20/6/11

BANCARROTA DE LA CORONA ESPAÑOLA

No soy un analista financiero, tampoco un especialista en bolsa ni en grandes negocios y desconozco totalmente todo lo que se refiera a la economía de los grandes números. Sólo soy un historiador que vive en el mundo actual y que cada día recibe por todos los medios de comunicación un aluvión de información sobre la situación financiera mundial y en especial la de la llamada “Zona Euro”.
En ella, por lo que escucho y veo, el estado de las finanzas está, sobre todo en algunos países, al borde de la quiebra o como también se dice, de la bancarrota, para mí esta denominación es más eufónica.
Grecia y Portugal han tenido que ser ingresadas en la UVI monetaria. En Islandia han llevado a su presidente ante los tribunales por no haber sabido gestionar debidamente el desastre económico en el que su pueblo se encontraba.
La confianza en los mercados se derrumba. Los inversores exigen cada vez más garantías a los Estados de que el dinero que les van a prestar, mediante la compra de bonos que los gobiernos, al borde de la desesperación, procuran colocar, por ello los intereses que han de pagar son cada día más elevados.
El panorama que cada día contemplamos al levantarnos es éste: Una situación de casi total desconfianza en los medios financieros, una falta de fe en los gobiernos de los países que se ven afectados por ellos y una grave preocupación de que podamos dejar atrás este lastre que nos tiene a todos, países y ciudadanos, como atados a una bola de presidiario para que no nos podamos mover con libertad y todos los esfuerzos que se hagan por alejar este entorno sean inútiles. Este es el marco que nos circunda y que costará mucho romper.
Por naturaleza soy optimista y pienso que la mala racha pasará, lo que no sé es cuanto durará, pero como historiador he estudiado un momento histórico de nuestra España en el que las bancarrotas de la corona española se cebaron sobre nuestro país y duraron aproximadamente un siglo, desde 1557 a1664 .
Años de bancarrota: 1557, 1575, 1596, 1607, 1627, 1647, 1652, 1656 y 1664
Algunas se produjeron en periodos tan cortos como la de 1652 que fue cinco años después de la de 1647 o la de 1664 que ocurrió ocho años tras la de 1656.
Fue precisamente la época de mayor esplendor de España y las quiebras que sufrió vinieron como consecuencia del papel preponderante que nuestro País tenía en el mundo.
El emperador Carlos emprendió unas tareas colosales al enfrentarse a los turcos, a los franceses y a los príncipes alemanes que se habían decantado por las doctrinas luteranas. Los gastos que ocasionaban tantos frentes de guerra eran inconmensurables y a pesar del fluir constante del oro de las Indias, las alcabalas y las tercias no hubo suficiente dinero para sufragar tan ingentes costos.
Salvando las distancias, pero es incontrovertible, los reinos, los gobiernos democráticos y cualquier forma que se instaure para dirigir una nación no tienen una varita mágica parra hacer dinero; éste, simplificando mucho, procede de los impuestos que les cobra a sus ciudadanos.
Como a veces tiene más necesidad de gastar que el dinero que percibe, se inventa una fórmula de crear unos juros (se iniciaron en tiempos de los RR.CC) que mutatis mutandis vienen a ser lo que ahora llamamos bonos del Estado o Deuda Pública.
Los juros eran unos documentos en los que se acreditaba que cierto particular o entidad prestaba dinero al Reino que les pagaba unos intereses por él, a veces hasta de un catorce por ciento, pero que le iban, cual dogal, oprimiendo el cuello financiero, porque cada vez gastaba más e ingresaba menos. Se recurrieron a los préstamos y endeudamientos con los banqueros alemanes, pero el resultado fue el mismo. Los Welser junto con los Függer, hicieron pingües beneficios con sus préstamos al Emperador en tantos apuros económicos como pasó, de tal manera que, según nos dice Herman Kellenbenz, cuando Felipe II se hizo cargo del gobierno las deudas de la Corona eran 7 millones de ducados, de los que nada menos que un tercio eran préstamos dados por Antón Függer . (Kellenbenz, H., en Otazu, A. (Edit.), Dinero y Crédito (siglos XVI al XIX). Actas del Primer Coloquio Internacional de historia Económica. Madrid 1978. Pág. 20.
Carlos I no sufrió el mordisco de la bancarrota o quiebra de la Corona española, pero su hijo Felipe y sus sucesores la padecieron durante algo más de cien años. Al siguiente de la proclamación como rey de las España y de todos sus dominios de Felipe II se produjo la primera que fue bastante extensa en el tiempo.
Espero, deseo y anhelo que la situación que padecemos no dure tanto como la que sufrieron los Austria españoles, pero el momento que ahora atravesamos, salvando las distancias es muy parecido al que vivió España desde 1557 hasta 1664.
Como decían los latinos Nil novum sub sole. No hay nada nuevo bajo el sol.
Uno de los argumentos que usamos los historiadores para explicar el continuo llegar a ser de la Historia es el de los ciclos, o sea, a grandes rasgos, cada periodo de tiempo se suceden las mismas cosas que ya han ocurrido en otro
Me parece que la única diferencia estriba en que aquellas bancarrotas de la Corona española vinieron como consecuencia de mantener el prestigio y hacer prevalecer unos valores que para los españoles de entonces eran irrenunciables y ahora estamos en el lugar que nos hallamos, por haber gastado-dilapidado- nuestro patrimonio, tanto a nivel de Estado, cuanto a situación particular, en unos dispendios que no nos podíamos permitir.

14/6/11

FIDES GRAECA NULLA FIDES

Por los países del entorno mediterráneo, especialmente entre los romanos circuló el dicho que da título a este artículo y que traducido al castellano quiere decir: “No te fíes de los griegos, porque te van a engañar”.
Parece ser que su antigüedad se remonta al año 1144 a. C. cuando el falaz Ulises ideó la tramposa estratagema del caballo de Troya que hizo perecer a Ilión.
Los romanos, al sentirse hijos de los troyanos, según cuenta Virgilio en su Eneida, no tenían confianza alguna en los griegos y de ahí que esta frase haya perdurado a través de los siglos, que incluso yo la he encontrado en textos latinos del siglo XVIII. Esta expresión no sólo la empleaban para referirse al ciudadano griego del pueblo, sino también para sus dirigentes y gobernantes.
Creo que, hoy día, sería un ejercicio inútil demostrar que los griegos son mendaces ya que ellos mismos se han empecinado en demostrarlo con la falacia de las cuentas que han presentado, una y otra vez ante la C.E.E. hasta tal punto que han tenido que ser ingresados en la UVI financiera y se les está ayudando a restañar las heridas de sus muchas deudas.
Pero hay otra nación al oeste de Mediterráneo que está haciendo todo lo posible para que se le aplique ese remoquete, porque parece que sus gobernantes, por su mala gestión, sus falsedades y su rectificación continua de lo expresado con anterioridad, provocan que todo el mundo pierda la confianza en ella y está adquiriendo un grado tal de falta de fe que hace que nadie la crea. Me refiero a España.
Antiguamente la palabra de un caballero español era indubitable y ¡ay de aquel que osase dudar de su veracidad y de que no cumpliría lo dicho! Se exponía a ser ensartado por la espada del hispano.
¿Ocurre hoy esto? Más bien no.
Creo que, como en el caso de Grecia, sería molesto y vergonzoso enumerar detenidamente las causas que provocan esa falta de confianza en España, pero voy a espigar algunos casos que así lo aseveran.
¿Confiamos en nuestros políticos? Pienso que no. ¿Quien de ellos resistiría una prueba de hemeroteca o fonoteca para comprobar las veces que ha mudado el digo por el Diego? Son la tercera preocupación de los ciudadanos. Muy pocos creemos en ellos. Opino que ya es suficiente con esto.
¿Tenemos fe en nuestros sindicatos? Que se lo pregunten a los cinco millones de parados y a los cientos de miles de afiliados que, por falta de confianza en ellos, se han dado de baja de los mismos.
¿Nos fiamos de nuestra sanidad pública? Que contesten los que están en listas de espera durante meses y, en casos, años.
¿Es creíble nuestra Justicia? Respuesta muy fácil ¿Cómo están el Tribunal Supremo y el Constitucional? Por debajo de sus puertas asoman las patitas de los partidos políticos. Nada más a propósito para no crear confianza en ella.
Nuestra economía ¿Es fiable? A esto se responde con los estudios de mercados de las agencias internacionales dedicadas a ello y con los intereses tan elevados a los que se colocan nuestros bonos de Estado. ¡Ah! Pero son ellas las que mienten. No hay peligro.
¿Continúo? No. Prefiero no seguir con la cadena de mentiras que ciñe a nuestra Patria, porque realmente es tan bochornoso este ceñidor que me da verdadera pena. Y me duele, como español, que nuestros dirigentes estén haciendo lo posible para que en el escudo de nuestra España campee el mote de FIDES HISPANA, NULLA FIDES.
Manuel Villegas Ruiz
Doctor en Filosofía y Letras (Gª e Hª)

9/6/11

EL NEFELIBATA

Nefelibata es una palabra griega aceptada y recogida en el diccionario de la R.A.E. compuesta de dos vocablos de este idioma que son: νεφέλη = neféle (nube) y βάτης = bátes del verbo βαίνω = baíno que quiere decir caminar, andar, deambular.
Por lo que su significado es: El que camina por las nubes. O lo que es lo mismo se le aplica a la persona soñadora que vive en las nubes y no tiene los pies afirmados en la tierra, es decir, que ha perdido el contacto con la realidad.
Es una palabra culta que se les aplica cariñosamente a los poetas, no porque no tengan los pies en la tierra sino porque en su ensoñación creadora parece que caminan por las nubes que son las que les inspiran la belleza que plasman en sus obras y que sirve para nuestro deleite.
Precisamente el vocablo latino poesis, tomada de la palabra griega ποίησις (poíesis), de donde se deriva poeta, significa: “Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la locución, en verso o en prosa”.
En una palabra el poeta o nefelibata es el que nos seduce mediante su visión privilegiada de la beldad. Para mí particularmente la palabra nefelibata tiene una eufonía especial, pues contiene dos vocales abiertas (la a y la e) y una cerrada (la i), por lo que resulta muy agradable al oído.
El primero del que se tiene noticia de haber empleado esta palabra refiriéndose así mismo es el gran poeta nicaragüense Rubén Darío de la que dejó constancia en su poema Epístola, dedicada a la esposa de Leopoldo Lugones y en la que dice:

“Que ando, nefelibata, por las nubes…Entiendo.
Que no soy hombre práctico en la vida… ¡Estupendo!”

En su poema Mar Latino también utilizó dicha palabra

“Nefelibata contento,
Creo interpretar
Las confidencias del viento
La tierra y el mar…”

El nefelibata al que me refiero, si no me falla la memoria, dijo que la Tierra no era de nadie, sino del viento. No se siquiera si conoce a Rubén Darío, pero ciertamente interpreta las confidencias del viento para regir España.
Igualmente hace uso de esta palabra el insigne Antonio Machado (para mí que la tomó de Rubén Darío) que en su Cancionero Apócrifo, nos encanta con esta estrofa que transcribo:
Sube y sube, pero ten
Cuidado, Nefelibata,
Que entre las nubes también
Se puede meter la pata.

Yo desconocía la capacidad premonitoria de nuestro ilustre Antonio Machado. Murió en 1939, pero da la impresión de que tuvo una visión anticipada de lo que ocurriría en España en la época actual.
En cambio yo se de un nefelibata que no tiene nada de poeta ni de creador de belleza, pero si está acreditado y es manifiesto que no asienta sus pies en el suelo.
Este ser parece que ha nacido, criado y se sigue manteniendo en las nubes sin contacto con la realidad que se le ostenta inexorablemente por los cuatro puntos cardinales.
No bajó de las nubes cuando su país marchaba sin remisión por una pendiente inclinada que lo ha llevado al borde de un precipicio del que va a costar mucho sudor, sangre, esfuerzo y colosales sacrificios para poder salir de él.
Cuando todos le advertían de lo contrario el, nefelibata, se empecinaba en que nos encontrábamos en las mejores condiciones posibles y que íbamos a la cabeza de la Liga de Campeones.
Siguió caminando entre nubes al negarse tozuda y pertinazmente a reconocer lo que el resto de los mandatarios y hasta sus mismos asesores y correligionarios le ponían ante sus ojos: Que el camino que había emprendido era equivocado y que costaría mucho enderezar el rumbo.
Fue un nefelibata cuando aseguraba que los brotes verdes se veían por doquier. Él no inventó la locución “brotes verdes” (soy un ignaro en botánica, pero espero que alguien me indique si los brotes pueden ser azules, negros o amarillos o de otro color que no sea verde. Se lo agradeceré), pero, como la religión más extendida por todo el mundo es el papanatismo, todos la utilizaron sin tener en cuenta que se daba una reiteración innecesaria.
Es un nefelibata empedernido, sin la grandeza y belleza de éstos cuando mantiene que no ha realizado recortes sociales y califica de bellacos y, poco más o menos, felones a los que así lo mantienen.
Que se lo pregunte a los funcionarios, a los jubilados a los que han perdido la ayuda de los 420€ y, finalmente a los cinco millones de parados, autónomos y pequeñas y grandes empresas que se han visto abocadas al cierre, muchas de ellas porque los organismos gubernamentales, autonomías, ayuntamientos y un largo etc no les pagan las facturas que les deben, y también a la generación perdida de nuestros jóvenes con más de un 40% de paro.
Sigue siendo un nefelibata cuando, tras el repudio general que España le ha mostrado en las últimas elecciones, manifiesta que se mantendrá hasta el final de la legislatura, cuando ya es un cadáver político.
¡Acaso es que ha perdido el contacto con la realidad y es un nefelibata que vive solo en las nubes!
No quiero extenderme más.
Desgraciado del país que se ve gobernado por un nefelibata, sin la grandeza de los poetas y con la incompetencia de los más que mediocres.

Manuel Villegas Ruiz
Doctor en Filosofía y Letras (Gª e Hª)