11/8/08

EL CONVENTO FRANCISCANO DESCALZO DE LOJA (GRANADA) A LA LUZ DE UNA CRÓNICA LATINA INÉDITA DEL SIGLO XVIII

INTRODUCCION

En el año 1.661 se constituyó la Provincia Franciscana Descalza de S. Pedro de Alcántara que se segregó de la Provincia Franciscana Descalza de S. Juan Bautista de Valencia.
Sobre la historia de la Provincia de S. Pedro de Alcántara hay, al menos, que nosotros sepamos, tres crónicas. Dos de ellas están impresas y una sin imprimir.
Una de ellas es la de Tomás de Montalvo intitulada: “ Crónica de la Provincia de S. Pedro de Alcántara de Religiosos Descalzos...en los Reinos de Granada y Murcia”.
Está publicada en el año 1.708, aunque sólo recoge desde el año 1.661, fecha de la segregación de la Provincia de San Pedro de Alcántara, hasta 1.667. Contiene el mandato de los tres primeros Provinciales y abarca solamente los conventos andaluces que hay hasta ese momento, o sea, el de Granada, el de Loja, el de Guadix, el de la Puebla de D. Fadrique y el de Priego.
La segunda, de Ginés García de Alcaraz, que lleva por nombre: “Segunda Parte de la Chrónica de la Provincia de S. Pedro de Alcántara de los Religiosos Menores Descalzos...en los Reinos de Granada y Murcia”. Está publicada en Murcia en el año 1.761 en la imprenta de Nicolás Villagordo y Alcaraz y consta de 611 págs.
Esta crónica, según me dice el Padre Enrique Chacón Cabello O.F.M., es más difícil de localizar ya que existen solamente dos ejemplares. Uno que se halla en la Biblioteca Nacional de Madrid y el otro se encuentra en el Archivo del Convento Franciscano del Duque de Sesso, también en Madrid. Contiene la historia desde el año 1.668 hasta el 1.695 y relata las crónicas de los conventos de Villacarrillo, Illora, Caniles, San Pedro de Málaga, la Magdalena de Antequera, Lorca en Murcia y Laujar de Andárax.
Finalmente la tercera, sobre la que estoy trabajando, es una crónica de autor desconocido. No está publicada e incluye la historia, descrita en anales, de cada uno de los conventos que componían la mencionada Provincia Franciscana Descalza hasta el año 1.747. Según los datos que me ha facilitado amablemente, cosa que le agradezco el referido Padre Enrique, que posee una fotocopia de la misma, el original de ésta debe encontrarse en el convento de Santa Isabel La Real de Granada. Esta crónica está escrita en latín, lo que quizá justifique el que no se haya editado. Es un volumen de 842 páginas y, como he dicho, comprende los anales de cada uno de los conventos, y una a modo de introducción, en la que se describe la erección de la nueva Provincia segregada de la Provincia de S. Juan Bautista. El total de los conventos cuya historia se narra es de diecinueve que distribuidos por las provincias administrativas que incluye nos dan el siguiente desglose: Albacete: el de Yeste; en Murcia: el de Murcia, Cartagena, Lorca, Totana y Mazarrón, Almería: el de Laujar de Andárax; Granada:Convento de San Antonio de Granada, de Guadix, de Loja, de La Puebla de D. Fadrique de Illora, de Caniles y de Albuñuelas; Málaga: el de Málaga y el de Antrequera; Jaén: uno y, finalmente Córdoba,el de Priego .
Como observamos es en la región andaluza, donde más cenobios hay, y de sus provincias es Granada la de mayor número. Como he dicho antes, está escrita en latín y en un volumen en folio, sin paginar, con el importante valor de que en cada uno de los conventos integra todos los documentos , ya sean Bulas, Privilegios, Breves, etc. con los que distintos Pontífices favorecieron, en su momento, a cada uno de los Conventos. Estos documentos están transcritos en su lengua original, o sea, en latín, al pie de la letra, lo que proporciona un valor inestimable para la Orden Franciscana Descalza, ya que, a través de ellos se aprecia la importancia que estos conventos representaron para la Santa Sede.
El Padre Francisco Chacón, con total ausencia de celos, tan propios éstos entre investigadores, me ha proporcionado las fotocopias de dos de los conventos que esta crónica recoge.
Una, la primera sobre la que apliqué mi labor, fue la del convento de San Pedro de Alcántara, cuya traducción llevé a cabo y que se publicó en el año 1.994, con un trabajo sobre la Historia del Convento, realizado por el profesor Dr. D. Manuel Pelaez del Rosal.
La segunda fotocopia comprende la crónica del Convento de Loja, cuyo trabajo de traducción al castellano estoy llevando a cabo y que, Dios mediante, espero que se llegue a publicar cuando lo finalice.
En la datación de ambas crónicas, la de Priego y la de Loja, observamos que el compositor de la obra, además del cómputo de años de la era cristiana, utiliza también como año de referencia el de la fundación de la Orden Franciscana por S. Francisco de Asís. De tal manera que la crónica del Convento de Loja la inicia en el año de Cristo de 1.608 y en el año 401 de los Religiosos Menores. Igual ocurre con la del Convento de Priego. Ésta la comienza en el año 1.662 del cómputo cristiano y en el 455 de la fundación de la Orden Franciscana. Halladas las diferencias entre las dos fechas de ambas crónicas, nos da el año 1.207, que es en el que S. Francisco fundó la Orden. Además en la del convento de Priego se señala que es el año dos de la Provincia, lo que significa decir que este convento, como en la misma crónica se indica, fue fundado cuando ya estaba consumada la división de la Provincia de S. Pedro de Alcántara de la de S. Juan Bautista, cosa que no ocurre con el de Loja ya que se expresa que se corresponde con el año 31 de la Provincia de S. Juan Bautista, se sobreentiende que de su fundación, y el 53 del inicio de la suya. Este último dato, por ahora, no estamos en condiciones de aclarar.
He referido al principio que el total de conventos que se integran en esta crónica es de diecinueve. La correspondiente a Priego termina en el año 1.743 y la de Loja en el 1.740. Pues bien, en la concerniente a Priego se señala que en el nueve de Enero de 1.661, que es cuando la Provincia se disgrega, ésta solamente cuenta con nueve conventos y que el Protoministro Provincial, Fray Francisco de Morales, de acuerdo con el Definitorio, decretó el día primero de abril del mismo año iniciar solicitudes para la fundación de conventos en Priego de Córdoba, Villacarrillo, Illora, Caniles, Quesada y Castil. Estos dos últimos no figuran en la relación de conventos que, al principio hemos desglosado. No sabemos si es que no llegaron a fundarse, lo más probable, o es que no se recogen en la mencionada Crónica General. Esto nos da una idea de la actividad fundacional de la nueva Provincia, que, como hemos visto, llegó a superar en diez los nueve conventos iniciales.
Ambas narraciones la de Loja y la de Priego se ajustan al mismo plan de trabajo. Están divididas en capítulos, al principio de los cuales en forma muy sucinta se exponen los asuntos que se van a tratar en los mismos, y en ellos nos relata los hechos más importantes ocurridos en los años en los que ha sucedido algo digno de mención para los conventos, y además se incluyen las Bulas, Breves o Privilegios concedidos por los Romanos Pontífices con la fecha de su otorgamiento y, como he referido, transcritos íntegramente en latín.
Las dos crónicas inician con una breve descripción geográfica de la localidad y el elogio de las excelencias con que ésta se ve favorecida. Igualmente ambas terminan con la descripción de las reliquias de los Santos que una y otra poseen.
Ambas finalizan en la primera mitad del siglo XVIII, año 1.743 para Priego, y 1.740 para Loja. Y como hemos dicho, el último año que narra la Crónica es el 1.747. No obstante la de Loja inicia su relato en el 1.606, aunque en la datación en la cabecera del folio figura el año 1.608, lo que quiere decir, como veremos más adelante, que este convento no corresponde a los nuevos fundados por la Provincia de San Pedro de Alcántara, sino que inicialmente pertenecía a la de S. Juan Bautista y que fue uno de los segregados que pasaron a pertenecer a la nueva Provincia de S. Pedro de Alcántara.

COMENTARIO AL TEXTO LATINO

Como he dicho el texto está escrito íntegramente en latín, pero yo mantengo la opinión de que previamente fue redactado en castellano y después vertido a la lengua latina, para ello me baso en lo siguiente.
- En esta época, primer tercio, o primera mitad del siglo XVIII, la lengua oficial de la Iglesia sigue siendo la latina, pero no es de uso corriente en los conventos, por ello no es lógico escribir directamente en un idioma que ya no es de dominio general.
-A lo largo de toda la obra se encuentran bastantes palabras que, ya en el latín clásico son arcaísmos. En esto se nota que, dado su conocimiento del latín, intenta imitar a autores que, siendo de la época clásica, como Salustio, utilizaban esos mismos arcaísmos quizá por el prurito de manifestar el gran conocimiento que tenía de su idioma. Es como si hoy, ya a finales del siglo XX, un autor castellano emplease palabras del siglo XII ó XVI que aunque sean del más puro castellano están en desuso.
- Aunque se nota gran fluidez en la expresión, hay veces que por imitar bien a Cicerón o Cesar, sobre todo al primero, utiliza párrafos grandilocuentes en los que en muchas ocasiones se pierde en enrevesadas frases, cosa que no ocurriría si hubiese compuesto directamente el texto en latín.
- La mayoría de las veces, cuando emplea la tercera persona del plural del pretérito perfecto de indicativo de los verbos, utiliza la segunda forma en - ere, y no la de -erunt, que es no sólo la corriente en latín clásico sino la que permanece a lo largo del tiempo dando en castellano la terminación -aron -eron.
- Cuando emplea la palabra posada, que en latín clásico se dice deversorium, él utiliza diversorium, igual podemos decir del verbo infitior en el que emplea c en lugar de t. También en la palabra saltem sustituye la e por una i y escribe saltim.
A lo largo del texto podemos espigar bastantes ejemplos como los señalados que, no es que sean formas incorrecta, sino que, en la mayoría de los casos, ya en los años cuarenta o cincuenta, antes de nuestra Era, no se empleaban corrientemente por los que hablaban latín.
Todo esto no empece que sea un muy buen conocedor de la lengua latina, por ello precisamente la emplea, para dejar constancia de sus conocimientos, pero que para mí no hay duda de que no la compuso directamente en esta lengua.
Además debió de escribirla con el propósito de que la leyesen personas versadas en la lengua latina, ya que en esta época, mediados del siglo XVIII, el latín sólo se utiliza en círculos muy reducidos de intelectuales y no como forma de expresión hablada corriente, sino como vehículo de comunicación utilizado en libros filosóficos, teológicos o científicos.

ANÁLISIS DE LA FORMA

No se si el autor fue el ejecutor material del texto que ha llegado a nuestras manos pero, en verdad, la caligrafía es de una factura inmejorable, con unos trazados firmes y seguros; los renglones son todos paralelos con una separación entre ellos de seis milímetros y el grosor de la letra es de un milímetro, lo que inequívocamente indica que tuvo que haber primero un texto redactado, que sigo opinando, en castellano, vertido al latín y finalmente la confección última cuyas fotocopias poseemos, escrita ya con sumo cuidado y perfección. Para mí que el copista, sea el compositor o no de la obra, era un muy buen calígrafo y que además tuvo que utilizar falsilla con caja de renglones, pues si no es posible tal perfección en el trazado de las letras, en su regularidad y el total paralelismo de los mismos.
Tuvo que suponer un arduo trabajo copiar con tal perfección esta obra que, como hemos dicho, consta de 842 páginas en folio.
Por la esmerada factura y cuidadosa elaboración y por estar redactada íntegramente en latín, como ya hemos dicho, que sólo entienden y utilizan escasas y selectas minorías, pensamos que esta crónica no estaba dirigida para uso común, ya que no nos figuramos a la mayoría de los frailes y menos aún a los legos, utilizando dicha Crónica. Por ello suponemos que iría destinada, aparte de perpetuar la historia de la Provincia Franciscana de S. Pedro de Alcántara, a alguna persona o personas a las que quisiese obsequiar con esta meritoria composición.
Es más en la época que la escribe ya está compuesta en castellano, como hemos mencionado, la de Tomás de Montalvo, al que cita innumerables veces a lo largo de su escrito y la de Ginés García Alcaraz, ya referida. Ambas, al estar en la lengua común, utilizables por todo el que tuviese acceso a ellas; por lo que pensamos que el propósito del autor fue, como hemos dicho, componer una pieza histórica para solaz de los eruditos o posiblemente hacer un regalo a alguna persona importante entendida en latín.

FUENTES UTILIZADAS

El trabajo de investigación llevado a cabo para escribir esta obra, lo vemos plasmado en la gran cantidad de notas marginales de la misma y entendemos que fue laborioso y meticuloso.
En la crónica del convento de Loja los textos más usados y recurridos son los de la Historia de la Provincia, la Historia del convento, los existentes en el Archivo del mismo y en el de la Provincia, además del mencionado Montalvo. También nombra un tal Panet, sin más, del que da número de libro y folio del que el dato está tomado, pero no cita el título del libro.
Desconocemos las fuentes que utiliza para las crónicas de los otros conventos pero para la de Priego de Córdoba, además de las citadas, recurre a “De Rebus Hispaniae” del Padre Mariana y la “Historia Hispaniae” de Garibai. Suponemos que para los otros conventos se valdría de además de los archivos y documentos de la Orden y de cada uno de ellos, de todas las fuentes documentales que estuviesen a su alcance.

EL CONVENTO DE LOJA

Hechas todas las anteriores consideraciones y puntualizaciones que he considerado necesarias como una especie de acercamiento y toma de contacto con esta obra voy a pasar a continuación a referir lo que de la historia del convento el autor nos cuenta.

La narración la inicia describiendo la situación geográfica de Loja con indicación de la distancia a que se encuentra de las localidades de Granada, Málaga, Ecija, Illora y Priego de Córdoba. Atribuye la fundación de la ciudad al nieto de Noé, Tubal, o a uno de sus compañeros o a un tal rey Lusso o Lussa, de donde se derivaría el actual nombre de Loja. Este remontar la fundación de esta ciudad a uno de los nietos de Noé, enlaza directamente con la antigua tradición de unir la historia de los pueblos a la Biblia y arrancar de los nietos de Noé como seguros fundadores de las distintas ciudades de las culturas occidentales. Yo recuerdo todavía cómo en los primeros textos escolares de mi niñez se decía que los primeros pobladores de España habían sido los nietos de Noé: Tubal y Tarsis. Esta forma de interpretar la Historia basándose en los textos bíblicos está más que superada y no deja de ser una curiosidad anecdótica. La corriente históriográfica actual integra todo tipo de fuentes, ya sean documentales, arqueológicas o de cualquier clase que puedan coadyuvar para intentar narrar con el mayor rigor científico la evolución de la Humanidad y sus distintos asentamientos. Menciona que, tras haber estado sometida durante ocho siglos al poder musulmán, Loja fue tomada por los Reyes Católicos, quienes le otorgaron, para lucir en su escudo, una llave de oro, como símbolo de que esta ciudad es la llave del Reino de Granada y que quien la tome, tendrá la seguridad de apropiarse de Granada. Continúa con las alabanzas a la ciudad y menciona los personajes ilustres que han nacido en ella de los que enumera cuatro arzobispos, cuatro obispos, gran número de Inquisidores y otras muchas Dignidades y varones ilustres, pero no nos da el nombre de ninguno de ellos, ni menciona la ciudad o ciudades donde hayan ejercido su función o ministerio, con lo que, a pesar de lo que dice y sin poner en duda su palabra, nos quedamos, como antes o sea, sin saber nada.

FUNDACIÓN DEL CONVENTO

Como hemos dicho más arriba, la fundación de este convento se lleva a cabo cuando la Provincia de San Juan Bautista de Valencia ejercía su área de influencia sobre la localidad. Las primeras gestiones para la erección de este convento se inician en el año 1.606, o sea, cincuenta y cinco años antes de la creación, por segregación de la Provincia de San Pedro Alcántara. Fray Pedro de Sena, según nos cuenta el cronista, llevaba abrigando en su corazón hacía bastante tiempo la idea de fundar un convento en Loja. La ocasión se le presentó cuando el 15 de diciembre de 1.606, fue elegido por sus compañeros Provinciales, como Ministro de la Provincia de San Juan Bautista. Inmediatamente comunica con total claridad a sus compañeros su propósito, y éstos, en lenguaje corriente de hoy, diríamos, le otorgan su confianza, o sea, le conceden todos sus votos. Acto seguido envía a Loja, como comisionados para entablar conversaciones con su Ayuntamiento, y solicitar los correspondientes permisos, a Fray Juan Ildefonso de Castilla y a Fray Jerónimo Valero. Suponemos que quizá ya habría habido unas conversaciones previas, pues la acogida que presta a tal idea el Ayuntamiento lojano es totalmente favorable, ya que no sólo otorga a la Orden los permisos requeridos sino que promete luchar con todas sus fuerzas para que la fundación se lleve a cabo, obteniendo las licencias necesarias. Con la intervención del Doctor D. Antonio Canseco y Quiñones, Inquisidor de Granada, pariente de D. Pedro de Castro y Quiñones, Arzobispo de esta ciudad, se consigue del Rey Felipe III la cédula real para la fundación. La satisfacción y alegría que debió sentir Fray Pedro de Sena, con la obtención de esta cédula se vio enturbiada cuando la presentaron al Arzobispo de Granada quien se opone y rechaza de plano tal fundación, con lo que este año de 1.606, se queda en suspenso la creación de este convento.
En el año 1.607 la situación da un giro favorable para los deseos de la Orden ya que D. Pedro de Tapia, Consejero del Reino de Castilla, contrae matrimonio con Dª Clara de Alarcón y Luna, natural de Loja y perteneciente a una de las familias más ilustres y poderosas de esta ciudad. Dado el espíritu piadoso de este matrimonio y su deseo de erigirse como Patronos de un convento y su manifiesta devoción a los Franciscanos Descalzos, determinaron fundar en Loja un convento, cuyo costo correría a su cargo, con la condición de reservarse para sí y sus descendientes el Patronato del dicho Convento y que su sepultura, cuando llegase el caso, se efectuase en el mismo. El mismo D. Pedro de Tapia se dirige al Consejo Real del que obtiene la correspondiente licencia a la que apoya el Ayuntamiento de Loja proporcionando una amplia información favorable para la consecución de este propósito. D. Pedro de Tapia se dirige al Provincial Franciscano manifestándole que él costeará hasta los enseres necesarios para la dotación del convento.
Dada la pertinaz obstinación del Arzobispo de Granada, el mismo D. Pedro de Tapia le suplicó muchas veces, por carta, para que accediese a tal fundación, a las que contestó que él no daría permiso por escrito, ya que tampoco lo había dado a otras órdenes religiosas, pero que pasaría por alto el que los Descalzos se hiciesen cargo de la fundación en Loja. El Provincial, Fray Pedro de Sena, dio por bueno este permiso verbal y nombró como comisario de la fundación a Fray Jerónimo Planes, al que acompañaban los sacerdotes Fray Francisco de Suesa y Vicente Viciedo, a quienes se unía además el laico Diego Navarro, puesto que ya poseía la cédula real para la fundación, la facultad del Consejo de Castilla, la licencia del Ayuntamiento de Loja y escritos del Ilustrísimo Sr. Patriarca D. Juan de Rivera, como ejecutor de unos Breves de Gregorio XIII, Clemente VIII y Paulo V que facultaban a los Franciscanos Descalzos a fundar en cualquier lugar de España, que considerasen conveniente
La toma de posesión por los Descalzos de este convento de Loja se llevó a cabo el catorce de septiembre al año 1.608 y presenta similares características a la de sus hermanos en el convento de Priego. Ambas se hacen de forma subrepticia por temor a la reacción de los Franciscanos Observantes. Pero así como en Priego no pasó de ser una actitud pasajera pues, una vez inaugurado el convento, se llegó a crear cierta hermandad con ellos, en Loja la animadversión fue más tenaz y perniciosa y tuvo unos primeros resultados nefastos para los Descalzos, como más adelante veremos.
Tal era el deseo del Ayuntamiento de Loja de que los Descalzos se estableciesen en su ciudad, que del erario público compró tres casas contiguas, que les regaló, para que les sirvieran como primer asentamiento.
El autor, como dato curioso, nos refiere que una de las casas compradas por el Ayuntamiento era un lupanar, conocido como la Posada de Arroyo. La custodia, vigilancia y responsabilidad sanitaria de estas casas públicas era competencia de los Ayuntamientos. En la Edad Media las mujeres que se dedicaban a este oficio eran conocidas como: “ mujeres que ganan”. Indudablemente se referían a que ganaban dinero, pues no se podía concebir otra forma de ganar dinero por una mujer, como no fuese de esta manera. En las actas Capitulares del siglo XVI del Ayuntamiento de Córdoba, hemos encontrado muchos datos referidos al control sanitario a que eran sometidas y concretamente en las de los años treinta hemos visto las cantidades que le habían de abonar al físico encargado de estos reconocimientos médicos, que por aquél entonces se trataba de Maese Luis. No es de extrañar, por tanto, que el Ayuntamiento de Loja encargado del control de estos menesteres decidiese, o bien suprimir tal casa, o bien trasladarla a otro lugar para con ella y las otras dos referidas construir el primer embrión de lo que llegaría a ser el convento.
La toma de posesión del mismo se efectuó el día catorce de septiembre de 1.608, festividad en aquél entonces de la Exaltación de la Santa Cruz que, por ello, fue desde entonces la titular del mismo.

CONSTITUCIÓN DEL PATRONATO

Como hemos visto más arriba, podemos decir que el deseo de los Descalzos se realiza dada la constante insistencia de D. Pedro de Tapia que logró arrancarle al Arzobispo de Granada, aunque fue de forma verbal, su autorización. Ya veremos en qué quedó ésta. Los anhelos de D. Pedro de Tapia y de su esposa de conseguir el Patronato, se vieron cumplidos, cuando el primero de octubre de 1.608, se ratificaron ante la Autoridad Pública los documentos de la concesión y aceptación del mismo entre la Provincia de San Juan Bautista y D. Pedro de Tapia y su conyuge. Entendemos que lo que el cronista manifiesta es que las estipulaciones ya estaban acordadas con anterioridad y que en esta fecha lo que se hizo fue darle forma de Escritura Pública. Creemos que el otorgamiento del Patronato ya estaba acordado desde que D. Pedro da Tapia consiguió el permiso verbal del Arzobispo y que este acto fue la ratificación legal del mismo. Las condiciones estipuladas en las Escrituras eran las siguientes:
- El nombre del convento sería el de la Santa Cruz.
- La Iglesia tomaría la advocación que después se decidiese.
- La dotación de enseres sacros y no sacros primeramente necesarios y sólo por esta vez, habría de correr a cargo de D. Antonio de Tapia y su cónyuge.
- El escudo del matrimonio se colocaría sobre la capilla y también se podrían situar en cualquier otro lugar, según su deseo.
- Será considerada como sede tanto de ellos como de sus hijos.
- Dispondrían, entendemos que en la Capilla del Patronato, de un lugar para su sepulcro, pero no para otros, y éste había de estar sellado con piedra. No especifica el tipo, pero suponemos que habría de ser mármol o granito.
- Podrían habitar la casa contigua a la Iglesia y constituir una orquesta sacra.
- Podrían retener el dominio de todos los enseres que ellos hubieran proporcionado al convento y, en cualquier momento u ocasión que ellos lo deseasen, podrían disponer de estos enseres, bien para su venta, bien por el solo deseo de recuperarlos.
- Entre la Iglesia y el convento, se construiría un pequeño convento con una capillita donde pudieran permanecer los hermanos.
- Y, finalmente, el número de religiosos que habitarían en el convento de forma fija y constante sería como mínimo de dieciséis.
En este convento de Loja vemos que el Patronato se inicia aún antes de la constitución del mismo convento, pues ya hemos visto como el año 1.606 finaliza con el rechazo a tal fundación por el Arzobispo de Granada. Pero gracias a la tenaz constancia e influencia, no olvidemos que era miembro del Consejo Real de Castilla, de D. Pedro de Tapia, siempre con su expreso deseo manifiesto de, junto con su esposa, ser nombrados Patronos del convento, arrancó en 1.607 una autorización, aunque fue verbal, al Arzobispo de Granada y, como he dicho más arriba, desde este momento ya se podría considerar el matrimonio como Patronos del Convento
En el caso del convento de Priego de Córdoba no sucede de igual manera, pues el Patrono recibe su nombramiento después de su fallecimiento. A lo largo de toda la crónica de este convento prieguense el autor nos narra cómo el presbítero D. Juan Bautista de Cabra había mostrado su afición al convento y sus Frailes con continuas donaciones y atenciones. Es más, en su testamento, que fue impugnado por su sobrino, había legado al convento dos cortijos y algunos predios. Esta disposición fue denunciada por la misma Provincia Franciscana como contraria a sus Reglas, pero se resolvió que el heredero de tal fortuna, entregase anualmente al convento y de forma perpetua una limosna de mil reales. D. José de Cabra, sobrino y heredero de D. Juan Bautista pretendió ser nombrado por ello Patrono del convento cosa que no consiguió, pues tal título fue concedido para la eternidad, por el vicario Provincial, Fray Pedro de Polanco, al alma de D. Juan Bautista de Cabra.
En la narración de este hecho no se especifica de forma alguna las condiciones en las que fue concedido tal Patronato, como vemos que se hace en el caso de Loja.
Para darle forma de legalidad y posiblemente para que nadie pueda impugnarlo, se recogen en una escritura pública las condiciones con las que se otorga el mismo. Éste se asigna no sólo al matrimonio bienhechor, sino que se extiende también a su primera generación, o sea, a sus hijos, lo que pudiera dar ocasión a que sus sucesivos descendientes gozasen también del mismo.
Nos llama también la atención el que los bienes y enseres con que los Patronos dotan al Convento no sea una donación de dominio, sino como una especie de préstamo, puesto que se reservan el derecho de disponer de ellos bien para venderlos, bien por el simple deseo de recuperarlos.
Otra condición que consideramos especialmente curiosa es la de que puedan disponer para habitarla, cuando deseen, de la casa contigua a la Iglesia y además constituir una orquesta sacra. Esto sugiere que casi podrían ser considerados como miembros de la Comunidad, puesto que podrían vivir en una de las dependencias que formaban parte del convento.
Nos llama poderosamente la atención el hecho de que pudiesen constituir una orquesta sacra. El sentido latino de la palabra orquesta era el lugar que se le reservaba a los senadores en el teatro romano, pero a partir del siglo XVI, esta palabra se emplea para designar un grupo de instrumentos musicales, por lo que deducimos que este matrimonio debería ser muy aficionado a la música, cuando una de la condiciones recogidas en las Escrituras del Patronazgo, es la de la posibilidad de contar con su propia orquesta.
Hay otra estipulación en estas escrituras que no deja de sorprendernos y es la que dice que, entre la Iglesia y el convento, se edificará un pequeño convento con una capillita que podrá ser visitado por los hermanos. No voy a traer aquí la frase latina en la que se especifica esta condición, pero no me cabe duda de que esa es la verdadera traducción, pero sigo sin explicarme la necesidad de que dentro del edificio que componía el conjunto conventual, hubiese necesidad de construir un pequeño convento, salvo que su fin fuese el que los Patronos pudiesen disponer de un pequeño recinto privado donde departir asuntos de su interés con algunos de los frailes.

OPOSICIÓN DE LOS OBSERVANTES

Ya hemos visto cómo la toma de posesión de convento por los frailes se realizó con todo el sigilo posible pues temían la reacción negativa de los observantes. Ésta no se hizo esperar y en el momento que vieron que los frailes descalzos habían ocupado el convento, y esto era ya un hecho consumado, el Provincial observante, Fray Juan Ramírez, elevó acremente sus quejas y protestas ante el Arzobispo de Granada, quien sabemos que desde el principio había estado en contra de tal fundación y que sólo dio su permiso para ella de forma verbal y quizá presionado por la influencia de quienes abogaban por ello que, como sabemos, uno era un miembro del Consejo Real, D. Pedro de Tapia y el otro el Ayuntamiento de Loja que hasta había corrido con el gasto de comprar los edificios necesarios.
Podemos decir que la protesta del Provincial de los Observantes fue el casus belli que necesitaba el Arzobispo para incumplir el permiso verbal que creemos le habrían arrancado. El cronista, de forma muy elocuente, nos dice que el Arzobispo, taimadamente y disimulando que había dado su permiso, escuchó la queja que le presentaba Fray Juan Ramírez e inmediatamente y, en connivencia con él, determinó que los Descalzos abandonasen el Convento. Censura que, según se nos relata, cayó como un rayo sobre los Frailes.
El Provincial Observante, no contento con haber ganado la batalla ante el Arzobispo, continúo la guerra ante el Consejo Real de Castilla, a quien pidió actuación jurídica sobre los Descalzos, esperando quizá, que este alto tribunal también los condenase con lo que el convento sería abandonado y clausurado para siempre. Aquí no logró totalmente su propósito, ya que el Provincial de los Descalzos, a través de un experto Procurador que defendió su causa ante el Consejo, consiguió que éste, el Consejo, los favoreciese, permitiéndoles, o bien la permanencia en el convento, o bien el levantamiento durante ochenta días de la cesuras impuestas por el Arzobispo granadino, o bien que se tramitasen ante Madrid las disposiciones realizadas para la fundación.
La disputa sigue enconada y el Provincial Observante, inicia el pleito ante el Nuncio de Su Santidad, pero los Descalzos, según el mismo autor, tienen mala conciencia respecto al permiso verbal que les otorgó el Arzobispo, puesto que no fue ratificado después por escrito y, en palabras del cronista fue, aceptada de forma clandestina, por lo que podemos decir que aflojan un poco su defensa. El Provincial de los Observantes actúa de forma artera y se pone en contacto con el Patrón del Convento de Loja, D. Pedro de Tapia, a quien quiere ganar para su causa y le ofrece el Patronato de un nuevo convento, u otro del convento de los Recoletos allí mismo, suponemos que en Loja, o finalmente fundar otro Patronato en cualquier lugar que le plugiese.
La lealtad de D. Pedro de Tapia hacia los Descalzos se puso de manifiesto e inmediatamente a través de una carta puso en conocimiento de su Provincial los ofrecimientos que le hacían los Observantes. El Provincial, que por asuntos de su oficio no puede desplazarse a Madrid, envía a Fray Jerónimo Planes. Aquí la narración se torna un poco confusa ya que el cronista dice que éste, de forma inesperada se presentó ante el Ministro General que ya se oponía totalmente a la fundación quien oyó que ya que el convento había de ser destruido, que prefería antes salir de Loja. El Ministro General es el mismo para los Observantes y los Descalzos, pero no entendemos por qué Fray Jerónimo Planes que puede afearle a los Observantes su taimada actuación con D. Pedro de Tapia no lo hace. Planes vuelve a Loja y de allí regresa nuevamente a Madrid a donde, poco después, llega el Provincial de los Descalzos convocado por el Arzobispo de Granada. El Provincial acude pertrechado con todos los documentos a su favor que ha podido recoger, además de doce resoluciones de las Universidades de Salamanca y Alcalá, allí los exhibió ante el Arzobispo del que consiguió la absolución durante ochenta días de las censuras lanzadas contra los Descalzos. Recordemos que esta fue una de las opciones propuestas por el Consejo Real de Castilla y que además el acta de la suspensión se enviase a Madrid dentro de los quince días siguientes, ante la obstinada oposición del Arzobispo de Granada a los documentos del Nuncio.
A principios del año 1.609 el Provincial de los Descalzos, Fray Ignacio de Jesús, prosigue la querella ante la Nunciatura a la que presenta testimonio auténtico de que los fundadores del convento habían hecho patentes ante notario, antes de iniciar la posesión del mismo, todas las licencias necesarias para la fundación, y que este notario las había presentado al Arzobispo que no las contradijo, ni pasados unos días después de la toma de posesión. Fray Ignacio de Jesús presentó ante el Nuncio tales documentos además de la tan referida licencia verbal que el Arzobispo les había concedido. Llegado el momento de resolver por el Nuncio de su Santidad, pide información a los prelados, el día 13 de junio de este año 1.609, quienes, según nos dice el cronista, la dieron faltando a la verdad.
A pesar de esta falta a la verdad el litigio no fue favorable a los Observantes, por lo que decidieron recurrir ante el Cardenal Protector de Roma, D. Pompeyo Arigonio del que, no sabemos cómo, obtuvieron unas cartas, en forma de Breve, para que los Descalzos abandonasen inmediatamente el convento, si es que habían tomado posesión de él sin licencia del Arzobispo..
El Arzobispo quiso hacer valer este Breve, pero la ciudad de Loja se opuso con todos los documentos procedentes de la Curia Romana que no se habían presentado antes en el Consejo Real. El litigio, esta vez se presenta ante el Romano Pontífice, quien el once de agosto de este año 1.609 lo encomienda a la Congregación de la Santa Regla y recaba información del Nuncio que la da favorable a los Descalzos. Además la ciudad de Loja también había enviado escritos tanto al Consejo Real de Castilla, como al Papa, intercediendo por la continuidad de los Descalzos en su convento.
El trece de septiembre de este año es elegido como ministro de la Orden Fray Jerónimo Planes, con lo que nuevamente toma auge la lucha por el derecho de los Descalzos a permanecer en el convento de Loja y envía ante Mistarques Procurador de Granada a Fray José Chatino, secretario provincial. El enojo del Arzobispo de Granada es tal que, desahogándolo con Fray José, lo encierra en la parroquia de Santiago, cargado de cadenas, durante quince días. Transcurridos los cuales lo presentó ante los Observantes, que igual que el Arzobispo lo sometieron a molestias y vejaciones. El cronista nos ha dicho que Fray José Chatino fue enviado ante Mistarques, Procurador de Granada. Casi a continuación nos refiere que los Observantes, en este año intentaron sostener su causa ante el Excelentísimo Patriarca de Valencia, Mistarques, Juez de los Decretos Apostólicos. No sabemos si es una coincidencia de nombres, de cargo, o error del copista.
El Guardián de los Descalzos, Fray Juan Jiménez presentó la causa ante el Nuncio, D. Celio Carrafa y el pleito se encona nuevamente, por lo que el Arzobispo de Granada, persistiendo en su animadversión, presiona una y otra vez con las censuras con las que ha castigado a los Descalzos, para que, coaccionados por ellas, abandonen el convento. Nos dice el cronista que éstos asustados por tales censuras, y temiendo su ejecución, se habían escondido más de una vez. Continuando con esta enconada persecución el Comisario del Arzobispo granadino, D. Diego Fajardo, nombró como síndico del convento a D. Juan Ramírez de Ávila. La reacción del Nuncio, viendo la sin razón del Arzobispo no se hace esperar e inmediatamente reviste plenamente de su poder al Rector de la Universidad ursana (suponemos que Osuna), para que, bien por sí, o bien por otros, absuelva, tantas veces como sea necesario, a los excomulgados.
En este año de 1.609 fallece el primer fraile de los que componían la Comunidad de este convento. Se trata del lego Fray Diego Ledesma que además fue el primero que entró en dicho convento. Como es lógico fue sepultado en el lugar destinado a camposanto en el mismo. Pero desde el momento de su fallecimiento comienza a producirse un prodigio que el mismo cronista nos dice que él pudo comprobar en el año 1.612, o sea, tres años después del óbito, en él que aún seguían produciéndose. Este consistía en que de la sepultura de dicho lego brotaba una vivísima luz celeste que se dirigía a la celda en la que había vívido el fraile y de ella volvía nuevamente al sepulcro.
Durante el año 1.610 continúa la pugna entre el Arzobispo y el Nuncio. Uno lanzaba los anatemas y el otro los revocaba. Finalmente el Nuncio inviste de su poder al Superior del convento y al Rector antedicho para que todos los frailes que hubiesen estado sujetos a tales censuras fuesen absueltos y además a su decreto, une documentos de la Sagrada Congregación de Reglas con lo que detiene totalmente el proceso.
Los Observantes, ante el cariz desfavorable que para ellos tomaba el litigio, se acogen al Cardenal Protector Arigonio, pero el Ayuntamiento de Loja vuelve a tomar manos en el asunto y envía cartas suplicatorias para que los frailes permanezcan en el convento al Papa y al Rey de España, quien a su vez también escribe al mismo Pontífice, al Cardenal Protector y a su Legado en la Curia romana. El mismo cronista nos refiere que el Protector, o bien, porque consideraba causa justa la de los Descalzos, o bien, porque se vio presionado por la influencia de ilustres y regios personajes respondió a los Observantes que en su ánimo no albergaba la idea de la expulsión de los Descalzos del convento, más bien tenía tomada ya la resolución contraria.
Pero un nuevo y negro nubarrón se cierne sobre el convento de Loja. El Arzobispo de Granada D. Pedro de Castro y Quiñones que con tanto encono se ha opuesto a la fundación es nombrado Arzobispo de Sevilla, pero la alegría de los frailes no dura mucho pues quien le va a suceder es un fraile Observante llamado D. Pedro González de Mendoza, quien no sólo recoge el testigo de animadversión dejado por el anterior Arzobispo sino que se ensaña con los frailes descalzos con nuevas censuras eclesiásticas, por lo que el Nuncio nuevamente toma partido por ellos y decreta que, por estas censuras y otras que se les inflijan, hasta que se termine el castigo, si es que lo merecen, no sólo no han de ser castigados, sino más bien reparados, y envió su facultad a todos los Presbíteros de la metrópoli granadina, para que obrasen en consecuencia.
La reacción de los Observantes ante este nuevo fracaso no se hace esperar y por tercera vez recurren ante el Cardenal Arigonio presentando todos los documentos que sobre el litigio tienen. Éste reacciona favorablemente a los intereses de los demandantes y el cuatro de septiembre de 1.611 envía al Arzobispo de Granada unas cartas por las que decreta la expulsión de los descalzos. Estas cartas inmediatamente fueron también presentadas ante el Real Consejo de Castilla que a su vez las envía al Nuncio que, por entonces, era D. Antonio Caetano, quien tras tomarse unos meses para estudiarlas y deliberar sobre ellas, las envió acompañadas de un decreto propio al Arzobispo de Granada.
Ya tienen los Observantes el triunfo en sus manos. Ya van a conseguir que los Descalzos sean expulsados. El Arzobispo de Granada nombra como ejecutor de sus órdenes al Doctor Montoya, con su plena autoridad, quien a través del Notario D. Juan Romero intentó presentar tales documentos de expulsión ante la Comunidad descalza. Pero ésta no está dispuesta a someterse y por tres veces elude la recepción de tales escritos y a su vez convoca una junta de abogados y vuelve a presentar recurso ante la Sagrada Congregación. El doctor Montoya toma testimonio de este recurso y consigue de la Chancillería de Granada la expulsión, en primera instancia, de los frailes. Pero el Ayuntamiento lojano no pierde el tiempo y recurre esta ejecución a través de sus comisarios D. Pedro Cabrera y Luna y D. Juan Rodríguez de Ávila, quienes obtienen del Protector poder ejercer sus derechos contra la expulsión recurriendo a un juez laico y además apelan también ante el Nuncio y la Sagrada Congregación.
Al detenerse nuevamente el proceso, el Arzobispo fulmina nuevas censuras y además declara en entredicho a todas las iglesias de Loja a lo que se opone nuevamente el Nuncio levantando las excomuniones.

LA CAÍDA FINAL

No va a haber resolución en tal pleito ni, por tanto, se va a producir ningún tipo de condena. Va ser desde dentro de la Orden Franciscana, de donde salga la orden para que abandonen el convento. El dieciocho de junio del año 1.612 se celebró en Roma el Capítulo General de la Orden en el que fue elegido Fray Juan de Hierro como Superior General. A éste, el Arzobispo de Granada le remitió todas las actas habidas sobre tal contienda y él a su vez cedió todo su derecho ante el Definitorio General de la Orden quien, por decreto, suprimió toda disputa, y determinó la expulsión de sus frailes del convento lojano. Las cartas del Arzobispo y del Provincial descalzo fueron remitidas al Guardián de la Casa de Loja el diez de febrero del año 1.612.
Ya no quedaba más remedio que obedecer. Son sus mismos superiores quienes, por razones que no alcanzamos a comprender, abandonan todo derecho y se pliegan a los deseos de los Observantes.
Es patética la narración que hace el autor de la despedida del convento. Cuenta que el Superior, junto con los demás hermanos, obedeciendo las órdenes de sus jerarcas, celebraron la Santa Misa, en la que recibieron la Eucaristía, desmantelaron los altares y confeccionaron una relación de todos los enseres que quedaban en la Casa y el ocho de agosto de 1.612, tras casi cuatro años de permanencia en ella, abandonaron el convento y regresaron a su Provincia. La reacción del pueblo, seglares, laicos, nobles y plebeyos, fue desgarradora y según dice el autor se oían lamentos y gritos de dolor por todo el pueblo deplorando que su luz, la virtud, la seguridad y el consuelo los había abandonado.
A pesar de que todo estaba ya consumado, el Ayuntamiento de Loja y los más principales de la ciudad enviaron cartas suplicatorias al Papa, al Rey de España, al Arzobispo de Granada y al Provincial de los Descalzos, pero ya no había nada que hacer. La expulsión se había llevado a cabo, los frailes ya no estaban en el convento y el Arzobispo no iba a permitir que regresasen. Lo único que ya pudo hacer el Ayuntamiento de Loja fue poner guardas que vigilasen la propiedad, hasta el regreso de los hermanos, cosa que más tarde o más temprano habría de suceder. Además impuso pena de muerte a quien, sin su permiso expreso, entrase en el convento.

HECHOS PRODIGIOSOS

Seis años duró la expectativa de la vuelta de los hermanos descalzos. Expectativa que el pueblo vio fortalecida por dos hechos prodigiosos que el autor nos cuenta que ocurrieron. Uno de ellos fue el mencionado más arriba de la luz celestial que todos los vecinos de Loja pudieron contemplar. Pero ya no aparecía sobre su tumba, sino en la celda donde este hermano moraba y además no se quedaba allí, sino que salía y daba varias vueltas al convento y así estuvo durante los seis años y cada noche que duró la ausencia de los frailes. El otro prodigio consistió en unas revelaciones celestiales sobre la indudable vuelta de los hermanos, que recibieron, tanto el Fray Antonio de Sobrino como la venerable Isabel de Medina.
Con estos prodigios cierra el autor el capítulo primero de su Crónica sobre el convento de Loja y con la cierta esperanza de su regreso, como veremos que ocurrió cuando continúe con la traducción de la obra.

CONSIDERACIONES

Antes de terminar quiero hacer una breve recapitulación que sirva como broche final de todo los expuesto:
- Hemos visto que esta crónica escrita en latín, se redacta después de las de Tomás de Montalvo que abarca desde los años 1.661 a 1.667, así como también es posterior a la de Ginés García Alcaraz que continúa desde el año 1.668 a 1.695. Entendemos que hubiese sido lógico que el autor hubiese continuado ambas crónicas, allí donde concluyó la última y además que la hubiese escrito en castellano con el propósito de que hubiese sido de uso y consulta común como lo podían ser las antedichas. Por ello consideramos que el autor quiso redactar algo distinto en la forma de lo ya escrito y con el propósito de, o bien, un regalo para alguna persona importante, o bien, para uso de un pequeño círculo de selectos conocedores del latín.
- De aquí se desprende que imite a los autores clásicos y consiga una corrección bastante notable y que utilice palabras que ya eran arcaísmos en la época de Cicerón o César.
- Es cierto que, hasta ahora, lo único sobre lo que he trabajado en esta línea del Franciscanismo, ha abarcado solamente historia y actuaciones de los Descalzos, en las que está patente, o por lo menos, ellos así lo refieren, la animadversión de los Observantes hacia los Descalzos y la continua persecución y trabas que ponen a todos los propósitos de estos últimos.
- Más inexplicable me parece esta actitud cuando se trata de dos ramas de un mismo tronco y que tienen un Superior General que ejerce su autoridad sobre ambas partes.
- Me gustaría, si está hecho, conocerlo y si no que, alguien que supiese a fondo la historia franciscana, realizase un estudio sobre estas profundas desavenencias.
- Me parece muy digna de encomio la actitud del Ayuntamiento de Loja que, además de ejercer toda su influencia en la fundación del convento le dona gratuitamente las casas que han de constituir su primera residencia.
- Igualmente merece elogio el interés que D. Pedro de Tapia y su esposa ponen en el empeño y que, además de dotar al convento de todos los enseres necesarios, apliquen su poder para obtener los permisos para la fundación a cambio sólo de un bien de índole espiritual como es el Patronato.
- Es digna de consideración la medida que toman los descalzos de confeccionar un inventario de todos los bienes y enseres que abandonaban en el convento. En las condiciones del Patronato hemos visto que los bienes que han recibido han sido en calidad de usufructo, por lo tanto habían de responder de ellos en caso de que los donantes se los demandasen.
El dolor que experimenta el pueblo de Loja y la constante perseverancia con que esperaron su vuelta, cosa que ocurrió, como veremos en su momento, nos indica que en esos cortos cuatro años de primera permanencia su bien hacer y su derroche de caridad caló hondo en los lojanos.
Esta actuación ha sido siempre el timbre de gloria con el que se ha distinguido la Familia Seráfica del Bendito de Asís.

Priego de Córdoba, Agosto, 1.998



Fdo.: Manuel Villegas Ruiz

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