30/11/08

COSAS DE NIÑOS

PERSONAJES:

MIGUEL: 14 años. Hijo de Antonio (Apoderado de un banco) y Dolores (ATS., empleada en un hospital de la S. Social).
Tienen dos hijos. Rafael de 9 años y Loly, de 5. Poseen poco tiempo para cuidar de sus hijos, porque el padre trabaja en el banco por la mañana y por la tarde y la madre no sólo hace sus guardias, sino también las de otras compañeras, para llevar más dinero a casa).
Miguel estudia segundo de Secundaria. No es mal estudiante, saca notables y algún que otro sobresaliente. Es despierto, inquieto e inteligente y posee una gran curiosidad y capacidad de observación. Se considera bastante atrevido por esa curiosidad que lo domina.
RAFAEL (Todo el mundo le llama Faly). También tiene 14 años. Está en el mismo curso y clase que Miguel.
Su padre se llama Francisco que es un agente de una compañía de Seguros y la captación de clientes no le deja casi nada de tiempo libre, por lo que apenas ve a sus hijos.
Está casado con Francisca (a la que todos llaman Paquy). Tiene una mercería. El horario comercial y el cuidado de la casa le dejan poco tiempo para poder estar con sus hijos.
Ambos tienen otro hijo de siete años, José, al que Faly llama “el enano”, (casi siempre andan a la gresca porque el enano quiere ir con Faly y sus amigos y éste no lo deja).
Faly es buen estudiante, le gusta el fútbol y todos los deportes pero, como a Miguel, le subyuga la curiosidad y le atrae lo desconocido.
A pesar de ser un buen deportista, es un poco retraído y tímido. Precisamente cuando más a gusto se encuentra es al practicar algún deporte. Una vez terminado, se apoca y se sume en sí mismo.
JUANA (Se hace llamar Jana, dice que “mola más”).Tiene 13 años y estudia primero de secundaria en el mismo colegio que Rafael y Miguel.
No es mala estudiante, pero alguna vez cae un “cate” que, siempre para alivio de sus padres recupera.
Su padre se llama Manuel, tiene una carnicería. Se levanta muy temprano para ir a la Lonja a comprar la carne que después venderá en su tienda.
Prácticamente esta todo el día en ella, pues abre por la mañana, y por la tarde se dedica a limpiarla y adecentarla, por aquello de la higiene.
Su esposa no trabaja fuera de casa pero en ella tiene bastante faena desde que comienza a arreglar a los niños hasta que limpia los platos (no tiene lavaplatos).
Descansa, cuando puede un poco después del almuerzo y luego ve un rato la tele o repasa alguna ropa.
De cuando en cuando, alguna tarde, sale a pasear e “ir de tiendas” con alguna amiga.
Se siente una privilegiada porque tiene bastante tiempo para estar con Jana y su otro hijo, Manuel, de 8 años. Jana, es inquieta, revoltosa, muy nerviosa y se apasiona con todo lo misterioso.
ANTONIA. Prefieren que la llamen TONIA. Es compañera de clase de Jana y tiene la misma edad que ésta. Tiene una hermana que se llama Emilia.
Tampoco es mala estudiante. Va al mismo colegio que Jana, Rafael y Miguel.
Es muy centrada, trabajadora atrevida. Le gusta que las cosas estén ordenadas.
Se pelea mucho con su hermana Emilia, porque ésta sí es desordenada y descuidada. Le gusta mucho leer novelas de aventuras y misterio y le encanta todo lo que suponga arcano.
Los padres de los cuatro se conocen y llevan muy bien.
Son socios del mismo club. En que, con sus hijos, pasan muy buenos ratos.
En verano disfrutan de la piscina, que a todos les encanta, y preparando buenas comilonas. El club tiene un lugar reservado y acotado, en el que se pueden encender fuegos sin peligro alguno de que de propaguen.
En invierno es otra cosa. La piscina no es cubierta ni de agua caliente, por lo que no se puede contar con ella. Sin embargo hay un enorme salón, muy bien dispuesto y con varias chimeneas que proporcionan un ambiente muy agradable.
En pasan la mayor parte de los domingos y días de fiesta. ¡Cómo no! Disfrutando de buenas chuletas. (Los cocineros son magníficos), paellas, o cualquier otra cosa que les apetezca.
Los cuatro niños se llevan muy bien. A veces, forman equipos y juegan al fútbol, o al baloncesto.
También durante el curso se reúnen para estudiar juntos en casa de Antonio, porque la mayoría de las veces sus padres no están en ella.
Cuando se hartan de estudiar, se preparan una buena merienda y se ponen a hablar de lo que más les fascina: lo desconocido y misterioso.
Cuentan narraciones de fantasmas y aparecidos. Son tan atrevidos que, cuando les parece bien y está anocheciendo, apagan las luces para darle mayor “canguelo” a lo que están contando.
Casi siempre se juntan para estudiar y jugar en casa de Miguel (tiene una habitación para él solo).Además, como sus padres no están casi nunca en casa, pueden hacer lo que más les gusta. Oír música, bailar, merendar de lo lindo, o dedicarse a lo que más los apasiona: lo misterioso.
Se han comprado una baraja de tarot y pasan buenos ratos con ella, adivinándose el porvenir unos a otros.
Pero eso no tiene mucho misterio, les gustan las cosas más fuertes.
SUCINTA HISTORIA DE LA OUIJA
La ouija tiene un origen impreciso situado en la moda espiritista que inundaba Occidente hacia finales del siglo XIX, y que dio lugar a una patente registrada el 28 de mayo de 1890 declarando a Elijah J. Bond como su inventor, William H. A. Maupin y Charles W. Kennard como titulares. No está claro si Bond o los titulares inventaron realmente algo o simplemente patentaron una de las muchas planchettes o tablas parlantes para comunicarse con los espíritus que circulaban por Europa y América. En todo caso, Kennard crearía la empresa (Kennard Novelty Company) para la fabricación del tablero y comenzó a vender los primeros ejemplares en 1890. Kennard inventó asimismo el nombre ouija, explicando que era una palabra egipcia que significa «buena suerte» -lo cual no es cierto- pero probablemente este nombre exótico ayudó a que el juguetito (pues como tal se comercializaba) batiese marcas de venta.




LA OUIJA
Una fría tarde de otoño. Después de haber hecho los deberes. Tonia, que no le había dicho nada a ninguno, sacó de su enorme mochila una tabla de ouija que había comprado sin que sus padres se enterasen.
Les propuso a sus amigos jugar un poco con ella.
La ouija es una tabla cuadrada en la que están representados todos los caracteres del alfabeto y los números del 0 al 9.
En un lugar de preferencia, pueden ser en los ángulos superiores están escritas con mayúscula las palabras: SÍ NO.
Lo normal es que sean cuatro los participantes que intervengan en esta clase de juego.
Además de la tabla ouija hay que utilizar un vaso de cristal, nunca de plástico, pieza o plantilla acabada en punta, flecha o arandela o cualquier cosa para señalar, la cual servirá para indicar dentro del tablero la letra o número que según los seguidores de la ouija trasmitirá el ente contactado.
Esa sucesión de letras o números compondrán la frase que responderá a la pregunta que hayan realizado.
Si son cuestiones muy concretas la plantilla señalará directamente SI o NO.
Siempre se ha de tener en cuenta que, aunque sea un juego, es potencialmente muy peligroso utilizarla.
A veces el poder del médium, que, al poseer una supuesta capacidad para "contactar" o recibir la presencia de estos entes, suele ser también un medio de comunicación entre los participantes y el presunto ente sobrenatural contactado.
La supuesta energía mental y psíquica trasmitida por los participantes puede actuar como fuerza motriz para el desplazamiento de la plantilla o el vaso.
INICIOS DE SU AVENTURA
Al principio se resistieron, pero Tonia era muy convincente y les dijo:
-¿Qué puede pasar? Empezamos y si nos da miedo, lo dejamos.
Con esa condición pusieron la tabla sobre la mesa. Apagaron algunas luces, para darle más misterio y comenzaron el juego.
Aunque habían leído las instrucciones, no ocurrió nada. Después de haberse aburrido por lo menos una hora, lo dejaron y se pusieron a oír música
Sin embargo les quedó el resquemor de no haber conseguido algo. No obstante la dejaron por el momento.
SEGUNDO INTENTO
Pasaron los días y no volvieron a hablar más sobre el asunto.
Sin embargo otra tarde, con más tranquilidad y menos nervios, volvieron a intentarlo. Era un día del mes de mayo, pero de una primavera que se había atrasado un poco. El cielo estaba nublado y encapotado. No parecía que fuese a llover, pero tampoco lo contrario.
Sin miedo alguno y suponiendo que lo que hacían no era un juego peligroso se dispusieron para comenzar la sesión.
Esta vez montaron la cosa mejor. Prepararon un ambiente adecuado. Colocaron sobre una mesa redonda un paño negro sobre el cual situaron el tablero de la ouija y la tablilla de señalar. Apagaron las luces y encendieron cuatro cirios, que habían adquirido a espaldas de sus padres.
Purificaron el ambiente quemando en un pequeño brasero un puñado de incienso junto con unas hierbas aromáticas.
Con este halo de misterio, Tonia, al ser la más atrevida de todos, se dispuso a iniciar la sesión.
Comenzó con preguntas muy triviales. Como si iban a aprobar los exámenes. Si suspenderían alguna asignatura, o si sus padres los llevarían de vacaciones aquél año.
Las respuestas fueron todas positivas, lo que les proporcionó ánimo y fuerzas para seguir con el juego.
De pronto Jana dijo: ¿Porqué no nos metemos en más honduras e intentamos contactar con algún espíritu del más allá?.
Miguel, más cauto y seguramente temeroso, se opuso, pero los demás, acaso más intrépidos y atrevidos, estuvieron de acuerdo. No le quedó más remedio que transigir y seguir lo que los demás querían hacer.
Tonia se atrevió a preguntar: ¿Quién está ahí? Al principio no se oyó ninguna respuesta.
Más envalentonada volvió a hacer la misma interrogación.
Primero un velo de silencio se extendió por toda la habitación. Después se oyó como un fuerte viento, un hedor insoportable se expandió por la sala y de pronto sonaron las siguientes palabras:
-¿Quién me molesta?
-¿Quién se atreve a turbar mi tranquilidad?
Un frío profundo recorrió la médula espinal de cada niño y los cabellos y el vello de todo el cuerpo se les erizaron.
De pronto el terror los sobrecogió y se quedaron helados de espanto. No supieron qué responder.
Sin embargo, Tonia, repuesta de la primera impresión, se atrevió a contestar:
-Somos cuatro amigos que queremos conversar contigo, sin importarnos quién seas, pero sí nos gustaría que nos dijeses a qué mundo perteneces.
-¿Eres un espíritu desencarnado?
-¿Acaso un ser de otro plano?
-¿Un alienígena que visita nuestro planeta?
Una voz horrísona y cavernosa respondió:
-No soy nada de eso. Soy un ser que habita en el averno y habéis tenido la osadía de invocarme.
-No quiero cuentas con vosotros
Tonia prosiguió:
-Dinos, al menos cono te llamas, por si otra vez queremos hablar contigo.
Furibunda la voz respondió:
-¡Eso jamás! Nunca sabréis mi nombre. Si llegaseis a conocerlo podríais ejercer algún poder sobre mí, cosa que jamás consentiré.
-Os aconsejo que no volváis a invocarme. Podría tener consecuencias nefastas para vosotros.
Un fuerte movimiento sacudió la habitación, lámparas, sillas, muebles y todo lo que en ella reencontraba y no se volvió a escuchar más aquella lúgubre voz.
Todo, menos Tonia, quedaron sobrecogidos por el espanto.
Miguel dijo que ya no volverían a jugar más.
Faly con su característica timidez lo apoyó y dijo que con él no contaran para aquello.
Jana no había pasado demasiado miedo, peo estaba conforme en que no volverían a repetir tales experiencias.
Así quedó la cosa.
Al día siguiente lo comentaron con algunos compañeros de colegio. Unos no los creyeron. Otros pensaron que les estaban gastando una broma. Sin embargo alguno les dijo que tuvieran mucho cuidado con aquello que podría resultar una cosa muy peligrosa.
Ellos, después del susto, pensaron en dejar el aventurado juego. Aunque realmente, sobre todo Tonia, estaban dispuestos a, con el tiempo, volver a intentarlo otra vez.
VUELTA A LAS ANDADAS
Transcurrieron los días. Siguieron, como siempre, saliendo juntos. Yendo al cine y haciendo su vida normal.
Como ya se había pasado, desde hacía mucho, el tiempo de la piscina, los domingos y festivos, las cuatro familias entretenían los días de fiesta yendo al club, para pasarlo bien junto a las chimeneas, comiendo sus buenas parrilladas de carne, sus mariscos, sus chorizos al infierno y disfrutando de los buenos vinos con los que contaban en la peña.
Llegaron las vacaciones de Navidad y con ellas el tiempo de pasarlo bien, pero también de aburrirse en las largas tardes de invierno.
Las películas que ponían en los cines de la ciudad ya las habían visto todas. La “tele” los aburría soberanamente, así que las tardes resultaban demasiado largas y tediosas, sobre todo cuando no tenían nada con lo que divertirse.
Como siempre, fue Tonia la que lo propuso.
-Mañana es martes. No tenemos en perspectiva nada que hacer. ¿Por qué no echamos un rato con la ouija?
Los demás se quedaron asombrados.
-Tú estás loca ¿Qué quieres, que vuelva el mismo espíritu y pasemos otro mal rato?, le dijo Faly.
Los demás no estaban por volver a la experiencia.
-No seáis tontos. ¡Vamos a intentarlo de nuevo!
-Además podremos tener delante alguna estampa de la Virgen o de otro santo y así seguro deque no nos pasa nada malo.
No estaban conformes, pero Tonia siguió parloteando y dándole a la matraca, hasta que a regañadientes consintieron.
Sus padres estarían, por sus obligaciones, toda la tarde ocupados.
Quedaron en verse a las cinco. Después de comer y cuando ya no hubiese nadie en casa de Miguel.
Tonia compró en la papelería que había en la esquina de su calle una estampa de
La Purísima Concepción para ponerla sobre la mesa, mientras jugasen con la ouija.
A la hora fijada todos estaban en la casa de Faly.
Iniciaron con el mismo ritual de la vez anterior. Cerraron las dos ventanas.
Utilizaron la misma mesa redonda. Colocaron sobre ella el paño negro, quemaron incienso y pusieron los cuatro cirios encendidos, y la tabla de la ouija con sus artilugios, apagaron las luces e iniciaron la sesión.
Comenzaron como la vez anterior. Preguntas simples y fáciles.
Miguel inquirió si los Reyes Magos le traerían la consola que había pedido. Como es lógico, la respuesta fue afirmativa.
Faly se interesó por unas botas de fútbol que también había pedido a los Reyes y que estaba deseándolas. Ciertamente la contestación fue positiva.
Jana quiso saber si le traerían el equipo de música que llevaba tanto tiempo soñando con él. Recibió la misma contestación que los demás.
Tonia interrogó si ella le gustaba tanto al chico del que estaba enamorada como él a ella. Esta vez no hubo respuesta. La tablilla no removió de su sitio.
Molesta se enfurruñó y se atrevió a efectuar la misma pregunta que la vez anterior.
-¿Hay alguien ahí?
En esta ocasión la cosa fue peor. Además de la hediondez insoportable y del frío glacial, las ventanas y la puerta del cuarto se abrieron y cerraron estrepitosamente.
La misma voz horrenda y sepulcral respondió.
-¿Otra vez habéis tenido el valor de perturbar mi tranquilidad?
Al oírse estas palabras, la estampa de la Virgen se rompió en mil pedazos. No habían tenido la precaución de llevársela al cura de su parroquia para que la bendijese y, por tanto, era un simple papel pero que, por lo visto, el ser maligno no toleraba.
-¿Qué es lo que queréis de mí? Se oyó decir en un tono entre enfadado y furioso.
Como siempre Tonia, que era la más atrevida, respondió.
-Conocerte. Que nos digas quién eres y que hagas que te veamos.
-Llena de furia la voz manifestó.
-Ya os dije la vez pasada que habito en las tinieblas.
-No os puedo decir quién soy. Ya lo sabéis.
-Respecto a verme sólo puedo consentir que me vislumbréis un poco.
La pestilencia se intensificó y de pronto se comenzó a formar como una especie de figura entre humana y animal compuesta de un humo denso y verdoso que en la parte que correspondería a la cabeza brillaban con un color rojo amarillento dos bolas no mayores que unas canicas.
El miedo invadió el espíritu de los niños. Llenos de terror pánico dijeron los cuatro a la vez:
-No queremos cuentas contigo. ¡Márchate!
La horrenda voz respondió:
-Vosotros me habéis llamado. Yo no he venido por mi voluntad. Por ello alguno de vosotros sufrirá las consecuencias y posiblemente me quede con él algún tiempo.
La voz enmudeció y la fuliginosa figura desapareció no sin antes causar el mismo estrépito de antes y hacer temblar todos los enseres de la sala.
Descompuestos y aterrorizados, apagaron los cirios, encendieron las luces, abrieron las ventanas y la puerta para hacer desaparecer el pestilente hedor e hicieron añicos la ouija.
LA MALA NOCHE
Una vez calmados y sosegados, pusieron sus manos derechas unas sobre otras y juraron por sus vidas no volver a jugar más con la ouija.
Todavía no era muy tarde, así que los cuatro se fueron a dar un paseo, buscando serenarse y tranquilizarse, viendo los escapares de las tiendas y la iluminación navideña.
Al volver a sus casas, sus padres ya estaban en ellas, los notaron algo raros, como si hubiesen tenido una extraña experiencia. Pero los progenitores saben que a los adolescentes no hay que preguntarles muchas cosas, porque si no se exponen a recibir alguna contestación salida de tono.
La noche la pasaron muy mal. Ninguno durmió tranquilo.
Horrendas pesadillas poblaron sus cerebros.
Miguel soñó con un horripilante monstruo que se lo quería comer. Lo había sacado de la cama y lo había llevado a un intrincado bosque, en un claro del cual había encendido una hoguera y estaba dispuesto a asarlo en ella, para después comérselo.
La pesadilla de Tonia hizo que, cuando horrorizada se despertó, no volviese a dormir en toda la noche. Fue horrenda. Se vio completamente desnuda en un antro en el que brillaban algunas hogueras. Le habían extendido los brazos y se los habían atado a un palo transversal.
Después la habían sentado en una estaca puntiaguda que se le clavaba hasta las entrañas.
Unos seres monstruosos con cabezas de chacal, pezuñas de cabra y afinados cuernos, la hacían girar sobre la estaca empujándole los brazos. El dolor era insoportable.
Lo peor de todo era que no le sobrevenía la muerte. Así estuvo un tiempo que le pareció eterno hasta que despavorida se despertó. Mucho trabajo le costó serenarse.
Cuando logró hacerlo, fue al frigorífico y se tomó un vaso de leche que, aunque frío, la tonificó. Volvió a la cama, pero mantuvo los ojos abiertos como platos hasta que los primeros albores del día comenzaron a clarear y esto hizo que se sintiese más dueña de sí misma.
Lo de Faly posiblemente fue peor. Un monstruo terrorífico, mitad hombre mitad ser marino sin definir, lo arrastró hasta el fondo del mar.
Allí le hacía tragar ingentes cantidades de agua que no le permitían respirar, pero que tampoco lo asfixiaban.
No podía soportarlo más, pero el insaciable y horripilante ser no permitía que dejase de tragar agua.
Empapado en sudor, a pesar de que la noche era fría, se despertó sin saber dónde se encontraba. A tientas encendió la lamparita de la mesita de noche y, poco a poco fue reconociendo los familiares muebles, su mochila, sobre el suelo, su chándal colgado en la percha y el estante en el que colocaba los libros.
Esto hizo que se tranquilizase paulatinamente, pero tampoco volvió a dormirse. En cuanto amaneció se fue al cuarto de baño, se duchó y se sintió más relajado.
El sueño de Jana quizá fue el más angustioso.
Se hallaba dentro de una espelunca. Unos seres simiescos la habían atado desnuda a una cama de madera y sujetado fuertemente con unas duras correas de cuero.
La horripilante estancia sólo estaba iluminada por unos fuegos que apenas producían luz.
En aquella semipenumbra estos animales que parecían horrendos monos, con unas aceradas tenazas le iban arrancando trozos de carne de su cuerpo y delante de ella los devoraban con verdadera fruición.
Lo verdaderamente aterrador es que, cada vez que extraían un trozo de carne de su organismo, el hueco se rellenaba inmediatamente, deforma que el suplicio nunca acababa.
Aterrorizada se despertó dando unos horripilantes gritos con los que llamaba a sus padres.
Llenos de espanto corrieron a su habitación para ver qué ocurría. Se la encontraron sentada entre la cama vociferando entrecortadamente y sin poder explicar qué pasaba.
Su madre, inmediatamente la abrazó. Comenzó a besarla y a acariciarla al mismo tiempo que le susurraba palabras tranquilizadoras.
Poco a poco, se fue calmando y, al final, pudo contarles a sus padres la horrenda pesadilla.
Una vez tranquilizada, su madre le dijo que si quería que durmiese con ella lo que quedaba de noche.
Con lágrimas en los ojos le respondió que sí y su madre se acurrucó en la cama junto a su niña.
Ambas estuvieron despiertas hasta que amaneció. Jana no dejaba de sollozar un temblor intermitente sacudía todo su cuerpo.
Casi calmados, se levantaron, desayunaron y, sin dudarlo un momento siquiera, todos pensaron lo mismo: tenían que verse. No necesitaron utilizar el teléfono móvil.
Sabían que se encontrarían en el lugar de siempre: el pequeño parque que estaba cerca de sus casas.
Casi llegaron a la misma hora, las diez y cuarto más o menos.
Sin decirse nada rápidamente entendieron que todos habían pasadazo mala noche.
Se sentaron en un banco y cada uno relató a los demás su horripilante pesadilla. Temblaron y se conmocionaron como su estuviesen volviendo a tenerlas.
Al finalizar, todos se quedaron callados. No tenían comentarios que hacer, ni fuerzas para pensar en nada más.
BUSCANDO AYUDA
Como siempre, Tonia, la más resoluta, dijo:
-¿Por qué no se lo contamos a Enrique?
Enrique era su párroco, además de su profesor de Religión y Educación Física.
Era un cura joven, alrededor de 35 años, atlético, siempre en forma. Medía casi un metro ochenta Tenía un agrado y una habilidad especial para tratar a los chicos. Casi nunca se enfadaba. Su mirada noble y franca infundía confianza Lo que más le molestaba era la irresponsabilidad.
Normalmente estaba sonriendo. Su aspecto era agradable y poseía unas facciones bastantes correctas. Una belleza masculina, algo difuminada, pero que hacía que más de una niña se pirrase por él.
Su sacerdocio lo ejercía con absoluta dedicación, a pesar de ser responsable de la enseñanza de dos asignaturas.
Siempre estaba dispuesto a echarle una mano a quien lo necesitase. Bien para solucionar un problema de dinero, si podía, para arreglar una desavenencia matrimonial o una pelea entre los alumnos del Colegio.
Todos, estudiantes y feligreses, tenían confianza en él y podemos decir que, hasta lo querían.
Sus ideas sobre la práctica de la religión católica eran bastante avanzadas. Creía que la Iglesia tenía que entregarse más a los pobres. Menos teoría y más práctica. Más sacrificio y menos pompa.
Sobre el pecado, el infierno, el demonio y la condenación eterna mantenía unas opiniones posiblemente poco ortodoxas.
Respecto al pecado repetía cada vez que se le presentaba la ocasión que era muy difícil que una persona normal cometiese uno mortal.
Además lo demostraba con la misma doctrina de la Iglesia. Ésta dice que para que haya pecado mortal tienen que darse tres condiciones:
1ª Materia grave
2ª Advertencia plena y
3ª Consentimiento perfecto.
Enrique sostenía que era muy difícil, casi imposible, que las tres se diesen juntamente en una persona normal, cuya única preocupación era trabajar y sacar adelante lo mejor posible a su familia.
Por eso, en sus homilías dominicales no se dedicaba a abroncar a sus feligreses llamándolos pecadores, instándoles a que se arrepintiesen de sus muchos defectos y errores.
Siempre basaba éstas en el deseo de perfección y no se cansaba de repetir que todos podemos ser mejores siempre que nos lo propongamos como meta y que la finalidad de nuestra vida es tender a la superación espiritual.
Por eso su feligresía y alumnos estaban tan contentos con él y lo apreciaban tanto que era, diríamos el refugio de sus preocupaciones.
Respecto al demonio y al infierno estaba más cerca de algunos teólogos que defienden la inexistencia de ambos y lo apoyaba diciendo que Dios, ya que somos obra suya y dada su infinita misericordia, no podría permitir la perdición eterna de unas almas que habían salido de sus manos.
El Obispo no estaba muy conforme con estas opiniones pero, consciente del mucho bien que realizaba en su parroquia y del cariño que le profesaban sus feligreses, no se atrevía a reconvenirlo.
Los cuatro decidieron ir a contarle a Enrique todo lo que les había ocurrido desde el primer momento.
Tuvieron suerte, ya que, a pesar de sus muchas ocupaciones, aquél día lo encontraron en su despacho, pues tenía que resolver papeleos de las obras de caridad que llevaba a cabo.
Afable los recibió como siempre, con una sonrisa en los labios y un ademán de cordialidad.
Les dijo que se sentasen y le contasen lo que les sucedía.
La verdad es que no sabían cómo empezar. Pero esta vez fue Miguel quien se atrevió a hablar. Posiblemente Tonia no lo hizo porque se sentía cortada ante él ya que era una de sus admiradoras.
Miguel le refirió desde el principio todo lo que les había sucedido.
Les prestó mucha atención, como siempre, pero procuró quitarle importancia al asunto.
Les dijo que la ouija era un juego peligroso pero porque la energía mental de las personas que se reúnen para practicarla puede causar, al unirse, ciertas perturbaciones entre quienes practican con ella.
No les reconvino. No los atemorizó. Sólo les pidió que no volviesen a efectuar tan aventurado entretenimiento y que se lo prometiesen bajo su palabra de honor.
Así lo hicieron Y, ya más reconfortados y tranquilizados, se fueron al parque en el que estuvieron un rato charlando y entretenidos.
Luego se tomaron unos refrescos y se marcharon a sus respectivas casas, pues se acercaba la hora de comer.
Siguieron su vida normal. Se veían todos los días. Iban al parque a dar un paseo. Jugaban un rato en las máquinas recreativas. Se tomaban algún refresco, poco antes de comer y por la tarde, si había alguna película que les interesase entraban en el cine a verla.
Como ya estaba cerca la Noche Buena, estuvieron un par de días sin verse, entretenidos montando el árbol de Navidad.
No eran partidarios del Belén porque decía que era muy trabajoso ponerlo. Requería mucha paciencia, mucho esfuerzo y era muy entretenido desmontarlo y volver a guardar todos los pastores, las cabras, las ovejas las casitas, los Reyes Magos, el Misterio. En fin, que preferían instalar el árbol porque era menos laborioso.
EL EXTRAÑO SUEÑO
Justamente a la semana siguiente Faly, cuando dormía tuvo un sueño muy raro.
Soñó que por sus fosas nasales entraban dos chorros de un humo negro verduzco con un pestífero olor y que invadía todo su cuerpo.
No ocurrió nada extraño. Pasó el sueño y siguió durmiendo como si nada.
A la mañana siguiente se levantó con una sensación insólita de desasosiego. Tenía un cierto nerviosismo especial. Notaba que no podía estarse quieto. Necesitaba hacer algo.
Se unió con sus amigos y les contó lo que le ocurría. Miguel le dijo:
-Eso son exceso de energías, lo que tu necesitas es coger tu pelota y que echemos los cuatro un partido en el descampado del final del barrio.
Así lo hicieron. Estuvieron más de una hora jugando a la pelota. Después, sudorosos y cansados, se tomaron unos refrescos y se fueron a sus respectivas casas para ducharse y prepararse para almorzar.
Ciertamente Faly se había tranquilizado un poco, pero notaba una sensación extraña. Como si no pudiera serenarse del todo. Tenía que moverse. Sus manos, sus brazos, sus pies, sus piernas, hacían extrañas sacudidas en contra de su voluntad.
Algunas veces su cabeza adoptaba posturas desusadas sin que él lo quisiese.
Parecía que algún cuerpo extraño estaba, desde su interior, procurando adaptarse al suyo y eso originaba estas posturas y contorsiones extravagantes.
No les comentó nada a sus padres. Pensó que sería algo pasajero y mejor era no preocuparlos
Llegó la Noche Buena y las cuatro familias decidieron cenar en el club, para así quitarse de complicaciones por tener que preparar comida extraordinaria. Pasaron una buena noche. Comieron y bebieron lo que les apeteció.
Ya entrada la madrugada, como no se encontraban los padres en condiciones reconducir, llamaron a unos taxis que los dejaron en las puertas de sus respectivas casas y todos, incluido Miguel, durmieron a pierna suelta.
Llegaron los Reyes Magos. Cada uno recibió lo que les había pedido. Así que los cuatro estaban llenos de contento.
LA RUTINA DE LAS CLASES Y EL COMPORTAMIENTO IRREGULAR DE FALY
Se acabaron las vacaciones. Había que volver a la monótona vida escolar. Las clases. Los trabajos que mandaban los profesores. En una palabra, al eterno aburrimiento.
Lo de Faly era ya otra cosa. Sus padres empezaron a darse cuenta de su inquietud y de que parecía que siempre estaba desasosegado.
Comenzó a no descansar bien. Se despertaba a medianoche y no podía volver a coger el sueño.
Durante el día estaba muy irritable. Sin motivo alguno se enfadaba con su hermano. Protestaba por casi todo y, algunas veces, sufría accesos incontrolables de ira.
La preocupación hizo mella en sus padres. Vieron que algo no marchaba bien.
Decidieron llevarlo al médico de medicina general y contarle lo que le ocurría a su hijo.
Le realizó un concienzudo examen pero no encontró nada anormal. No le dio importancia y les dijo que eso era consecuencia de las hormonas que en la adolescencia bullen como una olla de agua hirviendo y en algunas personas se hace más patente que en otras.
Le recetó un medicamento miorelajante para que se lo tomase antes de acostarse. Esperaba que estro lo tranquilizase y pudiese descansar mejor de forma que durante el día estuviese más tranquilo.
No obstante les dijo a los padres que, si no notaban mejoría en él, volviesen a consulta para tomar otra determinación.
Pareció que, al principio hubo algo de mejoría pero, pasados unos días, la cosa fue a peor.
Por momentos estaba más irritable. Se enfurecía por cualquier cosa. La tenía tomada con su hermano pequeño. Un día, desayunando, sin motivo aparente alguno, la emprendió a mamporros con él.
En otra ocasión, enfadado con su madre, mientras ésta estaba preparando la comida, sin causa alguna aparente, se enfureció con ella y de pronto los cuchillos que estaban en el cuchillero salieron disparados, clavándose profundamente en la puerta de la cocina en la que quedaron vibrando con un ruido ensordecedor.
AGRAVACIÓN DE LA SITUACIÓN
En el colegio se portaba cada día peor. Contestaba de mala manera a los profesores. Éstos estaban extrañados, ya que siempre había sido un alumno casi ejemplar.
Sin venir a cuento profería palabras mal sonantes y hasta blasfemias. Él que siempre había sido muy comedido y moderado en sus expresiones.
Lo que colmó la situación fue que un día, jugando al fútbol, un contrario, en un regate, le arrebató el balón.
Esto lo puso furioso. Se abalanzó contra él y comenzó a golpearlo. Patadas, puñetazos, mordiscos. No había forma de pararlo. Entre tres profesores, haciendo uso de todas sus fuerzas, pudieron sujetarlo y hacer que se calmase.
El Director no tuvo más remedio que convocar a sus padres a los que les dijo que, si Faly no se enmendaba y cambiaba recomportamiento, no tendría más remedio que expulsarlo del colegio.
Esto supuso una grave preocupación para sus padres. No se explicaban que un niño que había sido casi un modelo para sus compañeros, hubiese dado un giro tan radical en su comportamiento y se hubiese convertido en una persona intratable.
Decidieron volver al médico. Pero esta vez fueron al neurólogo de la compañía privada a la que estaban suscritos.
Le realizó un profundo reconocimiento. Le comprobó los reflejos, en los codos y en las rodillas.
Hizo que de pie y con los ojos cerrados se tocase la punta de la nariz, primero con el dedo índice de la mano derecha y después con el de la izquierda.
En la misma consulta le realizó un electroencefalograma.
Nada anormal le encontró.
Le recetó unos tranquilizantes y les dijo a sus padres que, si no mejoraba, que lo llevasen al psiquiatra.
La cosa fue a peor.
Los accesos eran cada vez más frecuentes y se manifestaban con más virulencia.
Faly había sido un niño que no solía decir palabrotas, pero cuando se encontraba en esas especies de crisis, de su boca salían los vocablos más soeces, asquerosos y malsonantes que se pudiesen oír. En ocasiones prorrumpía en blasfemias horrorosas.
Él era un chico fuerte. Practicaba mucho deporte, pero la fuerza que desarrollaba en esas especies de ataque era descomunal y desproporcionada.
En más de una ocasión, encontrándose en tal situación fue capaz de levantar la mesa del comedor, que pesaba muchísimo, ya que era de roble macizo. Otro día arrancó de cuajo los barrotes de una ventana.
Los padres, totalmente desolados y sin encontrarle explicación alguna, pues los medicamentos los tomaba, aunque no le producían ningún efecto, decidieron volver a llevarlo al psiquiatra. Éste, de acuerdo con el neurólogo, mandó que le hiciesen un PET, para ver si tenía algún daño en el cerebro.
Todo fue negativo. No había lesiones ni otra clase de daños.
Decidieron llevarlo a un psicólogo. Éste, llamado Patrick O’Hara, era un irlandés que se había establecido en la ciudad. Tenía fama de ser muy bueno, hablaba perfectamente español y además era un católico convencido y profundo creyente. En su despacho había un crucifijo y una imagen de la Inmaculada.
Nada más entrar, Faly sufrió una gran crisis. Comenzó a blasfemar. Intentó atacar al psicólogo con patadas y puñetazos y se fue a la puerta, que estaba cerrada, y comenzó a golpearla intentando derribarla.
Inmediatamente éste se percató de que posiblemente el niño no estuviese enfermo.
Seguidamente lo sacó de la habitación y fue entonces cuando se calmó. Hizo que se sentase en una silla del pasillo y que se quedase fuera con su madre.
Le dijo al padre que entrase con él a la sala y le manifestó que sospechaba que Faly no tenía alguna enfermedad, que podían ser señales producidas por alguna potencia maligna.
El padre se quedó perplejo. Él también era católico, aunque no muy practicante, pero una cosa así no le entraba en su cabeza.
El doctor le propuso que le permitiese hablar con un sacerdote que tenía conocimientos de situaciones como ésta y que ya se pondría en contacto con ellos.
LA INTERVENCIÓN DEL SACERDOTE
A los pocos días, el psicólogo llamó al padre y le dijo que el sacerdote estaba dispuesto a observar a Faly.
El cura era un padre jesuita. Se llamaba Antonio Bazán. Era alto y fuerte como un roble, pero con una cara de bondad que trasmitía serenidad y paz a quienes hablaban con él.
Poseía una inteligencia fuera de lo normal. Sus superiores que saben tan bien valorar estas mentes, le hicieron que, en España, se doctorase en Filosofía y Teología. Cuando terminó, lo enviaron a Roma donde también se doctoró en lenguas clásicas y semíticas. Dominaba el francés, el inglés y el alemán, además de hablar en latín, griego y hebreo.
En Roma asistió primero como observador y después directamente en algún exorcismo. Así que conocía cómo tratar estos casos, si lo de Faly era uno de ellos.
Fue destinado a trabajos en la curia papal, pero ya cerca de cumplir los cincuenta años, harto de tantas intrigas palaciegas, solicitó al Prepósito General de los Jesuitas, que lo liberase de sus obligaciones y lo pusiese a disposición de un obispo en España pues quería dedicar el resto de su vida a realizar solamente el bien, a ser posible en una parroquia humilde de algún barrio obrero.
El superior comprendió sus razones y le permitió regresar a España, siendo nombrado párroco de una iglesia situada en una barriada humilde de gente trabajadora y honrada.
Primero tuvo una conversación con los padres que le explicaron cómo habían sucedido las cosas desde el principio.
Les preguntó si Faly había tenido antes manifestaciones de este tipo, a lo que respondieron que no.
Parecía ser, según sabían por sus amigos, ya que el niño no había hablado nunca de ello, que él, dos niñas y otro niño, con los que se llevaba muy bien, habían tenido alguna experiencia negativa jugando a la ouija.
Ellos no le habían dado importancia porque no creían en esas cosas y además pensaban que eso era jugos de niños.
El sacerdote quiso hablar con ellos. Le pidió al padre que los preparase para tener una cita con él y que, cuando estuviesen dispuestos, le avisara para recibirlos en su iglesia.
Miguel, Tonia y Jana, puestos al corriente por el padre de Faly, estuvieron prestos a charlar con D. Antonio, por si podían ayudar a Faly contándole lo que les había ocurrido.
D. Antonio los recibió con toda afabilidad. Procuró que se sintiesen tranquilos y relajados y con mucho tacto comenzó a preguntarles.
Ellos no sabían cómo comenzar.
El sacerdote les pidió que, sin apresuramientos y con todo pormenor, le refiriesen todo lo que había ocurrido desde la primera ocasión.
Para ayudarles a serenarse les ofreció unos refrescos que, gustosamente aceptaron.
Fue Miguel el que comenzó a hablar.
Contó la primera experiencia que había sido totalmente un fracaso. Siguió con las restantes y relató con toda minuciosidad la aparición de aquél ser informe. Habló de la fetidez que inundó la habitación y de los ruidos, portazos y movimiento de objetos y de la amenaza que les hizo cuando pronunció aquellas horrendas palabras: “Alguno de vosotros sufrirá las consecuencias”.
Las dos niñas corroboraron lo que había dicho Miguel y dijeron que todo había ocurrido tal y cual él lo había relatado.
ACTUACIÓN DEL SACERDOTE
D. Antonio pensó que pudiese tratarse de un caso de posesión diabólica, ya que, médicamente no se le había encontrado a Faly nada anormal, a pesar de tantas pruebas y exámenes como se le habían realizado. Además los medicamentos no habían causado efecto alguno.
Antes de tomar ninguna decisión, expuso el caso a sus superiores, contándoles todo lo que le habían referido los niños. Ellos estuvieron de acuerdo en que, ciertamente parecía un caso típico de dominio del Maligno. No obstante, le aconsejaron que se lo refiriese al señor Obispo y que, además de pedirle consejo, lo consultase con los expertos en el tema que él conocía de cuando había estado en Roma.
El sacerdote así procedió.
El Obispo le prestó el máximo de atención y le dijo que actuase como él creyese conveniente, pero que lo tuviese informado en todo momento del desarrollo de la situación.
Habló por teléfono con sus compañeros de Roma, quienes estuvieron de acuerdo en que, ya que, al parecer, no se correspondía con una situación psicopatológica. Sin embargo le aconsejaron que obrase con la mayor prudencia y rigor posible, pues la Iglesia es muy renuente a aceptar estos casos de posesión demoníaca.
También le dijeron que siguiese al pie de la letra las condiciones que, para situaciones como ésta exige el Ritual Romano y que siempre se atuviese alo en él indicado.
EL EXORCISMO
El Ritual Romano dice que, en estos estados, después de haber descartado totalmente las posibilidades de que pueda tratarse de algún tipo de enfermedad mental, se comprueben tres condiciones anormales en una persona sana. Estas son las siguientes:
a) El hablar lenguas no sabidas. Para comprobarlo bien, es menester estudiar a fondo el sujeto; ver si, en tiempos pasados, tuvo ocasión de aprender algunas palabras de dichas lenguas; si, en vez de articular algunas frases sueltas aprendidas de memoria, habla y entiende una lengua que en verdad no conocía.
b) La revelación de cosas ocultas, sin medio natural que lo explique. También en esto es menester una profunda investigación; cuando se tratare de cosas lejanas, será menester estar seguros de que no puede saberlas el sujeto por ningún medio natural; cuando de cosas futuras, hay que esperar que se cumplan para ver si suceden exactamente como se había anunciado y si son bastante determinadas de manera que no dejen lugar al equívoco. Luego de comprobado el hecho a conciencia, aún queda por ver si ese conocimiento preternatural procede del bueno o del mal espíritu, según las reglas para la discreción de espíritus; y de un espíritu maligno presente a la sazón en el poseso.
c) El uso de fuerzas notablemente superiores a las naturales del sujeto, habida cuenta con su edad, su adiestramiento, su estado morboso, etc.; realmente hay casos de sobreexcitación, en los que se duplican las energías. El fenómeno de la elevación en el aire, cuando se ha comprobado enteramente, es preternatural; hay casos en los que, teniendo en cuenta las circunstancias, no se puede atribuir a Dios ni a sus ángeles, se ha de tener por señal de intervención diabólica. A estas señales pueden añadirse las que se deducen de los efectos causados por el empleo de los exorcismos o de las cosas sagradas, especialmente de las que se aplican a escondidas de los que se piensan que están posesos. Ocurre, por ejemplo, que cuando se les aplica alguna cosa santa, o se recitan por ellos las preces litúrgicas, les acometen crisis de indecible furor, y blasfeman horriblemente. Mas esta señal no es cierta sino cuando se hace todo eso sin saberlo el paciente; si se dan cuenta de ello, pudiera ser que se enfurecieran, ya por el horror que les causa todo lo que a la religión se refiere, ya por fingimiento. No se ha de admitir, pues, de buenas a primeras la posesión, y nunca seremos harto prudentes antes de resolver.
El paso siguiente que dio el sacerdote fue ponerse en contacto, primero separadamente y después reuniéndolos a todos, con los médicos que habían tratado a Faly para que le informasen de los resultados de las pruebas que le habían realizado, los efectos que le habían producido los medicamentos y que, de conjunto, le diesen su opinión sobre la situación.
Estos le hicieron saber que jamás se habían encontrado con unas circunstancias como las de aquel chico. Todos opinaron que se encontraba en estado anormal para el que la Medicina no tenía respuesta.
Después les rogó que, si no tenían inconveniente y si los conservaban le facilitasen, para examinarlos, los expedientes que, sobre Faly, habían confeccionado cada uno.
Los médicos le dijeron que efectivamente guardaban los resultados de todas las pruebas y análisis que se he habían efectuado y que, por ser un tema clínico tan raro no habían querido desprenderse de nada y por ello no los habían destruido, ni les habían entregado a la familia de ningún documento, relativo a la aparente enfermedad.
D. Antonio recogió todos los documentos y con el máximo detenimiento y exhaustiva escrupulosidad los estudió.
Llamó a sus compañeros a los que les refirió lo que estaba llevando a cabo. Éstos se mostraron conformes y le dijeron que esa era la mejor manera de proceder para poder dilucidar si se trataba de una impostura, o una verdadera posesión demoníaca.
Informó al Sr. Obispo de todo lo que estaba llevando a cabo.
Volvió a estudiar minuciosamente el Ritual Romano y, cuando ya se encontró con los suficientes conocimientos y preparación para poder afrontar personalmente el estado de Faly, llamó a sus padres.
Les dijo que el sábado siguiente, por la tarde, les haría a ellos una visita, que procurasen que Faly estuviese presente y que se lo presentasen como un compañero de su padre que había venido trasladado por la empresa a aquella ciudad.
El padre Antonio vestía como un seglar. Llevaba un traje gris perla, una camisa blanca y una corbata haciendo juego con el traje. Lo único que podría indicar que era sacerdote era una pequeña cruz de oro que llevaba prendida en el ojal superior izquierdo de la chaqueta.
Por precaución se la quitó, la guardó en el monedero que introdujo en el bolsillo izquierdo de su pantalón. Externamente no había forma alguna de averiguar que se trataba de un sacerdote.
Cuando llegó a casa de Faly y lo recibieron sus padres que lo pasaron al salón en el que reencontraba la mesa de roble macizo que ya había levantado en cierta ocasión Faly en uno de sus accesos de furia.
La madre de Faly puso unos refrescos y llamó a su hijo que se encontraba en su habitación oyendo música.
Nada más entrar en el salón, con voz ronca y cavernosa se dirigió al padre Antonio diciéndole:
-¿Qué crees que me vas a engañar? ¿Acaso piensas que no se que eres un servidor del Nazareno?
-Lo se porque tu misma presencia te delata y además en el monedero que tienes en el bolsillo izquierdo has escondido una pequeña cruz de oro como las que os soléis poner los malditos curas y también llevas al cuello pendiente una cadena con una medalla de la madre del Crucificado.
-¿Acaso piensas que soy tonto?
Todos se quedaron estupefactos.
Los padres no podían suponer cómo había averiguado lo que les decía ya que el sacerdote ni siquiera les había comentado nada. Éste les hizo un gesto con la cabeza para confirmarles que lo que decía era cierto.
A continuación, hablándole en alemán, le dijo:
-El nombre de Jesús es sagrado y ante Él se debe arrodillar todo ser en el cielo en la tierra y en los infiernos. ¡Arrodíllate, pues en nombre de Jesús!
Faly entendió perfectamente lo que le decía el sacerdote, aunque era la primera vez que oía hablar en alemán. Se puso a vociferar, gritar y lanzar espuma por la boca, pero no se arrodilló.
-Entonces, D. Antonio, le volvió a preguntar, pero en castellano.
¿Te gusta el colegio? ¿Estás contento en él?
Sin ninguna dificultar y con voz normal contestó que sí y que se sentía muy a gusto con sus compañeros.
El sacerdote cambió de táctica y le dijo:
Espíritu inmundo, ¿serías capaz de levantar esa mesa de roble macizo?
Blasfemando y con una horrísona voz le contestó:
-¿Crees que no se que esa es otra prueba además de la de entender una lengua extraña que realizáis los de tu calaña para saber si soy un ser infernal que posee a esta criatura?
-Para demostrártelo, voy a hacer lo que me dices.
Se dirigió a la mesa y con una sola mano la elevó más de un metro del suelo.
-¿Te has quedado satisfecho? Le increpó.
Los pobres padres no sabían qué hacer, decir o cómo actuar. El sacerdote les indicó que lo dejaran que siguiera hablando con el muchacho.
-Bien ya has demostrado algo que me induce a pensar que en verdad eres un espíritu maligno, pero todavía no estoy satisfecho. Vamos a ver si me entiendes lo que te voy a preguntar.
Entonces, primero en griego, después en latín y finalmente en arameo lo interpeló de la siguiente forma:
-Ya se que eres enemigo de Dios, por lo tanto crees en Él y en la Santísima trinidad. En nombre de las Tres Divinas Personas, te conmino a que te arrodilles.
Cada vez que el sacerdote formulaba la amonestación en una lengua distinta, el cuerpo de Faly se arqueaba, comenzaba a vociferar en la lengua en la que el cura le había hablado, lanzaba espumarajos por la boca y se arrojaba al suelo, golpeándose con todo lo que encontraba...
D. Antonio desistió. Le siguió hablando en las mismas lenguas, pero ya de cosas triviales y sin importancia. El repugnante ser quedó tranquilo y no contestó a nada. Estaba claro que cuando entendía las lenguas desconocidas era al hablarle sobre la Divinidad. En los demás casos, pare que dejaba tranquilo al muchacho y, claro, éste no entendía ninguno de aquellos idiomas.
El eclesiástico dio por concluida la visita. Prometió a los padres de Faly que solucionaría el problema, pero que antes tenía que hacer varias consultas y ya les avisaría para visitarlos y llevar a cabo un exorcismo.
Efectivamente, al primero que refirió el caso fue al Sr. Obispo a quien se lo contó con todo detenimiento, sin omitir ninguno de los comportamientos y actuaciones que había tenido el pobre muchacho.
El Prelado estuvo de acuerdo en que, al parecer, se trataba de un caso típico de posesión diabólica y le dio carta libre para que actuase como mejor creyese conveniente.
Después se puso en contacto con sus compañeros. Aquellos que habían llevado a cabo exorcismos y los que eran profundos conocedores de los casos de penetración del maligno en un ser humano.
Todos estuvieron de acuerdo. Es más, un padre italiano, con el que había llevado a cabo más de un exorcismo, se ofreció a venir desde Italia para, entre los dos, llevar a cabo la sesión o sesiones por si fuesen necesarias más de una.
Éste también era alto y fuerte como un roble. A pesar de frisar en la cincuentena no dejaba de practicar todos los días deporte y le gustaba la halterofilia, así que tenía una fuerza prodigiosa.
D. Antonio se lo agradeció profundamente y le dijo al Padre Leonardi, así era como se llamaba, que contaba con él y que se pusiese en camino lo más pronto que pudiese, pues quería terminar con aquella posesión rápidamente, ya que sentía profunda lástima por el niño.
El miércoles siguiente llegaba el Padre Leonardi. D. Antonio le dio todos los informes médicos y las notas e indagaciones que había realizado a fin de que conociese a fondo la situación.
Después de un detenido y minucioso estudio, también llegó a la misma conclusión. No quedaba mas remedio que practicar cuantas sesiones de exorcismo fuesen necesarias a fin de librar a aquel adolescente de la bestia inmunda.
El Padre Bazán llamó a los padres de Faly. Les dijo que el próximo sábado iría a su casa acompañado de un sacerdote jesuita italiano que hablaba perfectamente el castellano y que practicarían sobre Faly una sesión de exorcismo. Que no se asustasen por lo que viesen, ya que los espíritus inmundos reaccionan con violencia ante estas actuaciones de la intervención divina y que, en algunas ocasiones pueden llegar a efectuar actos extraordinarios, como demostraciones de una fuerza no normal, destrucción de objetos que no se encuentren a su alcance o peor aún, atacar a las personas presentes...
Por eso les rogaba que, mientras se llevase a cabo el ritual que manda la Iglesia Católica para estos casos, ellos se ausentasen. No obstante que preparasen unas fortísimas correas de cuero por si llegaba la necesidad de tener que sujetarlo fuertemente a la cama.
Los padres consternados estuvieron conformes con todo lo que les manifestó el sacerdote. Es más, decidieron rezar, mientras durase la sesión, ante una imagen de la Virgen Inmaculada que había sido bendecida y entronizada en su casa. Desde luego en una habitación en la que Faly no pudiese verla.
Llegado el día previsto, D. Antonio y el Padre Leonardi cogieron sus estolas, guardaron unos crucifijos, de unos veinte centímetros, en los bolsillos de sus chaquetas y llenaron dos frascos de medio litro de agua bendita.
Además, los dos guardaron en el bolsillo interior de sus chaquetas el Ritual Romano de los exorcismos, para rezar con toda fidelidad las oraciones que se prescriben en el mismo.
Cuando llegaron a la casa, saludaron a los padres, les pidieron las correas que les habían dicho que preparases y les dijeron que los llevase al cuarto de Faly y que después se retirasen.
El niño estaba en su dormitorio, que también le servía de estudio, oyendo música a todo volumen, mientras aparentaba simular que estudiaba.
Cuando los sacerdotes llamaron y abrieron la puerta. El chico se transformó. La cara se le desfiguró. Los ojos comenzaron a voltear dentro de sus órbitas e inició una serie de gruñidos acompañados de blasfemias y maldiciones de lo más horripilante que se pueda oír.
Con toda su furia agredió con manos y pies e intentando morder al padre Leonardi quien trastabilleó y estuvo a punto de caer al suelo.
Los padres de Faly estaban aterrados. Según les habían indicado los sacerdotes, les entregaron las correas que ya tenían preparadas. El padre Bazán las tomó y las roció bien con agua bendita.
Utilizando toda su fuerza, ambos clérigos lograron sujetaron y atarlo a la cama con las cinchas a las que habían bendecido, además de haberlas impregnado con agua bendita.
Los alaridos, maldiciones, blasfemias y denuestos que pronunciaban ponían el vello de punta. Faly no era un ser humano, era un demonio mostrando toda su furia pero no podía hacer nada, pues las correas no le permitían desasirse de ellas, ya que estaban bendecidas doblemente.
Intentando liberarse de ellas arqueaba su cuerpo y hacía temblar la cama con unas sacudidas tan fuertes que parecía que la iba a romper.
El padre Bazán y el padre Leonardi, les dijeron a los padres del niño que se marchasen de la habitación pues iban a comenzar la sesión de exorcismo. Antes les pidieron que dejasen una de las ventanas entreabiertas.
Tenían enorme fe en los poderes divinos que iban a utilizar, así que esperaban que no tuvieran que realizar más de un exorcismo.
Se pusieron sus estolas y aspergearon el cuerpo del niño con agua bendita. Después el padre Leonardi exhibió una pequeña imagen de la Virgen Inmaculada y el padre Bazán enarboló el crucifijo
Inmediatamente comenzaron a rezar la oración más breve de las que tiene el Ritual Romano para estos casos, haciendo la señal de la Cruz en cada uno de los puntos en los que lo prescribe el manual.
Os exorcizamos, espíritus de impureza, poderes satánicos, ataques del enemigo infernal, legiones, reuniones, sectas diabólicas, en el nombre y por virtud de Jesucristo +, nuestro Señor, os arrancamos y expulsamos de la Iglesia de Dios, de las almas creadas a la imagen de Dios y rescatadas por la preciosa sangre del Cordero Divino. + No oses más, pérfida serpiente, engañar al género humano ni perseguir a la Iglesia de Dios, ni sacudir ni pasar por la criba como el trigo a los elegidos de Dios. + Te manda Dios Altísimo +, a quien por tu gran soberbia aún pretendes asemejarte y cuya voluntad es que todos los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad.
Te manda Dios Padre. + Te manda Dios Hijo. + Te manda Dios Espíritu Santo. + Te manda Cristo, Verbo eterno de Dios hecho carne, + que para salvar nuestra raza perdida por tu envidia, se humilló y fue obediente hasta la muerte, que ha edificado la Iglesia sobre piedra firme, prometiendo que las puertas del infierno no prevalecerán jamás contra ella y que permanecería con ella todos los días hasta la consumación de los siglos. Te manda la santa señal de la Cruz + y la virtud de todos los misterios de la fe cristiana. + Te manda el poder de la excelsa Madre de Dios, la Virgen María +, que desde el primer instante de su Inmaculada Concepción, aplastó tu orgullosa cabeza por virtud de su humildad. Te manda la fe de los Santos Apóstoles. + Te manda la sangre de los Mártires y la pidadosa intercesión de todos los santos y las santas.
Así pues, dragón maldito y toda la legión diabólica, te conjuramos por el Dios + vivo, por el Dios + verdadero, por el Dios + Santo, por el Dios que tanto amó al mundo, que llegó hasta a darle su Hijo Unigénito, a fin de que todos los que creen en El no perezcan, sino que vivan vida eterna; cesa de engañar a las criaturas humanas y brindarles el veneno de la condenación eterna. Cesa de perjudicar a la Iglesia y de poner trabas a su libertad. + Huye de aquí, Satanás, inventor y maestro de todo engaño, enemigo de la salvación de los hombres. + Retrocede delante de Cristo, en quien nada has encontrado que se asemeje a tus obras; retrocede ante la Iglesia, una, Santa, católica y apostólica, que Cristo mismo compró con su sangre.
Humíllate bajo la poderosa mano de Dios, tiembla y desaparece ante la invocación hecha por nosotros, del santo y terrible nombre de Jesús, ante el cual se estremecen los infiernos; a quien están sometidas las Virtudes de los cielos; las Potestades y Dominaciones, a quien los Querubines y Serafines alaban sin cesar en sus cánticos diciendo: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los Ejércitos!.

Terminada la oración el poseso lanzó un alarido estremecedor y un humo verdinegro comenzó a salir por sus orificios nasales y por su boca formando como una especie de figura informe que desapareció por la rendija de la ventana.
Los clérigos se miraron haciendo un signo de afirmación con la cabeza, dándose a entender que el exorcismo parecía que había tenido éxito. Ambos pensaron lo mismo: sólo un demonio había poseído al muchacho, ya que si hubiesen sido varios, no hubiera habido bastante con una sola sesión.
Asperjaron nuevamente el cuerpo del adolescente y con sumo cuidado procedieron a liberarlo de las ataduras.
El muchacho quedó como si saliese de un profundo sueño y el sopor no se hubiese despejado aún.
El padre Bazán llamó a los progenitores de Faly y le dijo a la madre que le preparase una sopa con el agua bendita que quedaba en una de las botellas.
El niño poco a poco, se fue reponiendo y como sonámbulo se incorporo en la cama.
Transcurrido cierto tiempo ya se encontró en condiciones de hablar y preguntó qué había pasado. El no recordaba nada. Los religiosos le explicaron que habían tenido que proceder, según manda la Iglesia Católica para limpiar su cuerpo de impurezas malignas que, sin él consentirlo, se le habían introducido en su cuerpo y su alma.
Faly comenzó a hablar normalmente. Preguntó por sus amigos y se interesó en saber dónde se encontraba su madre. Ésta apareció en la puerta de su habitación con un tazón lleno de caldo humeante e invitó al niño a que se lo tomase.
Con gran alegría lo cogió y dijo: ¿Cómo has podido saber mamá que esto era lo que me apetecía?
Se lo tomó con delectación y a cada sorbo parecía que se recuperaba más y la actitud de normalidad se iba adueñando de su cuerpo.
Los curas se dispusieron a marcharse, pero antes bendijeron a Faly.
Sus padres los acompañaron a la puerta mientras ésta terminaba de tomarse el caldo. No sabían cómo expresarles su agradecimiento. Los jesuitas no le dieron importancia y les dijeron que había habido mucha suerte, ya que si hubiese sido poseído por más de un espíritu maligno, habrían necesitado más de una sesión.
Les dijeron que estuviesen atentos y vigilantes y a la menor señal de anormalidad que notasen se la comunicasen.
Los padres volvieron al lado de su hijo al que colmaron de besos y con mucho tacto le preguntaron si él sabía lo que le había sucedido desde mucho tiempo atrás. Les respondió que no. Sólo recordaba lo de siempre, el colegio, los amigos, las películas que había visto, los juegos en el ordenador y la mucha música que había oído. En su mente no quedaba nada más. Se sentía tranquilo, seguro y relajado y lo primero que les dijo a sus padres era que quería ver a sus amigos.
Éstos estuvieron conformes. Los llamó por teléfono y quedó al día siguiente para jugar un partido a la pelota en el descampado que se encontraba cerca de su casa.
La normalidad había vuelto a su vida.


Córdoba, noviembre 2008.

Manuel Villegas Ruiz

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