En nuestros días hay una corriente, extendida por casi todo el mundo que, cual ondas originadas en un estanque, se propaga proponiendo la necesidad de una “Alianza de Civilizaciones”.
Busquemos primero el significado de ambas palabras:
Alianza significa, pacto, unión, compromiso, coalición, confederación, asociación.
Toda alianza o pacto se basa en el principio latino justinianeo “do ut des” (doy para que me des), o lo que es igual, yo cedo en algo para que te beneficies, con la condición de que tú también has de concederme algo para que yo saque provecho.
Civilización es el conjunto de costumbres, ideas, cultura o arte de un pueblo o comunidad.
¿Cómo se llevará a cabo esta alianza?:
a) ¿Por aculturación? Según ésta, una persona o un grupo de ellas adquieren una nueva cultura o aspectos de la misma, generalmente a expensas de la propia y de forma involuntaria. De entrada pienso que esto es no es aplicable, dado que ningún pueblo quiere perder las señas propias de identidad que constituyen su razón de ser y su sabiduría.
b) ¿Acaso por enculturación? Procedimiento por el que una cultura establecida enseña a un individuo, de forma repetitiva, sus normas y valores, de manera que éste llega a convertirse en un miembro más de su sociedad en la que encuentra su papel apropiado.
Como ocurre con la aculturación entiendo que, hoy día, ninguna cultura se deja subyugar y someter por otra.
Este progresivo movimiento intenta unir, amalgamar, mezclar, ensamblar dos conceptos de vida que, por su propia naturaleza, no pueden armonizarse.
¿A qué me refiero?: A la unión, o mezcla de las civilizaciones islámica y cristiana (ésta dentro de todas sus variantes protestantes y católica). Ambas culturas tienen sus propios cimientos, fundamentos y costumbres que, si no son diametralmente opuestos en todos sus conceptos sobre la vida, no admiten intercambio en muchos. Las dos son como el aceite y el agua: no pueden entremezclarse.
¿Ha comprobado alguien qué ocurre cuando queremos unir ambas materias?
Es imposible. El resultado es que una sobrenada a la otra, pero jamás llegan a fusionarse.
Lejos de mí pronunciarme sobre quien es el aceite y quien es el agua. Lo que asevero, es que su ensamblaje es imposible. Por su propia naturaleza no se pueden aglutinar.
Analicemos la formación de ambas civilizaciones.
La cristiana hunde sus raíces y forja sus orígenes en aquel inicial colegio apostólico que, tras la resurrección de Cristo, formaron sus primeros discípulos, y tiene sus antecedentes en el judaísmo que cuenta con, aproximadamente, diecisiete siglos de existencia, ya que los judíos se consideran los descendientes de Abraham, que se consagró al servicio del Dios único.
Tomó además de la civilización grecolatina mucho de su filosofía, sus leyes y liturgia. Se ha extendido por todo el antiguo mundo conocido y por el nuevo, tras la gesta del Descubrimiento, y en él tiene una vigencia y preponderancia nada despreciables. A su cobijo, por ella y para ella, han florecido las mejores páginas del arte: la música, escultura, pintura y un largo etc. Gracias a ella se han producido grandes movimientos, como las peregrinaciones, que han intercambiado las ideas y conocimientos de los pueblos.
El cristianismo, de forma generalizada, posiblemente hallando basamento en uno de sus pilares de configuración, pues Cristo dijo que todos los seres humanos somos iguales, ha aceptado, como el modo menos pernicioso para gobernar un país, la democracia que, a pesar de los muchos defectos que tiene, hace iguales a todas las personas.
La teocracia que, en ciertos momentos de la historia practicó, ya ha mucho tiempo que desapareció y dudamos mucho que en ningún estado moderno se vuelva a repetir. Ha sabido, con mucho esfuerzo, impedimentos y resistencias, aunque aún le quede mucho por andar en este camino, adaptarse al sobrevenir de la Historia y acoplarse a todo lo que la Humanidad, en su continuo llegar a ser, conquistaba.
Es cierto que quedan algunas zonas oscuras, sucesos puntuales de los que nos avergonzamos los cristianos, pero, se puede afirmar que el saldo final de su estado de cuentas es favorable al ser humano y que, gracias a él, vivimos en un mundo de tolerancia, de deferencia y de consideración a las opiniones ajenas y, de forma general, de respeto y aceptación de las opiniones opuestas a las nuestras.
En la civilización occidental la igualdad entre el hombre y la mujer está a punto de conseguirse totalmente en la práctica. Nuestras leyes ha tiempo que lo han hecho.
Enumerar detenidamente los logros que, en todos los aspectos, ha alcanzado nuestra cultura sería oneroso y tedioso. Es cierto que tiene deficiencias, quizá demasiadas, pero se ha conseguido un progreso que ha permitido que los ciudadanos, hombres y mujeres, tengamos las mismas oportunidades.
¿Acaso ha ocurrido esto con la cultura islámica?
Opinamos que no. Para ello será suficiente espigar algunas aleyas, por ejemplo de la Azora IV, y ver cómo en la mencionada civilización se considera a la mujer:
Azora IV Las mujeres
Aleya 12
Os encomienda Alá a vuestros hijos, para el varón como la parte de dos hembras.
(Un hombre vale como dos mujeres)
Aleya 19
Y las que cometieron torpeza de vuestras mujeres, tomad como testigos contra ellas a cuatro de vosotros, y si atestiguan, encerradlas en los aposentos, hasta que las haga morir la muerte, o ponga Alá para ellas camino. (Se trata del castigo del emparedamiento, que se imponía a las adúlteras en lo primeros tiempos del Islán, Posteriormente la Sunna conmutó esta pena por la de cien azotes, más destierro para las solteras y la lapidación para las casadas).
(En la civilización occidental no hay ninguna ley que castigue a las esposas infieles).
Aleya 38
Los hombres son preeminentes sobre las mujeres por lo que aventajó Alá a los unos sobre los otros.
(¿Acaso no está reconocida, por lo menos de derecho, la igualdad entre el hombre y la mujer, dentro del mundo occidental?)
No queremos ser prolijos, pero, a continuación, seleccionaremos algún hadiz que podrá clarificar aún más la diferencia entre ambas culturas:
No pocas de las normas emanadas del propio Mahoma están destinadas a sancionar comportamientos sexuales considerados ilícitos, como pueden ser el adulterio, la fornicación y la homosexualidad.
(¿Qué podrían decir los homosexuales y lesbianas al respecto, cuando tienen su total reconocimiento en Occidente?)
Según los hadices, las diferencias entre hombre y mujer proceden de motivaciones físicas y se traducen no sólo en que las mujeres sean más deficientes en religión, sino también en inteligencia. Precisamente por ello Mahoma llegó a afirmar que la mayor parte de los habitantes del infierno son mujeres.
La mujer puede verse reducida al papel de un cónyuge más, ya que el Corán autoriza al varón a tener hasta cuatro esposas a la vez, sin que tal conducta cuente con paralelos en la mujer.
(En nuestra civilización la poligamia está penada por ley. Los últimos que la practicaron fueron los mormones y, al parecer, ya la han abolido).
Continuar con las diferencias entre una y otra sería casi inagotable, por eso es necesario que nos preguntemos:
¿Cómo se pueden fusionar dos conceptos de la vida y convivencia que, en algunas concepciones de ésta, son diametralmente opuestos?
¿Cuál de ellos prevalecería sobre el otro? ¿Qué estaría dispuesto a ceder cada uno?
¿Permitirían los musulmanes entrar en sus mezquitas con calzado o a las mujeres sin velo?
¿Renunciarían a que sus mujeres llevaran éste?
¿Permitirían que sus damas fuesen reconocidas, en caso de enfermedad, por médicos y no médicas?
¿Consentirían que en sus países se construyesen iglesias cristianas con la misma profusión con la que ellos están edificando mezquitas en los nuestros?
¿Permitirían en público una efusión de amor tan simple como un beso? (En algún país musulmán han sido encarcelados turistas por esto).
Seguimos sin comprender cómo se pueden aliar dos civilizaciones casi antagónicas.
Continuamos pensando que esa alianza es una entelequia muy difícil de llevar a la práctica, cuando no imposible, o una ocurrencia, sin duda concebida por un exceso de bondad o buenismo (permítasenos la palabra), pero muy difícil, cuando no imposible de poner en práctica.
Reconocemos que hay muchas y muy importantes personas y autoridades comprometidas y empeñadas en esta alianza, pero también entendemos que, por muy plausible que sea el fin, ella es casi inalcanzable, dadas las profundas divergencias entre ambos conceptos de vida.
Consideramos que la realidad debe imponerse a la utopía y que cada civilización continúe su andadura, sin quiméricos intentos de alianza entre ambas.
Quizá sea este desconocimiento de las divergencias de cada una el que ha llevado a algunos a pretender conseguir lo ilusorio: que el agua y el aceite se mezclen.
Creemos que por lo que se ha de luchar, con todas las fuerzas posibles, es por el respeto y la tolerancia mutua entre ambas, lejos de todo fanatismo, como en algunos lugares se da, para que sea posible una convivencia pacífica, ajena a todo acto de provocación o de imposición.
La alianza entre ambas, es muy difícil de conseguir.
11/5/10
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