toda Andalucía y algunos pueblos de Murcia y Albacete.
Como digo, la redacción esta expresada en lengua latina, posiblemente esta sea la razón por la que no haya sido publicada. El volumen consta de 842 páginas y comprende la historia, contada en anales, de diecinueve conventos.

ANÁLISIS FORMAL DEL TEXTO

No se si el autor fue el ejecutor material del texto que ha llegado a nuestras manos pero, en verdad, la caligrafía es de una factura inmejorable, con unos trazados firmes y seguros; los renglones son todos paralelos con una separación entre ellos de seis milímetros y el grosor de la letra es de un milímetro, lo que inequívocamente indica que tuvo que haber primero un texto redactado, que opino, en castellano, vertido al latín y finalmente la confección última, escrita ya con sumo cuidado y perfección. El copista, sea el compositor o no de la obra, demuestra ser un muy buen calígrafo y, como tal, para conseguir un trabajo de tan buena factura, además tuvo que utilizar falsilla con caja de renglones, pues si no es posible tal perfección en el trazado de las letras, en su regularidad y el total paralelismo de los mismos.
Tuvo que suponer un arduo esfuerzo copiar con tal perfección esta obra que, como hemos dicho, consta de 842 páginas en folio.
Por la esmerada factura y cuidadosa elaboración y por estar redactada íntegramente en latín, como ya hemos dicho, que sólo entendían y empleaban, ya en aquella época, escasas y selectas minorías, pensamos que esta crónica no estaba dirigida para uso común, pues no nos figuramos a la mayoría de los frailes, y menos aún a los legos, utilizando dicha Crónica. Por ello suponemos que iría destinada, aparte de perpetuar la historia de la Provincia Franciscana de S. Pedro de Alcántara, a alguna persona o personas a las que quisiese obsequiar con esta meritoria composición.
Es más, en la época que la escribe ya está compuesta en castellano la de Tomás de Montalvo, al que cita innumerables veces a lo largo de su escrito y la de Ginés García Alcaraz. Ambas, al estar en la lengua común, eran perfectamente utilizables por todo el que tuviese acceso a ellas; por lo que pensamos que el propósito del autor fue, como hemos dicho, componer una pieza histórica para solaz de los eruditos o posiblemente hacer un regalo a alguna persona importante entendida en latín.

OBSERVACIONES SOBRE EL TEXTO

El conocimiento que me da el haber ya efectuado la traducción de la historia de los conventos de Priego de Córdoba, Loja, Antequera y Albuñuelas, me faculta para asegurar, según mi criterio, que el contenido del volumen está escrito primero en castellano y después vertido al latín y que las dificultades de traducción que presenta, que no son pocas, quizá se deban a esta redacción inicial de la narración y su posterior vertido al idioma latino.
El plan de trabajo que desarrolla a lo largo del relato de los, hasta ahora conventos conocidos por mí y no tengo por qué pensar que en los otros sea distinto, es el siguiente:

1.- Un encabezamiento en el que expresa el nombre del convento sobre el que va a tratar y la localidad en la que se halla, pero sin especificar el nombre del santo o santa bajo cuya advocación se constituye, así sólo dice: Convento de Priego, Convento de Loja, Convento de Antequera, etc. A continuación indica el año de la fundación del mismo expresada según la era cristiana y los años transcurridos desde la fundación de la Orden por S. Francisco de Asís y los acontecidos desde la creación de la Provincia a la que el convento pertenece.
2.- Seguidamente inicia la narración de la historia del convento dividida en un número irregular de capítulos, al principio de los cuales expone un pequeño resumen de lo que va a tratar en cada uno, y en ellos desgrana, casi año por año, de ahí que la llame crónica, los sucesos acaecidos y los hechos vividos por los frailes del mismo, hasta prácticamente mediados el siglo XVIII.
3.- Define la ubicación geográfica del pueblo o ciudad, dando la distancia en leguas a otras localidades ya conocidas. En este caso de Antequera nos dice que se encuentra a trece leguas de Granada, quince de Loja, siete de Málaga y nueve de Priego y que pertenece al episcopado de Málaga, aunque se encuentra más hacia la parte de Granada.
4.- Seguidamente nos habla de su origen histórico y de quiénes fueron sus fundadores. Siempre tomando, según la antigua historiografía, a algún descendiente de Noé. Nos dice que Antequera recibe su nombre de la palabra antiquaria por la antigüedad de su fundación, ya que ésta tuvo lugar en el año 2.174 antes de Cristo y fue llevada a cabo, lo mismo que Loja, por unos caldeos compañeros de Túbal, nieto de Noé. A éste Túbal, según una periclitada visión de la Historia fue, a quien le cupo en suerte poblar España. También dice que se le conoce con el nombre de Singilia, voz tomada del río Xingili, o Genil, o porque, además la palabra Singilia, significa conservadora de antigüedades.
5.- Inmediatamente hace una somera descripción de la riqueza y productos de la localidad. Concretamente de Antequera nos refiere que, en su parte occidental, se cultivan olivos y vides, y que hay una gran profusión de huertas. Que al norte se extiende una gran llanura regada por un caudaloso río y que al sur, aproximadamente a media milla de la ciudad, se inicia una empinada cuesta que en su parte final forma un saliente donde, excavado por la naturaleza, existe un terrorífico antro de tres pies de largo y doce de cóncava profundidad que, dentro de sí, alberga en su parte más recóndita otra oquedad más reducida y con forma de ataúd. El interior de esta gruta estaba apenas tenuemente iluminado por una luz difusa que penetraba por una exigua rendija.


COMENTARIO AL LATÍN UTILIZADO

Como he dicho el texto está escrito íntegramente en latín, pero yo mantengo la opinión de que previamente fue redactado en castellano y después vertido a la lengua latina, para ello me baso en lo siguiente.
- En esta época, primer tercio, o primera mitad del siglo XVIII, la lengua oficial de la Iglesia sigue siendo la latina, pero no es de uso corriente en los conventos, por ello no es lógico escribir directamente en un idioma que ya no es de dominio general.
-A lo largo de toda la obra se encuentran bastantes palabras que, ya en el latín clásico son arcaísmos. En esto se nota que, dado su conocimiento del latín, intenta imitar a autores que, siendo de la época clásica, como Salustio, utilizaban esos mismos arcaísmos quizá por el prurito de manifestar el gran conocimiento que tenía de su idioma. Es como si hoy, ya a finales del siglo XX, un autor castellano emplease palabras del siglo XII o XVI que aunque sean del más puro castellano están en desuso.
- Aunque se nota gran fluidez en la expresión, hay veces que por imitar bien a Cicerón o César, sobre todo al primero, utiliza párrafos grandilocuentes en los que en muchas ocasiones se pierde en enrevesadas frases, cosa que no ocurriría si hubiese compuesto directamente el texto en latín.
- La mayoría de las veces, cuando emplea la tercera persona del plural del pretérito perfecto de indicativo de los verbos, utiliza la segunda forma en -ere, y no la de -erunt, que es no sólo la corriente en latín clásico sino la que permanece a lo largo del tiempo dando en castellano la terminación -aron -eron.
- Cuando emplea la palabra posada, que en latín clásico se dice deversorium, él utiliza diversorium, igual podemos decir del verbo infitior en el que emplea c en lugar de t. También en la palabra saltem sustituye la e por una i y escribe saltim.
Cuando utiliza fechas, unas veces las expresa en la forma latina, o sea, empleando Idus, Calendas o Nonas, según convenga, y otras las pone de la manera nuestra. Así nos encontramos en múltiples ocasiones que manifiesta una fecha diciendo: tertio nonas junii anni 1690, pridie Idus septembris anni 1692 o decimo sexto calendas octobris anni 1698 y otras veces dice die 27 octobris anni 1661. Ejemplos como éstos se encuentran a lo largo de toda la narración de cada uno de los conventos. Sin embargo cuando transcriba una Bula, un breve o algún Privilegio papal que, aunque está en latín, como idioma eclesiástico, se utiliza el modo de fechar actual, no lo modifica a la manera latina, como hubiese sido preciso, para ponerlo en un latín más clásico, sino que lo deja tal cual se encuentra en la redacción original.
También en ocasiones, creemos que para que no se le pueda tachar de poco conocedor del idioma de Cicerón, incurre en usos ya demasiado arcaicos o que no son correctos en una narración en prosa. Tal es el caso del empleo de la palabra queis que en latín clásico se corresponde con la segunda persona del singular del presente de indicativo del verbo queo que significa poder. Sin embargo hay un uso de esta palabra arcaico y sólo empleado en poesía, que expresa el dativo y ablativo del plural del pronombre relativo qui-quae-quod. Pues bien, en esta redacción, que es en prosa, él lo emplea de esta manera desusada y poética en lugar de utilizar quibus que es la forma normal y clásica de los casos referidos. Igualmente en más de una ocasión utiliza palabras demasiado rebuscadas, en desuso o con grafías no habituales, como ocurre con el verbo contionor que, siendo deponente, él lo utiliza en forma activa, o con illico, cuya manara de empleo habitual es ilico.
El autor está muy versado en latín y los autores que más hemos notado que influyen en él son: Cicerón, Cesar y Salustio. Así de Cicerón copia los grandes periodos oracionales con complicados hipérbaton que, a veces, son tan enrevesados e intrincados que hay que tener mucho cuidado para no perder el sentido de la frase. De César toma el tan conocido cum histórico, logrando los mismos resultados como con Cicerón. De Salustio toma los arcaísmos
A lo largo del texto podemos espigar bastantes ejemplos como los señalados que, no es que sean formas incorrecta, sino que, en la mayoría de los casos, ya en los años cuarenta o cincuenta, antes de nuestra Era, no se empleaban corrientemente por los que hablaban latín.
Todo esto no empece que sea un muy buen conocedor de la lengua latina, por ello precisamente la emplea, para dejar constancia de sus conocimientos, pero que para mí no hay duda de que no compuso la crónica directamente en este lenguaje.
Además debió de escribirla con el propósito de que la leyesen personas versadas en el idioma latino, ya que en esta época, mediados del siglo XVIII, éste sólo se utiliza en círculos muy reducidos de intelectuales y no como forma de expresión hablada corriente, sino como vehículo de comunicación utilizado en libros filosóficos, teológicos o científicos.
Para los que no sean asiduos asistentes a estos cursos de verano, los de este año son los sextos que celebramos, quiero decir que el trabajo que voy a exponer hoy, como los de los años anteriores, se basa en la traducción de la obra de un autor desconocido, pero ciertamente franciscano descalzo, en la que narra en latín y a modo de crónica, la historia de todos los conventos de los Franciscanos Descalzos en Andalucía, desde su fundación, hasta aproximadamente mediados del siglo XVIII.

Por si alguno de los presentes siente interés o curiosidad por el texto latino en el que, como he dicho, está escrita la historia de los referidos conventos, lo remito al bosquejo de estudio que sobre él efectué en la comunicación presentada en el primero de estos cursos, cuando hablé sobre el convento de Priego de Córdoba y que está publicada, junto con las de los demás conferenciantes, en el libro I Curso de Verano: El Franciscanismo en Andalucía. Cajasur Publicaciones, pág. 149 y ss.

El conocimiento que me da el haber ya efectuado la traducción de la historia de los conventos de Priego de Córdoba, Loja y Antequera, me faculta para asegurar, según mi criterio, que el contenido del volumen está escrito primero en castellano y después vertido al latín y que las dificultades de traducción que presenta, que no son pocas, quizá se deban a esta redacción inicial de la narración y su posterior vertido al idioma latino.

El plan de trabajo que desarrolla a lo largo de la narración en los, hasta ahora conventos conocidos por mí y no tengo por qué pensar que en los otros sea distinto, es el siguiente:

1.- Un encabezamiento en el que expresa el nombre del convento sobre el que va a tratar y la localidad en la que se halla, pero sin especificar el nombre del santo o santa bajo cuya advocación se halla, así sólo dice: Convento de Priego, Convento de Loja, etc. A continuación indica el año de la fundación del mismo expresada según la era cristiana y los años transcurridos desde la fundación de la Orden por S. Francisco de Asis y los acontecidos desde la creación de la Provincia a la que el convento pertenece..

2.- A continuación inicia la narración de la historia del convento dividida en un número irregular de capítulos, al principio de los cuales expone un pequeño resumen de lo que va a tratar en cada uno y en ellos desgrana, casi año por año, de ahí que la llame crónica, los sucesos acaecidos y los hechos vividos por los friles del mismo, hasta prácticamente mediados el siglo XVIII.

3.- Define la ubicación geográfica del pueblo o ciudad, dando la distancia en leguas a otras localidades ya conocidas. En este caso de Antequera nos dice que se encuentra a trece leguas de Granada, quince de Loja, siete de Málaga y nueve de Priego y que pertenece al episcopado de Málaga, aunque se encuentra más hacia la parte de Granada.

4.- Seguidamente nos habla de su origen histórico y de quiénes fueron sus fundadores. Siempre tomando, según la antigua historiografía, a algún descendiente de Noé. Nos dice que Antequera recibe su nombre de la palabra antiquaria por la antigüedad de su fundación, ya que ésta tuvo lugar en el año 2.174 antes de Cristo y fue llevada a cabo por unos caldeos compañeros de Túbal, nieto de Noé. A éste Túbal, según una periclitada visión de la Historia fue, a quien le cupo en suerte poblar España. También dice que se le conoce con el nombre de Singilia, voz tomada del río Xingili, o Genil o porque, además la palabra Singilia, significa conservadora de antigüedades.

5.- Inmediatamente hace una somera descripción de la riqueza y productos de la localidad. Concretamente de Antequera nos refiere que, en su parte occidental, se cultivan olivos y vides, y que hay una gran profusión de huertas. Que al norte se extiende una gran llanura regada por un caudaloso río y que al sur, aproximadamente a media milla de la ciudad, se inicia una empinada cuesta que en su parte final forma un saliente donde, excavado por la naturaleza, existe un terrorífico antro de tres pies de largo y doce de cóncava profundidad que, dentro de sí, alberga en su parte más profunda otra oquedad más reducida y con forma de ataúd. El interior de esta gruta estaba apenas tenuemente iluminado por una luz difusa que penetraba por una exigua rendija.

EL CONVENTO DE ANTEQUERA

La historia de este convento la inicia en el año 1.570 y nos refiere que en esta ciudad vivía un comerciante muy rico, llamado Ildefonso Álvarez de Tejada. Éste, en una arriesgada operación comercial perdió toda su fortuna además del dinero que, por su consejo, habían invertido en ella otros acreedores suyos. Lleno de pavor y temiendo a la miseria y a los perjuicios que pudieran causarle las personas que habían arriesgado su dinero, cierta noche, subrepticiamente, abandonó el pueblo con la sola compañía de una pintura de Santa María Magdalena, realizada en una pequeña tabla de medio codo de alto por un tercio de ancho. Esta devoción a la penitente del Evangelio fue la que lo salvó, ya que durante toda la noche, aterrorizado y temeroso de cualquier ruido, anduvo errante por el paraje en el que se encuentra el antro antes descrito. Durante este desorientado caminar, compelido por el amor que profesaba a la Magdalena, no dejaba de suplicarle con lágrimas y dolorosos gemidos nacidos de lo más hondo de su corazón, que lo socorriese en la onerosa desgracia que soportaba y que le diese alguna señal en la que viese que el amor de su vida no lo abandonaba. La Magdalena, según se cree, no desamparó a su fiel y rendido devoto que, en horas de tan funesta y negra desesperación, sólo se acordaba de ella a la que suplicaba con todas sus fuerzas. Por ello fue guiando sus pasos en aquella tenebrosa noche, de forma que, al amanecer, se encontró frente a la tétrica caverna que hemos descrito.

La pequeña abertura por la que se podía penetrar en ella, apenas daba cabida al paso del cuerpo de un hombre de complexión normal. Además estaba casi cegada por matorrales de zarzas y espinos que, ante ella, crecían con profusión. Como pudo y lastimándose dolorosamente, se abrió paso y accedió a la horripilante caverna que sería su refugio, según creía, para el resto de sus días. Aquí se sintió seguro y a salvo. Tras descansar malamente, después de la noche de angustias y zozobra que había padecido, meditó sobre la situación tan miserable en la que se encontraba y cómo podría sobrevivir sin tener contacto con el resto de los mortales. Esto último era de todo punto imposible, pues necesitaba alimentarse aunque fuera escasamente. Para ello no le quedaba más solución que mendigar. Así, todas las noches, disfrazándose lo mejor que podía, se acercaba al pueblo, donde recibía la caridad de sus habitantes, sin que éstos se percatasen de que, debajo de aquellas harapientas ropas, se encontraba quien había sido uno de los más poderosos e influyentes ciudadanos de Antequera.
Durante tres años vivió en esta mísera caverna, dedicado a la oración y a la penitencia, aumentando cada día más, si ello fuese posible, el inmenso amor y devoción a María Magdalena a la que imitaba en el dolor y arrepentimiento de sus pasadas culpas.

LA REPARACIÓN

Por aquel entonces vivía en la ciudad de Antequera cierto Racionero, cuyo nombre se desconoce, de la iglesia Colegiata. Era un varón de probadas virtudes y lleno de sabiduría por el que sentía gran admiración nuestro Ildefonso y a él solamente le había confesado su situación y el lugar en el que se encontraba escondido, así como su gran deseo de perfeccionarse espiritualmente y avanzar en el camino emprendido de su renuncia al mundo y sus vanidades. La ecuanimidad y sabiduría de este Racionero lo llevaron a aconsejarle que la prioridad más importante que tenía que poner en práctica era resarcir, en la medida de lo posible, a los acreedores perjudicados y posteriormente, ya con la conciencia tranquila, emplearse con todas sus fuerzas y dedicar toda su tenacidad y empeño al perfeccionamiento espiritual que tanto deseaba.

Dada su buena disposición y su confianza absoluta en su director espiritual, Ildefonso se aplicó, con todo el entusiasmo de que era capaz, a reparar el daño causado a sus acreedores. Según nos cuenta el cronista, dedicó a ello casi tres años, resolviendo de todas las maneras posibles, las múltiples y fuertes querellas con las que lo acosaron todos sus acreedores. Cuando todos los problemas económicos derivados de la pérdida del negocio, sufrida hacía tanto tiempo, y sus demandantes quedaron satisfechos, el Racionero le pidió a Ildefonso que, ya que estaba todo zanjado, volviese a casa, comenzase de nuevo y volviese a vivir una vida normal, de acuerdo con su rango. Lejos de ello, nuestro penitente, hastiado del mundo, de sus veleidades y miserias, decidió proseguir en el camino de la perfección iniciado y retirarse para siempre a su inhóspita y solitaria cueva y allí, inflamado por el espíritu celestial, emplearse con todas sus fuerzas a la meditación y perfeccionamiento con la ayuda de la Magdalena a la que, cada día se sentía más unido, por su devoción. Vestido con un saco de penitente, se presentó ante sus conciudadanos de los que se despidió para recluirse en lo que él consideraba su ermita. Éstos, desde aquel día, comenzaron a referirse a él llamándolo como Ildefonso de Jesús. No todos pensaron benigna y magnánimamente sobre la decisión que había tomado, hubo más de uno que consideró que este cambio de vida se debía a un propósito oculto y siniestro. Estos malévolos y mal pensantes tuvieron que convencerse de la pureza de intenciones de nuestro ermitaño, al observar los grandes ejemplos de virtud y sacrificio que éste mostraba. Deseosos de imitar su vida y su ascetismo, al poco tiempo, se le unieron diez compañeros más con los que se formó una pequeña comunidad de ermitaños que procuraba, día a día, conseguir el camino de la perfección.

LA CAPILLA

La vida que llevaban estos anacoretas era ejemplar por su ascetismo, su sacrificio y oración, pero les faltaban dos cosas que fervientemente anhelaban: una era poseer una pequeña iglesia en la que pudiesen oír misa diariamente y la otra recibir frecuentemente el Santo Sacramento de la Comunión. Para conseguirlo, Ildefonso de Jesús se entrevistó con su venerado Racionero al que solicitó su ayuda para la consecución de su propósito. Éste, tras escuchar sus ruegos, lejos de incomodarse o considerarlos disparatados, movido por esta piedad tan digna de encomio, no sólo los acogió benévolamente, sino que se mostró dispuesto a ayudarle en todo aquello en lo que él pudiese. Llenos de esperanza y deseosos de conseguir lo que tanto deseaban los ermitaños, ambos se dirigieron a Málaga para exponer sus aspiraciones al Obispo de esta ciudad, D. Francisco Pacheco de Córdoba quien, velando por la salud espiritual y corporal de los anacoretas, no sólo les concedió que pudiesen levantar una pequeña iglesis o capilla, sino que también los autorizó para que edificasen una vivienda digna y común para ellos.

En el año 1.585, con la ayuda económica del Racionero y las limosnas conseguidas mendigando, comenzaron a erigir una pequeña iglesia con su correspondiente sacristía y una reducida vivienda para los ermitaños, compuesta de un dormitorio dividido en celdas individuales, un refectorio común, una cocina, una cuadra y un pajar. Todo esto lo levantan en una planicie situada a unos cincuenta pasos de la cueva en la que moraban, entre las cumbres de los montes y junto al arroyo Alcazabal.

Las dimensiones que nos da el cronista para la iglesia y el dormitorio, pues las de los otros cuerpos no las menciona, las considero, por lo exiguas, que contienen algún tipo de error. Para dar la medida de largo y ancho, tanto de la iglesia como del dormitorio, utiliza la palabra latina ulna. Esta en castellano tiene el significado de codo. El codo equivale, poco más o menos, a cuarenta y dos centímetros. Pues bien, él nos dice que la capilla y el dormitorio, ambos iguales, medían veinte codos de largo por seis de ancho. Esto, transformado en metros, equivale a 8,40 mts. Por 2,52, mts. Que, una vez multiplicados entre sí, nos darían una superficie de veintiún metros. Este espacio para la capilla, lo considero exiguo, aunque podría ser suficiente para que en ella asistiesen a los actos litúrgicos once personas que son los ermitaños que, según nos dice, componían la pequeña comunidad. Para el dormitorio, creo que es un espacio insuficiente, pues si se dividen los veintiún metros cuadrados entre once, nos da menos de dos metros cuadrados para cada celda, sin descontar lo que se perdiera por el grosor de los tabiques y un pasillo para poder acceder a las celdas. Sin embargo en la crónica de este mismo convento escrita en castellano por el R. P. Fray Ginés García Alcaraz, O.F.M. las medidas se expresan en varas. La vara castellana equivalía a 0,835 mts., por lo que la superficie de los edificios mencionados ocuparía aproximadamente ochenta y tres metros cuadrados y medio, espacio que, sin ser excesivamente grande, está más de acuerdo con el número de personas que iban a utilizarlo. La palabra vara se dice en latín, virga, ferula o fustis y, aunque los romanos no la empleaban para expresar medidas, bien podría haberla utilizado el autor de la crónica, para no dar lugar a confusiones innecesarias.

En el año 1.587 culminaron la construcción de la capilla a la que inmediatamente trasladaron el cuadro de la Magdalena, objeto de su veneración, aunque más tarde lo sustituyeron por una imagen de mayor valor artístico. Para amueblar el resto de la capilla y las demás dependencias tuvieron que transcurrir algunos años, aunque pocos, pues los eremitas no contaban nada más que con lo que conseguían mendigando y con las donaciones que les hiciesen.

La vida de estos ermitaños y de los que posteriormente se iban incorporando transcurría de forma apacible y tranquila, sin más preocupación que la entrega al trabajo, al ayuno, a la penitencia y a la oración de forma que llegaron a darse casos milagrosos obrados por ellos y la intervención de Santa María Magdalena. Esta fama de piedad y pureza de costumbres atraía hacia el Santuario a muchísimos fieles que venían a buscar consuelo espiritual y también a cumplir los votos y promesas que habían hecho a la Magdalena.

Aunque contaban con una capilla, no disfrutaban de la Santa Misa ni de la Sagrada Eucaristía, por lo que tenían que desplazarse los días festivos a Antequera, con las consiguientes molestia que ello comportaba. En el año 1.613, el presbítero D. Cristóbal Peláez, impelido por su piedad, fundó de su propio peculio una capellanía en la capilla del eremitorio, para que todos los días festivos del año, se celebrase en ella la Santa Misa. El deseo más fuerte que tenían los ermitaños era poder gozar de que el Santo Sacramento Eucarístico permaneciese constantemente custodiado en el Sagrario. Los Obispos malagueños se habían opuesto tenazmente a la solicitud hecha en tal sentido, por lo que el capellán del eremitorio, sin que el Obispo lo supiese, escondía la Sagrada Eucaristía en un lugar que, para ello, habían preparado y de esta manera los ermitaños velaban ante ella en oración, repartiéndose en turnos las horas del día y de la noche para que continuamente hubiese uno rezando ante ella.

Por fin en el año 1.644 el Obispo de Málaga, D. Antonio Enríquez, movido por los continuos sacrificios de estos eremitas y por los proclives deseos de sus capellanes, concedió permiso para que la Eucaristía permaneciese en la capilla del Eremitorio, lo que ocasionó un indescriptible gozo e inmensa satisfacción a sus moradores.

LA PESTE

La fama de este pequeño santuario se había extendido casi por toda Andalucía, de forma tal que, cuando esta región, lo mismo que casi todas las del resto de España, se vio asolada por la peste en 1.648, un cierto Padre Cárdenas, párroco de la iglesia de S. Pedro Apóstol de Sevilla, que sufrió este nefasto mal y estando ya sin esperanza de vida, decidió peregrinar, a pesar de los peligros del viaje, a Antequera y solicitar a María Magdalena su curación. Una vez allí, inició una novena en honor de la Santa a la que prometió un regalo, si alejaba de él la enfermedad. La sanación se produjo casi de inmediato, con gran asombro de los presentes. La novena la culminó devotamente y agradecido quiso cumplir la promesa que había hecho, pero como sólo había manifestado que haría un regalo sin especificar de qué se trataría, lo embargaba la confusión sin saber por qué habría de decidirse. Nadie supo aconsejarle qué podría donar. Reunido en oración con los ermitaños y el capellán de los mismos, de pronto, éste último, como si hubiese sido inspirado por el Cielo, manifestó la voluntad de la Magdalena, diciendo que en Sevilla había un escultor muy hábil y famoso que estaba labrando una imagen de Jesucristo crucificado y qué otra cosa mejor que ponerla junto a la de la Santa, ya que ésta en vida de Jesús lo había tenido de huésped en su casa y no lo había abandonado cuando lo colgaron en la cruz. El sacerdote sevillano, ya sanado y de nuevo lleno de fuerza volvió a Sevilla acompañado de los ermitaños, D. Juan Portillo de Grijalba y D. Diego de Jesús para que, una vez terminada la sagrada imagen, la transportasen al Eremitorio. Este hecho tuvo lugar el trece de septiembre del año 1.651 y el mencionado párroco sevillano satisfizo todos los gastos que, tanto la imagen, como su traslado ocasionaron. Ya en la capilla, bajo la advocación de Cristo de las Penas, fue colocado solemnemente junto a la Magdalena y en presencia de una gran multitud de antequeranos que, llenos de gozo, habían acudido a aquel lugar para congratularse con los eremitas. Inmediatamente los habitantes de Antequera y de todos los lugares aledaños comenzaron a experimentar por este Cristo de las Penas una gran devoción comparable, en tanto o más, con la que, hasta la fecha, habían sentido por María Magdalena. Nos dice el autor de la historia que, hasta sus días, cierra la crónica en el año 1.740, la devoción a dicha efigie se ha mantenido como en el primer día o quizá más, lo que se demuestra en la gran multitud de fieles devotos que acuden continuamente para cumplir sus promesas o pedir nuevos favores, ya que se han dado multitud de casos de curaciones milagrosas, como ciegos que han recuperado la vista, sordos que volvían a oír o mudos que comenzaban a hablar e infinidad de prodigios y curaciones inexplicables que las patentizan los muchísimos exvotos, recuerdo de tantas curaciones, que penden de las paredes de la iglesia.

Como si los ermitaños hubiesen estado esperando la llegada del Cristo para acelerar sus avances en el camino de la perfección, a partir de este momento, se esforzaron, cada vez más, en llevar una vida más severa y sacrificada. Para ello se dieron unas nuevas y rígidas reglas que el Obispo de Málaga, D. Diego Martínez Zarosa, aprobó de viva voz en el año 1.650 y, transcurridos unos años, fueron confirmadas por escrito en 1.659, por el Dr. D. Ildefonso Gutiérrez Montalvo, canónigo de la catedral malagueña y vicario jurídico del Obispado. Este esfuerzo constante por la perfección y la fama de los milagros del Cristo de las Penas y de la Magdalena crecieron de tal manera que el Papa Clemente X, el día 25 de abril del año 1.673, concedió indulgencia plenaria durante siete años, a todos los fieles cristianos que visitasen esta iglesia el día 14 de septiembre, y el Papa Inocencio XI la confirmó por otros siete años, el treinta de julio del año 1.679.

LA CAIDA

Si el Papa Inocencio XI hubiese sabido lo que venía ocurriendo allá por el año 1.678 con toda seguridad que no hubiese confirmado el privilegio otorgado al Santuario por su predecesor Clemente X. Reza un antiguo adagio latino corruptio optima pessima est. Traducido al castellano significa que la corrupción de lo mejor es lo peor. El cronista nos dice que Satanás, envidioso de la vida de santidad y sacrificio que llevaban los ermitaños, junto con su cohorte de diablos, se propuso perderlos y arruinar aquel foco resplandeciente de virtudes. Por ello, una vez fallecidos los fundadores y desaparecidos sus sucesores, por estas fechas habían transcurrido poco más o manos cien años desde que Ildefonso de Jesús decidiese llevar una vida solitaria de oración y recogimiento, las costumbres se fueron relajando y la molicie y la ociosidad, con sus perniciosas consecuencias, se fueron adueñando, poco a poco, de los componentes de aquella comunidad y, al decir del cronista, Satanás los indujo, cada vez más, por el camino de la perdición, convirtiendo lo que había sido un recinto de santidad en una cueva de ladrones que acogía todo tipo de maldad.

El Obispo de Málaga, Fray Ildefonso de santo Tomás, conocedor de las vilezas que en aquel lugar antes santo se cometían, fue a visitarlo y encontró que aquellas mansiones religiosas habían sido profanadas. Inmediatamente decretó la expulsión de todos los ermitaños, incluido su capellán, y se llevó a Antequera las sagradas imágenes y los objetos sagrados, mandando destruir la Capilla y el Eremitorio. No obstante, la intervención de algunas personas nobles antequeranas le hizo cambiar su primer propósito y consintió en que permaneciesen en aquel lugar uno de los expulsados, el que menos escándalos había dado, junto con dos nuevos ermitaños, así como el capellán, a quienes devolvió la mayor parte de los enseres sacros requisados, bajo la amenaza de que, a la menor desviación del camino de la perfección, serían nuevamente expulsados, esta vez sin apelación alguna. A pesar de esta severa admonición, a principios del año 1.685 volvieron a desviarse muy gravemente de la Ley divina, por lo que, ya definitivamente todos fueron separados de aquel lugar. La vida eremítica en este desierto había durado aproximadamente ciento diez años.




LOS FRANCISCANOS DESCALZOS

Mientras esto ocurría con los ermitaños, nos refiere al cronista que, a pesar de que en Antequera existían muchos conventos de frailes, puesto que la ciudad se vio atacada por una violenta epidemia de peste, tanto el referido Obispo, como el Ayuntamiento antequerano, solicitaron del Provincial de los Descalzos, Fray Pedro de Córdoba, el envío de algunos frailes para que atendiesen a los enfermos, bien en el hospital, bien en las propias casas de los afectados por el mal, cosa a la que accedió gustosamente el mencionado Provincial. El Ayuntamiento, agradecido por los inestimables servicios que los frailes habían prestado a la ciudad y las muestras de abnegación y sacrificio de que habían sido capaces, determinó que éstos se quedasen en ella y solicitó al provincial que levantase allí un convento, cosa que el Regimiento municipal venía deseando desde el año 1.679. Fray Pedro de Córdoba, aprovechó esta oportunidad y pidió al Obispo de Málaga autorización para fundar en Antequera un cenobio. Éste, lejos de negarse a ello, no sólo le dio la autorización, sino que libre y voluntariamente, le ofreció la capilla de la Magdalena y el Eremitorio con todas sus pertenencias, tanto sagradas, como profanas.

Con la autorización por escrito dada por el Sr. Obispo, fray Pedro de Córdoba se dirigió al Ayuntamiento de Antequera que le otorgó los permisos necesarios en el mes de enero de 1.680, o sea, cinco años antes de la expulsión definitiva de los ermitaños. A pesar de contar con los permisos necesarios, eclesiásticos y civiles, los superiores de la Provincia franciscana de S. Pedro de Alcántara implicados, como estaban, en la fundación del convento de Málaga, difirieron por el momento la erección del de Antequera.

En el año 1.684 esta Provincia ya estaba en condiciones de iniciar la fundación en Antequera, por lo que solicitó al Papa Inocencio XI la correspondiente autorización que éste le otorgó el cinco de agosto del mismo año, con un escrito que el autor incluye en la crónica.

Más arriba hemos referido que por el año 1.685 los ermitaños comenzaron a desviarse nuevamente del camino de la rectitud, por lo que el Obispo de Málaga, el referido Fray Ildefonso Enríquez de Santo Tomás, instó nuevamente al Provincial Franciscano, Fray Ildefonso de Segura a que fundase el mencionado convento y lo convenció para que solicitase nuevamente los permisos pertinentes. Para ello, el Obispo prestó toda su influencia y escribió una carta personal a cada uno de los componentes del Consejo real de Castilla el cual obtuvo la solicitada autorización del rey Carlos II, el seis de marzo de 1.686.

Una vea conseguido el permiso real, la fundación del convento se aceleró grandemente. El Obispo de Málaga recibe este permiso el once del mismo mes, inmediatamente se lo comunica al Provincial franciscano, Fray Ildefonso de Segura que casualmente se encontraba en Málaga, y el mismo día firmó unos nuevos decretos por los que volvía a entregar a los religiosos de la Provincia de San Pedro de Alcántara la capilla de Santa María Magdalena, los aposentos de los ermitaños, así como todas sus pertenencias que constaban en el inventario llevado a cabo en su día. Los ermitaños y su capellán quedaban expulsados inapelablemente por los hechos tan graves que habían cometido y no se les dejaba posibilidad de reclamación alguna, además eran amenazados con la pena de excomunión, si se resistían a lo ordenado por el Sr. Obispo. Éste para la ejecución de lo decretado, comisionó al Notario Mayor, D. Juan de Cuenca y Rute a quien le otorgó su pleno poder. Para la toma de posesión de los lugares y bienes mencionados, el Provincial Franciscano, Fray Ildefonso de Segura, nombró comisario a Fray Pedro de Córdoba, ex custodio y padre de la Provincia quien juntamente con los confesores Fray Gregorio Rodríguez y Fray Francisco de Rojas, el corista Fray Tomás de Montalvo y el lego Fray Francisco Oliver, juntamente con el mencionado Notario se dirigió, desde Málaga, al eremitorio al cual llegaron a la hora del Angelus, tomando por sorpresa a los ermitaños.

El notario comunicó a éstos lo decretado por el Obispo y ellos obedecieron sin ninguna contradicción. Aquella misma noche el notario hizo entrega a los franciscanos descalzos, que con él habían ido, de todas las pertenencias y de los aposentos que habían pertenecido a los ermitaños, según lo decretado por el Prelado. El comisario franciscano, distribuyó a continuación los distintos cargos conventuales entre cada uno de los hermanos que le habían acompañado y confirmó, como titular del nuevo convento a Santa María Magdalena, y al día siguiente consagró la capilla para poder restaura en ella la Sagrada Eucaristía.




OPOSICIÓN A LOS DESCALZOS

Hubo un pequeño rechazo por parte de los superiores de los demás conventos de frailes a esta toma de posesión de los franciscanos descalzos y el Prior de los Dominicos, en nombre y representación de ellos, envió un escrito al Obispo de Málaga en el que le decía que en Antequera ya había diecisiete conventos que con grandísima pobreza trabajaban en la desaparición de las miserias y que estaban dispuestos a presentar litigios jurídicos para impugnar esta apropiación de la sede de los eremitas. El Obispo, no sólo se opuso férreamente a estas pretensiones, sino que ordenó al vicario y tesorero de la ciudad que, del erario episcopal, entregase a los hermanos descalzos todas las cosas que necesitasen. Al ver que no podían conseguir nada por este camino, se enfrentaron personalmente con el Superior Franciscano, en una reunión que éste celebraba con sus frailes, pero fueron derrotados dialécticamente, por lo que no volvieron a intentar nada más en contra de los nuevos frailes.

LA ENFERMEDAD

El comisario Córdoba fue elegido como Guardián del Convento-Eremitorio, el trece de mayo de 1.686. Cuando con las limosnas de los bienhechores malagueños y antequeranos preparaba la morada de los ermitaños para transformarla en un pequeño convento y hacerla más habitable para los frailes, se vio atacado por unas fiebres malignas. Por encontrarse el convento lejos de la ciudad y no tener en ella ninguna enfermería, por consejo de los médicos hubo que llevarlo al convento de Loja. La enfermedad también había afectado al resto de los hermanos por lo que, para cuidarlos y asistirlos, el Provincial dispuso que frailes de Loja se trasladasen al eremitorio. Esto no dio resultado, pues, además de lo alejado que se encontraba de Antequera, este lugar presentaba unas carencias tales que impedían la pronta y feliz recuperación de los enfermos, por ello fue necesario alojar a unos en domicilios de piadosos seglares antequeranos y a otros en el convento de Loja.

Esta enfermedad ocasionó la muerte a muchos frailes durante aquel año y en el siguiente y el Obispo de Málaga dolido por lo mucho que estaban sufriendo, nuevamente dio instrucciones a su tesorero para que les entregase cuant5o fuese necesario, ya se tratase de alimentos, ya de medicinas.

LA ENFERMERÍA

En el año 1.687 la comunidad ya se encontraba saludablemente restablecida y el Obispo de Málaga y el Ayuntamiento de Antequera, queriendo evitar un nuevo caso de penuria como el que habían sufrido los frailes, presionaron al Provincial descalzo, Fray Ildefonso de Segura, para que levantase una enfermería dentro de la ciudad. El Capítulo Provincial dio su conformidad a la creación de la misma y ésta fue instalada en una casa de la calle Fresca, que les había sido donada a los hermanos por D. Pedro del Rosal Trujillo, alcalde Mayor de la villa de Tapia Toparca y patrón del convento franciscano de dicha localidad. La toma de posesión de esta casa-enfermería, por mandato del Provincial, Fray Manuel Ramírez, se llevó a cabo el día seis de Julio del año 1.688, tras nuevamente vencer alguna pequeña oposición presentada por los superiores del resto de los conventos antequeranos. También por motivos de salubridad, la enfermería tuvo que ser trasladada del emplazamiento inicial a una nueva casa, más amplia, que mandó comprar el Provincial, Fray Francisco Durando, por diecisiete mil reales y que fue adquirida a Dª. Teresa de Montemayor que la poseía por la muerte de su esposo, D. Juan Durán de Ocón. El cronista nos dice que, cuando narra estos hechos, la enfermería todavía se encuentra instalada en esta casa.

EL NUEVO CONVENTO

Los problemas de la falta de espacio, la incomodidad y hasta la carencia de higiene que padecían los frailes que moraban en el eremitorio-convento, les ocasionaban múltiples sufrimientos y molestias de todo tipo que, en muchos casos, eran el origen de las enfermedades por las que estos pobre frailes se veían aquejados. Por ello, fray Juan de Monreal, que había sido elevado a la Prefectura el cuatro de Julio del año 1.690, consideró que era totalmente necesario el traslado de los frailes a otro lugar. Para ello se hizo un concienzudo estudio de salubridad del terreno que dio como resultado lo inadecuado del mismo. Tanto el Provincial Jaimes, como el Definitorio, pidieron insistentemente al Ayuntamiento de Antequera un lugar más amplio, distante unos ciento cincuenta metros del anterior, en el que poder edificar el nuevo convento. A esta petición al ayuntamiento se oponen algunos concejales del mismo defendiendo los intereses de los superiores de los demás conventos y, a pesar de los informes favorables de D. Jerónimo Francisco de Rojas, Marqués de la Roca de los Amantes, y de D. Ramiro Yanes, por el momento consiguen su propósito, es decir, que el Ayuntamiento antequerano no otorgue a los descalzos la deseada autorización.

Nuevamente el Obispo de Málaga sale en defensa de sus, al parecer, preferidos descalzos. Con motivo de un proceso de dicho Obispo en el que testificó valientemente el Guardián Franciscano, éste agradecido escribió al Ayuntamiento de Antequera conminándolo a que diese el permiso que los frailes solicitaban y además le decía que, si fuese necesario, él iría y con sus propias manos iniciaría la excavación de los cimientos para el convento. El Consistorio antequerano, no sólo dio su autorización, sino que cedió los terrenos que también le habían pedido en los que los frailes pudiesen levantar la nueva obra y ampliar el convento. Antes, éstos se habían comprometido en escritura pública a no causar ningún daño ni perjuicio al arroyo Alcazabal que, como recordamos, lindaba con los terrenos del eremitorio.

Obtenido el permiso y los terrenos, los frailes se ven favorecidos nuevamente gracias a la munificencia de D. Luis Ignacio Pareja, Alcalde Mayor de Archidona, quien en un rasgo de generosidad, les concede a los frailes descalzos nueve mil reales, cuatro mil como donación y cinco mil en calidad de préstamo, para que pudiesen iniciar las obras del nuevo convento. Éstas se comenzaron inmediatamente, de forma que, el día diecinueve de marzo del año 1.691, se colocó la primera piedra del nuevo cenobio. La inscripción recordatoria que se esculpió en la misma reza así:

EN NOMBRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CRUCIFICADO. AMEN

PARA QUE SEA CONOCIDO EN LOS SIGLOS VENIDEROS, QUE EN EL AÑO DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR 1.691, EN EL DÍA 19 DEL MES DE MARZO, SIENDO ALEJANDRO VIII PONTÍFICE MÁXIMO DE LA IGLESIA UNIVERSAL, CATÓLICA APOSTÓLICA ROMANA Y REY DE LAS ESPAÑAS EL ÍNCLITO CARLOS II Y DIGNÍSIMO OBISPO DE LA DIÓCESIS MALAGUEÑA, PROTECTOR PADRE Y BENEFACTOR AMANTÍSIMO DE NUESTRA POBRECITA FAMILIA EL ILUSTRÍSIMO SEÑOR DOCTOR FRAY ILDEFONSO ENRÍQUEZ DE SANTO TOMÁS Y PASTOR VIGILANTÍSIMO DE TODA LA GREY SERÁFICA P.F.N. JUAN ALBÍN Y MINISTRO PROVINCIAL DE NUESTRA PROVINCIA DESCALZA DE SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, EL RECTÍSIMO C.P.F.N. FRAY FRANCISCO JAIMES Y EL DE MUCHAS MANERAS INDIGNO GUARDIÁN DE ESTE CONVENTO DE LA PENITENTE GLORIOSA MARÍA MAGDALENA, FRAY JUAN DE MONREAL: CON ESTA PIEDRA PUSIMOS LOS PRIMEROS CIMIENTOS PARA HONOR Y GLORIA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, DEL CRISTO DE LAS PENAS Y DE NUESTRO PADRE SERÁFICO FRANCISCO Y DE PEDRO DE ALCÁNTARA Y NO MENOS DE NUESTRA PATRONA Y AMANTÍSIMA PENITENTE SANTA MARÍA MAGDALENA BAJO CUYA AYUDA, AUXILIO Y PATROCINIO ÚNICO CONSAGRAMOS FELIZMENTE Y CON ALEGRÍA TODA LA OBRA, PONIENDO NUESTROS CORAZONES COMO PIEDRAS DE SOSTÉN. HÁGASE, HÁGASE. AMEN.
ARTÍFICE PRIMARIO DE ESTA OBRA FRAY JUAN CANO, HIJO DE LA MISMA PROVINCIA DE ANTEQUERA Y LA ESCULPIÓ EL NOVICIO DE ESTE CONVENTO ANTONIO DE AGUILERA.

Además de la mencionada donación, los hermanos se vieron favorecidos con las importantes dádivas siguientes con las que pudieron continuar las obras:

D. Andrés de Luna, concejal de Antequera y Síndico de los frailes descalzos, al fallecer, el catorce de septiembre del año 1.692, les donó un legado de cinco mil ochocientos reales de vellón.
El Duque de Sesa, los obsequió con un pagaré por tres mil reales de vellón que les otorgó en el mes de diciembre del mismo año.

Posiblemente más importante que estas donaciones fue el hallazgo en los terrenos en los que se realizaban las obras de un manantial de agua potable. Cuando los obreros trabajaban encontraron una enorme y pesada roca que no pudieron remover con el esfuerzo humano. Recurrieron a picarla y colocarle barrenos con lo que llegaron a fraccionarla lo suficientemente como para que, con una fuerza impetuosa, manase de debajo de ella un gran venero de agua pura y potable que subvino todas las necesidades que eran muchas, las que tenían los frailes de tan preciado líquido. En las fechas en las que la crónica fue escrita, todavía seguía manando dicha fuente con el mismo vigor que en el día en el que apareció.

EL PATRONAZGO DEL CONVENTO

La viuda del síndico del convento, el referido D. Andrés de Luna, Dª Inés Paula Pimentel y su hijo, D. Tomás Francisco de Luna y Pimentel, deseaban fervientemente ser nombrados patronos de dicho convento y lo habían solicitado reiteradamente. El Provincial, Fray Francisco Durán y el Definitorio, se vieron obligados, también como agradecimiento a muchísimos favores espirituales y corporales que, de la familia referida habían recibido los frailes, a otorgarles el tan deseado Patronato bajo las condiciones siguientes:
Por parte de los Patronos:

Donación al convento por una sola vez de dos mil ducados
Regalo de cuatro ánforas de aceite anuales para la lámpara del Sagrario.
Obsequio de doce libras de cera blanca, también anuales para la iluminación del Monumento.

Por parte de la Comunidad:

Que los Patronos pudiesen colocar en la capilla mayor el escudo familiar.
Que pudiesen disponer para su uso de un sillón con cojines y alfombra en la iglesia.
Los frailes, tras la muerte de los Patronos, ofrecerían los siguientes sufragios:
Una misa cantada en el día de su aniversario
Misas rogatorias en el día de la Concepción y en el día de S. Francisco de Asís.
El Patrón o aquella persona en la que él delegase podría portar el estandarte sagrado en el quinto día feriado de la Semana Mayor y en las fiestas solemnes privadas del convento.
En el caso de que el convento se trasladase intramuros de Antequera, ellos seguirían ostentando el Patronazgo de dicho convento.
En el Año 1.698, el Guardián del Convento-Eremitorio, decidió, por las muchas incomodidades que los hermanos sufrían en él, trasladar la comunidad al nuevo convento, aunque éste aún no estuviese totalmente concluido. La congregación que estaba compuesta por unos treinta hermanos, realizó su desplazamiento el día diecisiete de octubre del referido año.

Otro benefactor importante del convento fue D. Cristóbal González, vecino de Antequera, que había pedido a los frailes muchas veces que lo nombrasen patrón, ya que no del convento, al menos, de la capilla de la iglesia que estaba dedicada a S. Pascual. Para dar más fuerza a sus ruegos, hizo donación a los hermanos de tres mil reales de vellón para que terminasen definitivamente dicha capilla y la exornasen adecuadamente, y además les donó cuarenta ducados anuales que serían empleados en mantener la lámpara de aceite de dicha capilla. Tanto el Vicario Provincial, Fray Pedro Polanco, como el Definitorio, se vieron compelidos a concederle dicho patronazgo para él, su esposa, sus hijos y sus descendientes, con el privilegio de que pudiesen poseer un sepulcro en dicha capilla. El cronista manifiesta que en el día en el que esto escribe no se ha tomado posesión de dicho patronazgo.

Aún no estaba finalizada la iglesia, cuando el Papa Inocencio XII concedió a los fieles cristianos indulgencia plenaria siempre que, arrepentidos, confesados y comulgados, acudiesen a dicha iglesia y efectuasen un jubileo de cuarenta horas seguidas, descontadas las de la noche, en el que orasen a Dios por la concordia de los Príncipes cristianos, la extirpación de las herejías y la exaltación de la Santa Madre Iglesia.

CULMINACIÓN DE LAS OBRAS

Éstas se habían iniciado con la colocación de la primera piedra en el año 1.691. En el año 1.706, es decir, quince años después, fue cuando se bendijo, por estar ya totalmente terminada, la capilla mayor. Dos años más tarde, o sea, el seis de agosto del año 1.708 se consagró y bendijo ya toda la iglesia, pues hasta esta fecha no se llegó a concluir totalmente. Pero, como aún quedaban obras pendientes de realizar, y ya habían transcurrido dieciocho años desde el inicio de las mismas, en el año 1.709, el Moderador de la Provincia dispuso que a los Descalzos de Antequera se les entregasen quince mil reales, con los que felizmente se concluyeron todas las obras que quedaban pendientes.

RELIQUIAS

En la crónica de todos los conventos, hasta ahora traducidos por mí, el autor dedica un capítulo a enumerarnos todas las reliquias sagradas que se guardan en los mismos. En la de éste de las Magdalena nos dice que se conservan una capucha de San Pascual Bailón y un relicario en el que se atesoran un fragmento de la Santa Cruz, un trozo de hueso de San Pedro de Alcántara, una partícula de un hueso de San Pascual Bailón, fragmentos de las perneras del sayo que poseyera en vida San Francisco de Asís y, finalmente, una partícula de un hueso de Santa María Magdalena.

De todas éstas, la única que está autenticada por un certificado expedido por el Obispo de Ferentino, Valeriano de Chirichellis, es la de Santa María Magdalena. Dicho Obispo manifiesta que esa reliquia se la donó él personalmente al Padre Fray Francisco Gómez, predicador de la Orden de los Descalzos Menores para que dispusiese de ella a su entera voluntad y para aumentar la veneración a la Santa. El referido escrito testimoniando la autenticidad de la reliquia, está firmado por el Obispo mencionado y fue dado en Roma, junto a la puerta de San Juan, el dieciséis de abril del año 1.715.

PIADOSA DONACIÓN

Como último regalo recibido por el convento, hasta el año en el que se cierra la crónica, está el efectuado por Dª María de Saavedra. Ésta antequerana poseía en su casa, colocada en un lugar preferente, cierta imagen de San Francisco de Asís, de un tamaño similar al de un hombre normal y muy semejante en su factura a la talla que del Santo existe sobre su sepulcro. Su sola contemplación movía a quienes las admiraban a arrepentirse de sus pecados y cambiar hacia una vida más acorde con el bien espiritual. La devoción que dicha señora la profesaba era inenarrable y la prefería a todas las cosas materiales que poseía. Los superiores de los distintos conventos de Antequera apetecían vehementemente poseer dicha imagen, pues no deseaban más fervientemente otra cosa que poder exponerla en sus iglesias respectivas a la veneración de los fieles. Todos se habían valido de halagos e influencias para persuadirla de que se la donase. Dª María, con temple varonil, se resistía a todos ellos y, poco más o menos, les venía a decir que la imagen del Santo permanecería en su casa con ella mientras Dios le diese vida. Más hábil que todos ellos fue el Guardián del convento de los descalzos, Fray Francisco Moreno, quien con mucha astucia le dijo a Dª María que el altar lateral izquierdo de la iglesia de la Magdalena no estaba todavía consagrado a ningún santo y que deseaba con todas las fuerzas de su corazón colocar en él con todos los honores y respeto debidos una imagen de San Francisco. Como si un impulso divino hubiese movido a Dª. María, ésta inmediatamente le ofreció con toda espontaneidad la talla que con tanta veneración conservaba y le rogó que se la llevase lo más pronto posible y la entronizase en el mencionado altar. Así el trece de octubre del año 1.710, en solemne procesión trasladaron la imagen desde la casa de la benevolente señora y la situaron en el altar referido. Dice el cronista que parece que el Seráfico Padre hubiese elegido este pequeño sitio de la iglesia de sus bien amados hijos para permanecer entre ellos.

DISPUTAS POR LOS SEPELIOS DE LOS SEGLARES

En los tres conventos que hasta ahora he estudiado he podido comprobar que se produce una actitud constante que es las disputas entre el clero secular y los descalzos franciscanos por dilucidar quiénes han de celebrar las exequias de las personas devotas de los descalzos que desean que sean éstos quienes les digan el último adiós en la vida terrenal. Las discusiones por este motivo se inician en Antequera con ocasión del fallecimiento de la madre del Patrono del Convento, Dª Inés Paula Pimentel. Esta señora había dispuesto en su testamento y manifestado muchas veces en vida que, tras su óbito, fuesen los franciscanos descalzos quienes la inhumasen. Además, como patrona del convento, junto con su hijo, los frailes estaban obligados a celebrar misas rogatorias por las almas de los Patronos del mismo. El vicario de Antequera se opuso con todas sus fuerzas a que los franciscanos celebrasen el sepelio y compelió a los clérigos seculares, bajo obligación, a que asistiesen a las pompas fúnebres. Los franciscanos protestaron y, bajo su responsabilidad, el día nueve de junio del año 1.708, día siguiente al del fallecimiento de la mencionada señora, llevaron a cabo los funerales por su alma y, según su deseo, la trasladaron a la capilla de San Buenaventura, de la que también era patrona, de los Franciscanos Observantes de Antequera.

Con Dª Ana de Mesa tuvo lugar otro hecho similar. También esta señora, vecina de Antequera, había dispuesto en su testamento que su sepelio lo efectuasen los descalzos. Su fallecimiento tuvo lugar el veinte de enero del año 1.712 se originó una controversia casi idéntica a la ya mencionada, no obstante los descalzos efectuaron el entierro de la referida devota.

El tercer y último caso que el cronista nos narra es el ocurrido con ocasión del fallecimiento del Patrono de la iglesia del Convento, el trece de noviembre del año 1.717 y que se resolvió como los dos anteriores. A partir de entonces los descalzos no volvieron a ser molestados por motivos como los referidos y han celebrado los sepelios de acuerdo con la voluntad de los fallecidos, caso de que éstos quisieren ir a su última morada acompañados por los frailes.

FRAILES ILUSTRES DE ESTE CONVENTO

El elenco de frailes que sobresalen por sus virtudes y ejemplaridad de vida en este convento, no es tan amplio como el del convento de Priego de Córdoba o el de Loja. Sin embargo relucen con luz propia los que nos refiere el cronista, de los cuales voy a hacer una breve reseña.

FRAY BALTASAR DE SALAZAR, hijo de D. Leonardo de Salazar y de Dª Luisa de Moncayo, era profesor de sagrada teología y Definidor de la Orden. Pertenecía a una ilustre, poderosa y rancia familia granadina. Pos sus antecedentes familiares y la influencia de su estirpe, hubiera podido llegar en el mundo a las más altas esferas de poder. Sin embargo, sintiendo la llamada de Dios, despreció riquezas, honra y poder y abrazó la humilde vida de los franciscanos descalzos de los que se hizo uno más y cuyo hábito tomó el siete de noviembre del año 1.668. Fue ejemplo de humildad y de toda clase de virtudes para sus compañeros de Granada. Su amor a la humildad era tal, que nunca quiso ser nombrado Provincial aunque para ello tuviese que recurrir, como recurrió, a unos escritos pontificios que le exoneraban de la posibilidad de tal cargo. Lleno de méritos y admirado por todos los que lo conocían, entregó dulcemente su alma al Señor en la enfermería de Antequera el día diez de diciembre del año 1.701 Como hecho prodigioso narra el cronista que sus ojos permanecieron con la lucidez de la vida y su cuerpo totalmente flexible hasta el momento de su inhumación. Su cuerpo reposa en la Casa de los Hermanos Terciarios de Antequera.

FRAY AMBROSIO MULE. Este ejemplar hermano era hijo de Andrés Mule y de Ángela Caba y había nacido cerca de Génova en la ciudad de Buiza. Entró a formar parte de la Familia Franciscana cuando contaba con más de treinta años de edad, bajo la humilde condición de oblato. Como poderosísima atleta espiritual podemos decir que ganó en la carrera de todas las virtudes. Pero en la que consiguió los mayores triunfos fue en la de la humildad. Su deseo de no sobresalir en nada hizo que solicitase a sus superiores que lo destinasen a pedir limosna. De esta forma se granjeó el cariño, no sólo de los habitantes de Antequera, sino de todos los de las ciudades cercanas, quienes, al encontrarse en su presencia, percibían el fragante olor de sus virtudes. Sus metas en la vida eran la oración, la humildad y la penitencia. Su trato era dulce y lleno de piedad y quien acudía a él con alguna pena o sufrimiento, siempre se marchaba reconfortado con palabras de comprensión y caridad. Muchísimos prodigios se cuentan del, tales como inexplicables curaciones en las que no empleaba nada más que la señal de la cruz que hacía sobre el enfermo, tras haber impregnado sus dedos con su saliva. Se cuenta de él que más de una vez, al volver de los cortijos de la zona en los que había estado mendigando, trayendo las alforjas llenas de los huevos que le habían regalado, al llegar al arroyo cercano al convento, se encontraba que venía muy crecido y no había lugar por donde vadearlo. Nuestro buen Ambrosio, armado de su inconmensurable fe, arrojaba las alforjas con los huevos por encima de las aguas, a la otra ribera y tras bendecir éstas y fortalecerse con el signo de la cruz, comenzaba a caminar sobre ellas, como si de un camino seco y sin peligro alguno se tratase. Una vez llegado a la otra orilla, recogía las alforjas, daba las gracias a Dios y, como si no hubiese ocurrido nada, se dirigía al convento sin que se hubiese roto ningún huevo de los que iban en ellas.

También cuentan que estando en un cortijo, al que fue a pedir, vio un enorme cerdo que se distinguía entre los de la piara por su belicosidad y bravura. Ambrosio se dirigió al porquero y le pidió que se lo regalase. Éste, riéndose en su interior, le dijo: Suyo es, siempre que pueda cogerlo. El bendito Ambrosio con suma sencillez, se dirigió al animal, al que dijo: Hermano cerdo, ven conmigo. Hecho admirable, el fiero animal, como si se tratase de un perrillo faldero, comenzó a caminar detrás del fraile hasta que llegaron al convento en el que dócilmente dejó que lo metiesen en la corraleta.

Aunque murió de repente, parece que él tuvo una premonición de su muerte, pues encontrándose en casa de un enfermo, al que había ido a consolar, éste le dijo: En verdad que preferiría morir antes que fray Ambrosio. A lo que éste replicó: No tengas ninguna tristeza, ambos, día más, día menos, moriremos pronto. Efectivamente así ocurrió. Veinticuatro horas después el fallecimiento de este hombre, el buen Ambrosio fue llamado a la patria celestial.

Su desaparición fue llorada por todo el pueblo. Muchísimos devotos acudieron para llevarse trozos de su hábito como reliquia de un santo, pues como a tal lo consideraban. Hubo que poner bastantes frailes de guardia junto al cadáver para que no lo despojasen de sus pobres vestiduras. Sin embargo el Superior vino hasta donde éste se encontraba y no impidió que lo despojasen del hábito y permitió que lo transformasen en reliquias, admitiendo que se quedase sólo con la túnica que, bajo él, llevaba.

FRAY FRANCISCO LINDE. Predicador. Era hijo de D. Juan Linde y de Dª. Ana de Santiago Ramírez. Nació en Antequera y tomó el hábito franciscano descalzo en Granada, el día doce de abril del año 1.701. Fue dos veces Guardián y se distinguió por sus excelsos sermones que arrebataban a su auditorio. Todos ellos los recopiló en tres tomos, aunque nunca fueron publicados. Los agrupó por las materias en ellos tratadas y que fueron las siguientes:

Tomo 1.- Sermones varios sobre la Bienaventurada Virgen María
Tomo 2.- Sermones varios sobre los Santos.
Tomo 3.- Sermones cuaresmales.

Lleno de méritos se encontró con su Creador el día cinco de agosto del año 1.740.
Este convento de Antequera fue uno más desde donde irradió el bien hacer, la caridad y todo tipo de virtudes con las que, siguiendo las directrices del Pobre de Asís, se ha adornado siempre la familia Franciscana.

Priego de Córdoba, Agosto, 2000 Manuel Villegas Ruiz

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